Cuando el Gran Hermano espió a Orwell

 

 

Winston Smith vive vigilado por el Gran Hermano, el único ser humano al que se le permite amar, al que tiene que adorar. Napoleón es uno de los cerdos que propician la revolución que permite derrocar al granjero Jones e instaurar un orden nuevo en el que todos los animales son iguales… hasta que dejan de serlo. Rebelión en la granja y 1984 fueron en buena parte resultado del paso de su autor, George Orwell, por la Barcelona de 1937 en plena Guerra Civil cuando «la gente con conciencia política estaba mucho más pendiente de los enfrentamientos internos entre anarquistas y comunistas que de la lucha contra Franco».

El propio Orwell, que por entonces aún no era Orwell sino Eric Arthur Blair, fue espiado por el estalinismo en esos intensos meses de abril y mayo del 37, que ahora revive el periodista e historiador Giles Tremlett en Las Brigadas Internacionales (Debate). “Orwell tenía la ventaja de ser un simple soldado voluntario y, por tanto, no era uno de los pesos pesados entre los trotskistas extranjeros”, explica Tremlett a La Vanguardia. Aunque “corrió riesgo”, ese anonimato pudo salvar la vida del escritor, pero no evitó que algunos informes sobre sus andanzas en España elaborados por el espionaje ruso, el NKVD, y el servicio de inteligencia militar de las Brigadas Internacionales llegasen a Moscú.

Tremlett recuerda que “la experiencia española es el germen tanto de 1984 como de Rebelión en la granja y de Homenaje a Cataluña”. Y agrega que Orwell era consciente de que el Gran Hermano Stalin le estaba vigilando, lo que precipitó su huida de España, aunque “desconocía los detalles” de ese espionaje. El escritor había elegido amistades peligrosas. En su mayoría pertenecían al POUM, una formación antiestalinista y filoanarquista, en la que Orwell no llegó nunca a militar, pero que estaba apoyada por el Partido Laboralista Independiente (ILP), que era a ojos del autor británico la única fuerza «que aspira a algo parecido a lo que yo considero el socialismo”.

Su simpatía por el POUM llevó a Orwell a coger “un fusil y varios cargadores de munición”, que le facilitaron los anarquistas en el hotel Falcón de las Ramblas, y a participar en los combates en que se sumió la ciudad aquella primavera de 1937. “Enviaron a Orwell a la parte alta de las Ramblas, al tejado del teatro Poliorama, para defender desde allí la sede del POUM, que estaba situada enfrente (…) Pasó tres noches allí. El único disparo que efectuó fue para detonar una granada de mano que había caído rodando sobre la acera”. Salió ileso de esa experiencia y regresó al hotel Continental, pero cuando acabaron los enfrentamientos, que dejaron 218 muertos, Orwell ya no era el mismo y “cada vez que alguien llamaba a la puerta de su habitación, instintivamente echaba mano de la pistola”.

Orwell, que estaba destinado en el frente de Aragón, había pasado esos días tan ajetreados en Barcelona durante un permiso. Después volvió a las trincheras y, el 20 de mayo, le alcanzó el disparo de un francotirador. También en esta ocasión sobrevivió, pero la guerra ya se había convertido en una pesadilla. Le enviaron de nuevo a Barcelona, al hospital, e “hizo planes para salir de España cuanto antes”, señala Tremlett en el capítulo de Las Brigadas Internacionales titulado Sabotaje a Cataluña. El propio escritor confesó que “sentía un deseo abrumador de alejarme de todo. Del horrible clima de sospechas y odios políticos, de las calles atestadas de hombres armados, de los tanques aéreos, las trincheras, las ametralladoras. Los tranvías chirriantes, el té sin leche, la cocina aceitosa y la escasez de cigarrillos”.

Para entonces, el Gran Hermano ya se había puesto en marcha. “Habían empezado a espiarlo”. “Entre los que seguían a Orwell había varios brigadistas internacionales que habían sido destinados al siniestro servicio secreto de Stalin, el Naródny Komissariat Vnútrennij Del (NKVD, Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), cuyos jefes en España eran Alexandr Orlov y Naum Eitingon”. Esta organización reclutaba a brigadistas “diestros en el combate y dispuestos a entregar su vida por la causa”. Eran elegidos que “se alegraban de espiar, mentir o asesinar por el mismo ideal”. Se sometían a entrenamiento en escuelas de formación para guerrilleros. Uno de ellos, David Crook, “un judío londinense e izquierdista educado en una escuela elitista británica”, sería el encargado de seguir al futuro autor de 1984.

