El historiador acaba de publicar ‘La unidad de España como valor político. Una arqueología intelectual’ (Editorial Afers)
Antoni Simon i Tarrés (Girona, 1956), catedrático de historia moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha publicado ‘La unidad de España como valor político. Una arqueología intelectual’ (Editorial Asuntos). Es un trabajo minucioso y documentado, en el que explora cómo ha evolucionado el concepto de la “unidad de España”, cómo se ha manipulado, cómo se ha sacralizado hasta el punto de convertirlo en un valor “pre-jurídico y pre-político”. Con Simon, exploramos la mirada a un pozo oscuro y hondo que abarca de la edad media hasta 2017. En su excavación, dice, “hay algunas cosas que ya estaban anunciadas en estratos anteriores. Y no eran precisamente estratos democráticos”.
— La confusión entre Castilla y España, o entre la castellanidad y la españolidad, ¿cuándo empieza?
— En la época medieval. Sobre todo a partir del siglo XIII, una serie de cronistas castellanos identifican a Castilla con la antigua Hispania gótica. La Corona de Castilla era la más poblada y extensa del ámbito hispánico. Entonces eran batallas preeminenciales, pero ya existe cierta correspondencia entre un hegemonismo castellano y el imperial nacional. Con altibajos, esto continúa en la época bajo medieval y comienzo de la época moderna. El momento decisivo es a finales del siglo XVI, cuando la inteligencia castellanocortesana construye un concepto propiamente político de España. España como patria natural.
— ¿Por qué tiene la necesidad de construir este concepto?
— Estamos en la primera fase de formación de los estados modernos. Existe un debate sobre qué tipo de Estado será viable. La mayor parte de los teóricos, entre ellos Giovanni Botero, muy influyente en el pensamiento contrarreformista español, dice: “Lo viable es un Estado medio unido y cohesionado”. Consideran que las grandes monarquías, los grandes imperios dispersos, como el hispánico, no serán viables, ni las pequeñas unidades políticas, que ya se ve que serán absorbidas. Aquí, España se proyecta como un Estado moderno incipiente, pero también se ve que esto tiene un peligro de disgregación: ya ha habido una serie de revueltas internas, y la revuelta de los Países Bajos, y en 1640 volverá a haber un ciclo en Cataluña, Portugal y Nápoles. La idea de patria natural, de unidad y cohesión, surge para hacer viable la monarquía hispánica.
— Aquí, en ese momento, había dos modelos de Estado distintos.
— Un modelo de tendencias absolutistas, el del centro castellanocortesano, y un modelo constitucionalista, propio de la Corona de Aragón, muy parecido a las tradiciones republicanas, no en la forma de gobierno sino en la limitación del poder arbitrario, de tener sistemas institucionales con contrapesos políticos. Este proyecto de patria natural elaborado por la inteligencia castellano-cortesana, que incluye toda la península, tiene el modelo castellano y el constitucionalista. La conversión de una parte en el todo, de Castilla en el todo, se realiza desde este modelo castellano.
— ¿Cómo es que la inteligencia castellanocortesana logra que la idea de la unidad predominante sea la de la Corona de Castilla?
— Las monarquías compuestas, los estados segmentados, solían tener un centro político. En el caso de la monarquía hispánica, era Castilla. ¿Por qué Castilla se convierte en el corazón político de la monarquía hispánica a mediados del siglo XVI? Fundamentalmente, porque la estructura imperial transoceánica la dirige el centro castellanocortesano. Los recursos americanos, sobre todo los metales preciosos que vienen de América, están vinculados a Castilla. Los imperios se construyen sobre todo con crédito. Los monarcas españoles tienen una parte de este oro y plata. Esto atrae a una gran parte del capitalismo internacional a operar con Castilla, y la corona española puede tener acceso a crédito.
— ¿Y la Corona de Aragón no tiene forma de contrarrestarlo?
