El responsable de la excavación donde se halló la pieza a Larrahe, una divinidad vascona, destaca la relevancia del descubrimiento y de la inscripción que contiene
Agirre destaca que el hallazgo es consecuencia de años de trabajo con el vecindario de Larunbe. Oskar Montero
Hay oficios que comportan momentos inolvidables. Juantxo Agirre (Tolosa, 1965) no olvidará el 27 de agosto de 2022, fecha en la que se halló el ara. Desde 2010 llevaban una investigación en la cima de Arriaundi, junto a Larunbe. Doce años después, llegó un descubrimiento que le llena de emoción. Un ara, escondida en los restos del fondo de un pozo de una ermita románica. Una pieza de piedra, encargada por una mujer que vivió en el siglo I llamada Valeria Vitella, dedicada a la divinidad vascona Larrahe. Algo casi mágico en un paraje natural poderosamente bello. Como un regalo de la tierra, una cápsula del tiempo, un pozo de los deseos.
¿Por qué este hallazgo?
–Para los vecinos de Larunbe el monte de Arriaundi es su referencia. Nos habían llamado porque sabían que ahí había una ermita llamada San Gregorio. El sitio nos pareció muy especial. La cumbre tiene una explanada. Nos centramos en excavar la ermita. Al tiempo nos dimos cuenta de que estábamos ante una construcción religiosa no de finales del XVIo principios del XVII, sino medieval. Aquello era un monasterio románico, gemelo de San Miguel de Aralar zaharra. Lo veíamos en la distancia, de cima a cima. Construido entre 1075 y 1100.
Un descubrimiento ya de por sí importante.
–Sí, mucho, porque en décadas no se había encontrado algo parecido. Nos hemos centrado estos años en trabajar con la comunidad de Larunbe, de 67 vecinos, haciendo una arqueología social.
En auzolan.
–Con una dirección arqueológica, poquito a poco. Nos fueron saliendo monedas, del siglo XII hasta de finales del siglo XVIII. También algunas de época romana y pequeños fragmentos de cerámica antigua.
Buen presagio, ¿y de repente?
–El 27 de agosto de 2022 estábamos excavando y salió la parte superior de un pozo. Lo fuimos vaciando. Ese día teníamos una paella cerca del yacimiento. Solemos invitar a un especialista para que nos dé una pequeña conferencia. Ese día el invitado era Joseba Asiron. Entonces de la excavación apareció una piedra con una especie de moldura, e identifiqué al instante un ara romana. Cualquier alumno de primero de Historia los sabe. Cuando vimos que estaba escrita fue un momento muy emocionante. Un mensaje escrito del pasado es muy importante.
¿Por qué una pieza así estaba ahí?
–Las cumbres son zonas divinas, mágicas o religiosas. Valeria era una mujer que había pedido algo a la divinidad, y se le había concedido, así que encargó la pieza.
Nos data a una mujer. Ahí es nada.
–Con nombre y apellido, Valeria Vitella (ternera). Ella dedicó a su divinidad este pequeño altar de calcarenita, el mismo material del entorno geológico del monte. Era una ciudadana romana.
En el siglo I después de Cristo.
–Entre el año 50 y el 100, por la tipología de la forma del ara, por el tipo de escritura, por la fórmula de ofrecimiento, y porque este tipo de divinidad aparece en esos momentos.
Una divinidad vascona.
–El ritual y el altar es romano. La moda de hacer una pieza de piedra a una divinidad con algo escrito, con un hueco en la parte superior, para la ofrenda y para quemar algo de incienso. Era un ritual extendido en todo el Mediterráneo. Lo escribió todo en latín, pero la divinidad era indígena vascona, Larrahe.
¿Qué información teníamos de esa divinidad?
–Otras tres menciones, en torno a la zona de Lizarra. Lo que no sabemos es si Valeria estaba alfabetizada y si entendía el latín. Se lo dedicó a su divinidad vascona, pero desconocemos si sabía leer o hablar latín.