Tras instalarse en un hotel del Paseo de Gracia, Crook “se hizo pasar por un veterano desencantado convertido en periodista”, se afilió al sindicato de Artes Gráficas de la CNT y convirtió los hoteles Falcón y Continental en “su coto de caza”. “Allí robaba documentos, escribía sus informes y luego los pasaba en cafeterías o en lavabos del hotel, metidos entre las páginas de los periódicos, a su coordinador, un irlandés al que llamaban Sean O’Brien”. Los británicos del Falcón, como Orwell, “resultaron un objetivo sencillo”. Acostumbrados a las largas comidas y a las siestas españolas, “no solían volver hasta pasadas las cinco de la tarde”. Esos horarios facilitaron mucho la labor del espía soviético quien durante esas horas robaba documentos y los llevaba “al piso franco de la NKDV que regentaba una pareja de alemanes de mediana edad en la calle Muntaner”.

Crook devolvía luego los documentos y así culminaba su espionaje. Pero también encontró otras maneras de saber de las idas y venidas de los antiestalinistas. Forzó que lo detuvieran y lo metieran en una celda con amigos de Orwell con los que convivió durante nueve días. Tremlett relata que “no encontró prueba alguna de que estuvieran conspirando”, pero “eso no le provocó ningún malestar”. Y el propio espía reconoció que “a los ojos de los seguidores de Stalin (incluido yo mismo) […] los poumistas eran trotskistas y estaban ayudando al fascismo”. Sus informes sirvieron para poner en marcha la maquinaria represora del régimen soviético: secuestros con rumbo a Moscú de los que nunca se volvía o el horno crematorio de la checa de la NKVD en Barcelona fueron el siniestro destino de algunos de los simpatizantes del POUM.

Pero la sangre no llegó al río en el caso de Orwell. Crook no pudo hallar nada que comprometiera al escritor. Sí informó de cuestiones relativas a su mujer, Eillen Blair, que no eran más que un puro chismorreo. “Un informe sobre Blair que acabó en los archivos de seguridad de las Brigadas Internacionales afirmaba que la esposa de Orwell mantenía una relación íntima con [George] Kopp [el robusto comandante belga de Orwell]”. No se sabe si Eillen llegó a ser consciente de que su vida íntima se estaba aireando en alguna oficina de Moscú, pero sí estaba al tanto de que era objeto del espionaje comunista y tuvo ocasión de alertar a su marido.

Tras volver de nuevo de Aragón para recoger el alta médica y nada más entrar por la puerta del Continental, Orwell “se sorprendió al recibir un abrazo teatral de su esposa Eillen, que le siseó al oído. “¡Sal de aquí pitando!”. Durante su ausencia, el POUM había sido ilegalizado y muchos de sus amigos estaban en la cárcel. Habían hecho redadas en oficinas y hospitales, para luego clausurarlos. Andreu Nin [el líder del partido], tras negarse a firmar una confesión al estilo moscovita, fue asesinado en secreto (…) Policías de paisano irrumpieron en la habitación de hotel de los Blair, de la que se llevaron un diario y recortes de prensa y llegaron a incautarse de la ropa sucia de Orwell”.

Las noches siguientes, Orwell durmió entre las ruinas de una iglesia y en un edificio abandonado. “Al cabo de dos días, él y Eileen cruzaron la frontera con Francia en tren, sentados en el vagón comedor de primera clase –que acababan de reintroducir en los ferrocarriles españoles- fingiendo ser turistas británicos con posibles. Sus nombres aún no figuraban en ninguna lista de la policía de fronteras, por lo que, después de seis meses en España, Orwell volvía a estar en Francia”.

Fue medio año difícil, pero Tremlett destaca que “a pesar de todo, sus experiencias en España vacunaron a Orwell contra toda clase de totalitarismos. No solo dieron lugar a Homenaje a Cataluña (de la que solo se vendieron 900 ejemplares antes de que se reeditara más de una década después), sino también a Rebelión en la granja y 1984”. El equipaje del escritor en ese tren rumbo a Francia iba cargado de unas vivencias que Orwell pudo dejar como legado para la humanidad a través de algunos de sus personajes como Winston Smith o Napoleón.

LA VANGUARDIA