— Sí, pero el gobierno de la ‘res publica’, de lo público de la época, no debemos leerlo con las gafas actuales. Cataluña tenía un sistema fiscal propio, unas instituciones propias. Lo único era que el titular de la soberanía era común para todas las partes. Por tanto, esto no se formulaba tanto como una relación entre la Corona de Castilla y la de Aragón, sino como unas relaciones entre el centro, un poder castellano-cortesano con unos intereses dinásticos-patrimoniales y de reputación, y unas partes de la monarquía que estaban en la periferia política, cuyos intereses a menudo no coincidían con los del centro político.
— Hay un punto de inflexión en esta relación, que es 1640. ¿Cómo se transforma la idea de la unidad de España a partir de ese momento?
— Es un momento importante. Es el primer choque, la primera ruptura político-militar. Hasta entonces, el proyecto de la inteligencia castellanocortesana no era una realidad política ni institucional. Sobre todo en la etapa del conde-duque de Olivares se intenta que este proyecto dé pasos. El problema militar causa una ruptura y esto deriva en una desconfianza en las relaciones entre el centro y la periferia. Después de 1652, sigue habiendo una ocupación militar del territorio. Olivares dice que hay que acabar con “la sequedad y la separación de los corazones”, pero pasa al revés.
— ¿Y entonces?
— Normalmente, la relación entre el poder y los súbditos se gobierna por tres factores, puede haber una integración por tres causas: el consenso, los intereses económicos y la coerción. En aquel momento, el consenso desaparece. Por el contrario, la guerra ha sido larga y sangrienta, medio civil y medio extranjera, por la intervención francesa. Los vínculos de capital en aquellos momentos eran escasos, quedando la coerción. De hecho, en la historia de Cataluña, podríamos decir que hasta los años treinta del siglo XVII existe una fase, y después hay otra de coerción y de ocupación militar.
— ¿La fase de coerción que comienza a partir de 1630 dura hasta hoy?
— Hasta cierto punto, creo que sí. En el problema de los alojamientos de tropas de esa década, hablamos de una presencia de tropas considerable. 10.000, 12.000. En la Guerra de los Segadores continúa. Luego está la Guerra de Sucesión. En los años inmediatamente posteriores, existe una presencia militar entre 30.000 y 40.000 tropas. Después baja un poco, pero en el siglo XIX están los gobernadores militares, están los bombardeos de Barcelona. Sí, puede decirse que esto tiene un largo recorrido. Actualmente, los instrumentos de coerción quizás no pasan exactamente por ahí, pero una cosa es la violencia y otra la coerción. La coerción tiene más variados instrumentos y contra Cataluña ha tenido una larga duración.
— Otro punto de inflexión: el Decreto de Nueva Planta, de 1716.
— La Ilustración vinculada al poder borbónico profundiza en la unidad a partir de la idea de un carácter español. Ilustrados catalanes, como Capmany, creen que el desenlace de la Guerra de Sucesión ya apenas tiene marcha atrás. Por supuesto, nos ponemos en los ojos de personas del siglo XVIII. ¿Qué ocurre después de 1714? Que existe una nación subordinada, Cataluña, y una nación dominante, Castilla. Más tarde, a principios del XIX, con el liberalismo gaditano, existe la esperanza de que haya una nivelación, pero no es así. La constitución de Cádiz es de cabeza española pero de cuerpo castellano, porque se realiza a remolque de las leyes castellanas. Esta dialéctica nación dominante-nación subordinada no desaparece.
— ¿Es entonces cuando se generaliza la idea unitaria de España?
— Diría que es sobre todo a partir del estado liberal, a mediados del siglo XIX, y después con la emergencia de los nacionalismos. Estoy en desacuerdo con las tesis de aquellos historiadores, por otra parte bastante reconocidos, que hablan de una débil nacionalización española durante el siglo XIX. La hubo y fue importante. Cuando surgen los nacionalismos subestatales catalán, sobre todo, y vasco, existen unas reacciones muy fuertes. Entonces quizá sea el momento más culminante.
— ¿Es en 1812 el primer momento en que se habla de indivisibilidad?
— Podríamos decir que es cuando la nación española queda jurídicamente definida. Pero no surge de la nada. Los diputados de las Cortes de Cádiz realizan toda una lectura historicista; es más, sustentan la constitución de 1812 en que existe una historia española común de alguna manera.