Y un día la pieza acabó en un pozo.
–Cuando ya se perdió esa creencia religiosa o vinieron otras se echó al fondo de ese pozo. Fue entre el siglo I y el XI, pero de manera algo ‘cuidadosa’, depositada con la escritura hacia abajo. Encima tenía todo el escombro del siglo XI, de cuando se comenzó a construir el monasterio. Sellada, como el tapón de una botella de champán. Pero no sabemos en qué siglo se echó, ni tampoco el motivo. Nos genera muchas preguntas. ¿Fue parte de un ritual o por rechazo a dioses paganos? En el mundo romano hay muchas esculturas que se echaron a pozos. No lo sabemos.
El texto es en latín. No hay problemas en el descifrado.
–Concuerda plenamente con todo lo que la historiografía e investigadores como Koldo Mitxelena, Joaquín Gorrochategui o Javier Velaza han venido estudiando durante décadas. Pero encontrar un nuevo testimonio escrito de esta época da más datos para poder ir asentando un modelo de trabajo, de las primeras palabras relacionadas con el euskera antiguo o el vascónico.
¿Cuál es esa conexión en este caso?
–Entra de lleno con los primeros testimonios del vascónico o del vasco aquitano que se han conocido durante los últimos 120 años. Por cómo se construye la dedicación a la deidad Larra. Esa ‘h’, ese a quién, nos lleva directamente al idioma vascónico. Este altar tiene 150 años menos antiguo que la Mano de Irulegi, que es un signario vascónico inspirado en el ibérico. Pero el ara ya es latina. Aquí la presencia romana ya está consolidada, y trajo entre otras cosas estos rituales religiosos, donde pervivieron las deidades más antiguas.
En estos casi dos años desde su hallazgo, el ara ha sido examinada.
–Habiendo aprendido del proceso de la Mano de Irulegi, a los minutos de aparecer el ara lo pusimos en conocimiento de la sección de arqueología del Gobierno de Navarra, y el mismo día la depositamos en el almacén arqueológico del Gobierno, pese a que el director de la excavación arqueológica tiene el derecho a tener los materiales durante un año para estudiarlos. Pero consideramos que debido a la importancia del descubrimiento el mejor lugar era bajo la custodia del Gobierno de Navarra.
¿Es la edad de oro de la arqueología? ¿El contexto actual es idóneo?
–Esto se debe, en primer lugar, a que hay capital humano. Un grupo de jóvenes arqueólogos, que se han formado en la universidad, han trabajado en yacimientos de Navarra, están haciendo sus tesis doctorales, y a los cuales se les ha insuflado pasión e ilusión por esta época. Con la ayuda de ayuntamientos como Aranguren, Arce, Burguete, Espinal, Larunbe, etcétera, se lleva investigando durante muchos años. Desde 2007, por ejemplo, con el apoyo del Valle de Aranguren, y en Larunbe desde 2010. No hay casualidades, sino la consecuencia de una estrategia arqueológica que con pocos recursos y mucha voluntad se ha mantenido gracias al apoyo de las comunidades locales y a que tenemos una universidad pública que además de formarnos académicamente, nos aporta becas predoctorales y posdoctorales.
Escuchando solo cómo recuerda el hallazgo, se percibe la gran alegría e importancia de lo encontrado.
–Somos un pueblo con poca memoria escrita. Que nos salgan estos documentos es algo de primero orden, muy importante. Nos han surgido dos elementos que siempre están en la cuneta de la historia, pero que van juntos: la mujer y el euskera. En la documentación oficial no suelen salir, y aquí aparecen en la misma piedra de hace 1.900 años, lo que nos señala que la realidad de nuestro pasado es mucho más compleja y rica de lo que pensamos, y que no se puede entender la historia de Navarra sin la presencia de la mujer y sin la presencia del euskera.
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