La opción que la cúpula actual de ERC elegiría se veía a venir, porque llega donde estamos condicionada por una serie de tácticas que en estos últimos años han desdibujado completamente lo que era este partido
Cuando los científicos plantean la hipótesis del viaje en el tiempo siempre aparece la paradoja de lo que pasaría si alguien viajara al pasado y, por ejemplo, asesinara a su abuela: esta acción haría imposible su existencia.
Hay varias explicaciones para salvar la paradoja, pero a mí siempre me ha gustado mucho, por la elegancia y simplicidad de la solución, la que Ígor Nóvikov y Kip Thorne llaman «principio de autoconsistencia». Estos dos científicos, y también el filósofo David Lewis, argumentan algo tan simple y elemental como que los humanos no podemos ser libres de hacer algo que es imposible, por lo que estamos atrapados en el presente por las acciones que hubo en el pasado. Que es, exactamente, el punto en el que se encuentra Esquerra Republicana de Catalunya.
Todo el mundo vio las caras que ponían los dirigentes del partido cuando anunciaron un preacuerdo que, según ellos mismos, casi nos ponía a las puertas de la libertad y de la felicidad eterna. Por eso, el contraste era evidente. Caras serias, de preocupación, de saber que haces algo que se te volverá en contra y te hará daño. ¿Qué ocurría? Que el pasado, su propio pasado, les ha atrapado.
De ERC –estando como está en medio de una situación especialmente complicada por la crisis interna que vive y los repetidos fracasos electorales– difícilmente podía esperarse algo distinto a lo que ha hecho. Y con esto no justifico nada; me limito a describir. Porque desde hace demasiados años está atrapada y condicionada por cuatro dinámicas, que, si bien la llevaron en un momento determinado a soñar que vivía la mejor época de su historia, pocos meses después la devuelven, al parecer, a los peores tiempos de su pasado. Son estas:
1. La lucha por la hegemonía. Que, más que lucha, podríamos llamar su obsesión por la hegemonía. Desde que en diciembre de 2014 Oriol Junqueras pronunció aquel discurso en el que se oponía al plan de Artur Mas para hacer la independencia, para Esquerra desbancar a los convergentes, primero, y Junts, después, ha sido una obsesión permanente, que explica algunas de sus decisiones más inexplicables. Solo en los momentos más culminantes de octubre de 2017 pareció que esta obsesión era dejada de lado, pero era un espejismo, tal y como se vio enseguida en las elecciones del 155 y su negativa a cualquier política de unidad a partir de entonces. Con las consecuencias evidentemente negativas que esto ha tenido para el proceso de independencia.
2. La práctica constante de una inversión lógica peligrosa consistente, en términos ideológicos, en poner siempre el arado por delante de los bueyes. Una actitud que, curiosamente, ha resaltado la subsidiariedad de los grandes partidos de los que decían querrer huir. En lugar de analizar la realidad del país y hacer propuestas a partir de esta realidad, Esquerra se ha especializado en estos años en lanzar debates, algunos de los cuales, alucinantes, pensados sobre todo para erosionar a sus competidores, tanto sean inteligentes como si no. Y lo ha hecho sin tener en cuenta cómo acabaría dañando su propia coherencia ideológica.
Buen ejemplo de ello es la progresiva disolución e incluso criminalización que Esquerra ha hecho del sentimiento nacionalista catalán, sin el cual no se explica que hoy puedan hacer presidente a un personaje como Salvador Illa, sin tener ningún remordimiento. Los malabarismos ideológicos que se han acostumbrado a hacer tanto en la cuestión nacional como en la de clase –por ejemplo, adoptar con entusiasmo la teoría de los conservadores sobre “el principio de realidad”– ha llevado al partido a un extremo de confusión en el que los principios y valores han dejado de tener peso y todo se ha relativizado.
3. El peso creciente del ‘sottogoverno’. ERC ha pasado en pocos años de ser una organización popular con militantes de base abnegados y admirables que se han pasado décadas trabajando por la independencia y la justicia social a ser un partido de cuadros que, con su crecimiento vertiginoso, ha necesitado llenarlo se de profesionales. En ese momento, según varios cálculos, al menos una tercera parte de los militantes del partido recibe algún tipo de compensación económica por su actividad política. Que en el caso de altos cargos de instituciones como la Generalitat y las diputaciones puede llegar a equivaler a cuatro sueldos de una persona normal y corriente. Las antiguas juventudes del partido y los politólogos de formación diversa, especialmente, han cambiado el modelo y los intereses de la formación.
4. El autoritarismo y el cierre grupal. En buena parte por el motivo anterior, pero no sólo, Esquerra ha experimentado estos últimos años un gran cierre sobre sí misma que ha reforzado un muy disimulado proyecto autoritario que ya venía de antes. Autoritario respecto a la sociedad. Han creído que podían modelar el país desde el poder y a la fuerza y, peor aún, que todo valía para conseguirlo. Lo que lamentablemente ha sido demostrado con las aberrantes prácticas de desinformación y manipulación informativa que han salido a la luz estas últimas semanas.
Desde el partido –y, más grave aún, desde el govern y jugando con el dinero de todos–, Esquerra ha intentado presionar a la sociedad y condicionarla en su favor, y así ha generado los anticuerpos que eran de esperar entre mucha gente que les era muy cercana y que se ha ido alejando, asustada por lo que veía. En definitiva, han construido una visión del mundo en la que o estás absolutamente de acuerdo con todo lo que hacen, por más inexplicable que sea, o pasas a ser un enemigo que se creen con derecho a aplastar utilizando las prácticas más abyectas y sin escrúpulos. Una dosis constante de victimización les ha servido a menudo para frenar las críticas –aducir que no son legítimas, que todo el mundo les ataca o refugiarse en ese infantil “y del otro, ¿qué me dices?”– pero ya no está claro que les funcione.
Todo ello ha hecho que la decisión sobre el futuro govern no pueda ser otra que la que han tomado, y que muy probablemente será avalada por un partido muy dependiente y controlado, en el que coexisten estratos muy distintos entre los militantes –ni con mucho todo el mundo es igual ni piensa igual– pero en el que el poder está tremendamente concentrado en un solo tipo de gente.
Con los resultados en la mano, Esquerra tenía que optar entre hacer president a Salvador Illa o ir a elecciones en octubre –porque hacer presidente a Puigdemont no dependía de ellos ni era viable, tal y como se ha visto. Pero tras la enorme bofetada electoral que implicó bajar de 33 escaños a 20 cuando tenían el govern y la presidencia, acudir a otras elecciones –además, en medio de una guerra civil abierta entre sectores– era una apuesta peligrosa para el partido, por mucho que fuera buena para el país. Que sí era buena para el país. Pero, además, unas nuevas elecciones en octubre implicaban reforzar al president Puigdemont y por ahí no pasarían en modo alguno. Antes, con el demonio.
Por tanto, con los principios y los valores a un nivel mínimo, obsesionados e incluso enrabietados por la pérdida evidente, y seguramente irreversible, de la hegemonía independentista, con la presión del ‘sottogoverno’ para continuar en sus lugares y continuar con las prebendas y convencidos como lo están, aunque, manipulando los medios y controlando el relato pueden lograr lo que sea, la opción que adoptarían era muy obvia.
Otra cosa muy distinta es qué les pasará y qué consecuencias tendrá sobre un partido histórico del catalanismo un paso tan trascendental y definitivo como este que dan ahora. Que va a depender mucho de si hay una rebelión de las bases o no. Pero esto, en cualquier caso, será motivo de otro editorial.
VILAWEB