— El nacionalismo español está construido en contraposición a los nacionalismos de dentro del propio Estado, en lugar de externos. ¿Es esto una excepción en Europa?
— Mi conocimiento sobre Europa oriental es más escaso. Si hablamos de Europa occidental, el caso español tiene importantes diferencias con el francés, el alemán y, de alguna manera, el británico. Cuando estas potencias poseen grandes imperios, España pierde casi todos sus vestigios imperiales. Esto hace que haya un repliegue, un temor explicidado de que después de Cuba y Filipinas venga Cataluña y haya una descomposición del territorio peninsular. Pero, al mismo tiempo, se mantiene una mística imperial nacional. Para algunos, una mística imperial nacional fáctica -en África, sobre todo-, pero para casi todos es moral, civilizadora, de espíritu. Esto robustece enormemente esta idea de unidad nacional española. Uno de los textos que me han hecho reflexionar más es de Ramiro de Maeztu, que lo dice de una forma muy clara: «El espíritu es antes que el ser». Miremos la constitución española actual, el artículo 2 dice: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española». Y nada se dice sobre esta unidad: ni el qué, ni el cómo, ni el cuándo. Es un valor, un espíritu, un alma.
— Explica que Ortega y Gasset decía que “Estado y nación deben estar fundidos en uno”, pero, en cambio, también dice que el Estado no es fruto de una previa entidad etno-cultural, sino que es el Estado el que debe nivelar las diferencias internas. Es decir, que el Estado es quien se inventa la nación.
— Utiliza la palabra ‘trujamán’, intérprete. Es el Estado quien interpreta, quien hace la nación. Pero al mismo tiempo dice que Estado y nación deben ir de la mano porque, si no, puede haber disgregación. Además, dice que el Estado, para ser, debe imponerse. No sólo por la razón: si es necesario, por la coerción y por la fuerza. Considera la violencia como un factor de estatalización. Estas ideas de Ortega son muy influyentes tanto en las izquierdas como en las derechas españolas y, pese al carácter laico de Ortega, en ciertos sectores neocatólicos. Llegan a todo el siglo XX e incluso al XXI. Cree que la unidad del Estado debe mantenerse sea como sea.
– Es una legitimación de la destrucción cultural.
— No sólo. Algunos autores dicen que en Ortega están las semillas del fascismo. E incluso sus discípulos propiamente fascistas, como Giménez Caballero, le reprochan que después, en la época republicana, no fue consecuente. La influencia de Ortega en el pensamiento falangista es importantísima y reconocida. Los referentes fundamentales del fascismo español, como Ramiro Ledesma y Primo de Rivera, se reconocen como discípulos de Ortega.
— La huella de este pensamiento en el españolismo más conservador es muy visible, pero dice que también la deja en su izquierda.
— Por un lado, se habla de una izquierda falangista influida por Ortega. Y si miras en los años de la transición, se ve cómo las izquierdas asumen la idea de que la soberanía española es algo metapolítico, metajurídico, que no se puede debatir ni discutir. Lo dice claramente Felipe González, ya antes de la constitución del 78, que esto no se discute. Y después de la constitución del 78, también. Lo dice Rajoy y se dice en clave parlamentaria muchas veces. No sólo son declaraciones de diario. Se da a la soberanía española una dimensión prejurídica y prepolítica.
— Ocurre que, en la transición española, cuando la izquierda española renuncia a la autodeterminación, las élites catalanas también la dejan de lado porque consideran que es más viable pactar con el Estado español o explorar otras opciones.
— En el caso de la transición, y tengo conocimiento de causa porque en mi etapa como estudiante tuve una militancia política, los partidos de izquierda, como el socialista y el comunista, cuando se acoplaron a los partidos españoles, hicieron esta renuncia al derecho de autodeterminación y que Cataluña fuera un sujeto político. En aquellos momentos, las opciones independentistas eran minoritarias, pero no así el convencimiento político de que Cataluña era un sujeto político y que tenía derecho a la autodeterminación. El filólogo Josep Morán, que también estaba allí, lo dice: “Nos vendieron por un plato de lentejas”. Salvo Pallach, Pallach defendía la autodeterminación y que el Partido Socialista debía ser de obediencia catalana, no española.
