No existe ningún ejemplar en el Estado y fueron escritas por Pierre Victor Cayet de Palma en 1584 para Henry el Bearnés, entonces rey de Navarra y, posteriormente, también de Francia
Aritz Otazu y Mikel Zuza posan en el libro adquirido por el primero. Oskar Montero
“Rara” y “bonita”. Así es L’Heptameron de La Navarride, obra escrita en 1584 y publicada en 1602 por Pierre-Victor Cayet de Palma, consejero de Henry el Bearnés, que fue solo rey de Navarra antes de ser monarca de Francia. La peculiaridad de este volumen, del que no existe ningún ejemplar en el Estado y solo hay otros cinco conocidos en el mundo, es que es una traducción al francés y trasladada a verso de la emblemática Crónica de los Reyes de Navarra que Carlos, Príncipe de Viana, comenzó a escribir en 1454, durante su cautiverio. Un documento del que los historiadores expertos “no tenían noticia”, afirma Aritz Otazu, responsable de la editorial Mintzoa, que adquirió el ejemplar a través de un contacto que, a su vez, se hizo con él en una subasta de París.
Mikel Zuza, historiador navarro especialista en la figura del Príncipe de Viana, desconocía la existencia de un libro como este. Aritz Otazu le consultó para certificar su autenticidad. “Cuando me llamó y me lo contó, me sorprendió mucho”, admite. En su opinión, su mayor valor reside en que, a través de este texto, Pierre-Victor Cayet de Palma pone a Henry III frente a su antepasado, el Príncipe de Viana, “para que no olvide los territorios que pertenecen al Reyno y, por tanto, de los que él es soberano, ya que se mantiene la independencia de la Baja Navarra y el Béarn”. Y es que Henry heredó el trono de su madre, Juana III de Albret, en 1572 –hija de Enrique de Albret– y fue rey de Navarra, título que mantuvo cuando fue coronado como monarca de Francia en 1589 (como Henry IV). Desde entonces y hasta su asesinato en 1610 a manos del fanático católico François Ravaillac. Y es que, si algún legado dejó, fue, sobre todo, su “apuesta por la tolerancia religiosa”, señala Zuza. No en vano, desde que era muy joven luchó –“fue uno de los últimos reyes en ir al frente con su espada”– en las conocidas como guerras de religión que asolaron el país vecino durante gran parte del siglo XVI. Él combatió en el bando de los hugonotes (protestantes), ya que su madre lo había educado en la fe calvinista, aunque para obtener la corona de Francia se convirtió al catolicismo. En 1598, “acabó con estas guerras” con el Edicto de Nantes, que declaró “perpetuo e irrevocable”, y por eso se le conoció como Enrique el Grande o El Pacificador, tal y como destacó Begoña Pro en Una muerte honrosa, primera entrega de una trilogía promovida por Mintzoa en torno a esta figura.
Detalle del libro, con una referencia al Reyno de Navarra. Oskar Montero
Además de ser el predilecto de los monárquicos galos, “es el rey que más respetan los republicanos de Francia”, donde está considerado, en general, como uno de los mejores monarcas de su historia. Sin embargo, su hijo, Luis XIII, padre del Rey Sol (Luis XIV), unió en 1620 los territorios navarros al resto de Francia, perdiendo la independencia que le restaba al viejo Reyno.
Casi 20.000 versos
Por eso es tan “importante” el hallazgo de este libro de P. Cayet de Palma, “porque se encargó de recordar a Henry III de dónde venía y cuáles eran sus territorios; igual que hizo el Príncipe de Viana en sus textos cuando reclamó sus derechos dinásticos”, comenta Zuza. Y Otazu añade: “El volumen tiene mucho valor también por el tremendo interés que pone en este tema un tipo francés al que esta historia ni le iba ni le venía y que tradujo las crónicas y las convirtió en casi 20.000 versos”.
Pierre-Victor Cayet de Palma primero fue nombrado por Henry III pastor de su hermana, Catherine, y en 1584, consejero del rey, cuando parece que cayó en sus manos la Crónica de los Reyes de Navarra de Carlos de Viana, escritas más de un siglo antes (1454). “Era un hombre cultísimo que fue profesor de Lenguas Orientales en el Colegio de Navarra de la Universidad de París y que publicó más de 40 libros”. Tuvo “una gran influencia” en el monarca, hasta el punto de que, al igual que este, se convirtió al catolicismo y también murió en 1610, unos meses después del magnicidio. “Tenía auténtico interés en la historia de Navarra, porque, además de traducir esos textos, en el volumen añadió otros en los que habla de Jaime Vélaz y de la resistencia de Amaiur”, incide el editor, asombrado por la defensa de alguien que no era navarro por una historia “que aquí ni conocemos ni valoramos lo suficiente”, y eso que “me río yo de Juego de Tronos al lado de nuestros reyes”.
Para Mikel Zuza, el volumen tiene un valor añadido en cuanto a que no solo mantiene en Henry III el interés por el Reyno, sino que sirve, asimismo, para conservar viva la memoria del Príncipe de Viana. “Él mismo indicó que su crónica iba a tener cuatro partes, pero solo se conservan tres”. Si apareciera la cuarta, “sería el santo grial de la bibliofilia navarra”, subraya el historiador, que, en su biografía sobre el príncipe (El hombre que pudo reinar, Pamiela), encontró un documento en Pau que recogía las críticas de los agramonteses hacia el aspirante al trono navarro “por haber escrito una crónica en la que alababa a los que lucharon contra su padre”, y por fechas, “eso demuestra que esa parte existe”.
El volumen se volvió a encuadernar en el siglo XVIII o XIX. Oskar Montero
Proteger el patrimonio
Ahora, el destino de este documento está por decidir. Mintzoa se dedica a la obra de bolsillo, el facsímil y la compraventa de libro antiguo. “Este se venderá, no hay otro en el Estado, pero si alguna institución está interesada, tendrá prioridad”, destaca Aritz Otazu, que recuerda uno de los objetivos del sistema de archivos del Gobierno foral: custodiar, conservar y difundir los fondos de las instituciones del Reyno de Navarra.
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