— ¿Es esta renuncia lo que hace que después, en la etapa actual, la idea de la unidad de España se considere preexistente a la constitución española y la represión del Estado español en 2017 se considere legitimada?
— Sí, por supuesto. La legalidad constitucional que se deriva del 78 trae esto. En la sentencia del estatuto de 2010. Es cierto que hay unas lecturas jurídicas que podrían haber ido por otro lado, pero fueron por ahí. En la transición, este legado ideológico clave del franquismo triunfa política, jurídicamente. Y existe un traspaso de todas las estructuras del Estado franquista a la etapa democrática. Además, a diferencia de Italia y, sobre todo, de Alemania, no existe ninguna lectura crítica sobre qué ha sido este pasado reciente de la dictadura, ni tampoco del pasado lejano. Hablo de transición política y también de transmigración ideológica. La transición política es un gran engaño. La personificación de esto podría ser quien se llamaba la musa de la transición entonces, Carmen Díez de Rivera, hija biológica de Ramon Serrano Súñer y amiga íntima tanto del jefe de estado, Juan Carlos, como del presidente del gobierno, Adolfo Suárez, de quien fue jefe de gabinete.
— ¿La idea de la unidad de la nación como algo pre-político es lo que hace que los movimientos que hace Cataluña para tener más margen dentro del Estado español sean considerados separatistas?
— Es cierto. Tenemos un ultranacionalismo español que cuando se mira en el espejo no se ve nacionalista. Ya lo dice Primo de Rivera: «No somos nacionalistas, somos españoles». Por supuesto, si tú no eres español en un sentido nacional, identitario, para ellos eres antiespañol. De ahí esa radicalidad, esa agresividad, que te dificulta mucho el diálogo político. Ya no hablo de la independencia. Dificulta el diálogo político y conduce al conflicto.
— Buena parte de la intelectualidad española, ¿prioriza la unidad de España antes que la libertad de los ciudadanos? ¿Es una consecuencia de ello?
— Para muchos intelectuales, agentes y políticos españoles, se ha visto que la unidad de España es su máximo valor político, y no otros. Ni la libertad, ni el pluralismo. También hay que decir que en la intelectualidad española hay juristas, filósofos, historiadores o politólogos que también lo han denunciado. Ramón Cotarelo, Carlos Taibo, Xacobe Bastida –profesor de filosofía del derecho de la Universidad de Ovieu, que tiene unos escritos muy contundentes–… En el fondo, es una dimensión que no sólo se ha dicho ahora, en estos últimos años, por la cuestión independentista. En 1921, cuando Ortega escribe ‘La España invertebrada’, Luis Araquistáin Quevedo, un intelectual socialista, escribe ‘España en el crisol’. Dice muy claramente que el valor de la unidad de España debe estar subordinado a la libertad, y que si los catalanes proponen un contrato con España y no funciona, lo primero es la libertad. Ocurre que era una excepción. Esto es minoritario.
— Y sigue siéndolo, por mucho que los argumentos evolucionen.
– El concepto de unidad de España se reelabora, se adapta. Un caso muy claro es todo este discurso que hacen sectores como los Federalistas de Izquierda, el jurista Francisco de Carreras, etc., que dicen que hay que entrar en un sistema federalizante. Lo revisten de valores universales que después deberían confluir en una Europa federal. Son defensores a ultranza de la constitución del 78. La constitución del 78 ni una sola vez cita la palabra “federal”. De hecho, por su arquitectura jurídica, de desarrollo del estado autonómico, queda anulada cualquier estructura federal. De modo que estos defensores a ultranza de la constitución del 78 predican una federalización que va contra los mismos principios de la constitución que defienden. Esto es Ortega y Gasset: el Estado nación, no lo tocamos, pero federándonos con Europa. Esto también es un engaño.
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