Hace unos días, 60 años después del estreno de ‘Mary Poppins’, la Junta Británica de Clasificación de Películas decidió que la película ya no puede considerarse apta para todos los públicos, sino que debe ser sometida al control parental para los menores de 8 años. Todo ello por el uso de una palabra peyorativa por parte del personaje del Almirante Boom hacia un pueblo nómada del suroeste de África, a los que los colonos holandeses llamaban ‘khoikhoi’, es decir, ‘tartamudos’. Ya no es que para mí ‘Mary Poppins’ sea intocable, que lo es, aunque me parezca una pérdida de tiempo hilar tan fino en las clasificaciones, que en efecto es una cósmica pérdida de tiempo: es que mientras cada día estamos más advertidos de la corrección política en la creación artística, y mientras cada día se juzga más una obra por su impoluto tratamiento de todos los conflictos culturales, sociales o de género, pronto nos daremos cuenta de que hemos asesinado una categoría de personaje esencial en cualquier ficción: el malo. El equivocado. El imperfecto.
Ya sé que sólo son recomendaciones y guías, que no están poniendo multas o llamando a la policía. Éste no es el tema: el tema es si un menor de 8 años es capaz de distinguir entre el Almirante Boom y su abuelo, entre Mr. Banks y su propio padre, entre Mary Poppins y la canguro de los sábados. Ya saben ustedes que la respuesta es que sí. Pero preguntémonos sobre el origen del problema: como ocurrió recientemente con la obra ‘Cacophony’ de la Sala Beckett, en la que aparecía un jugador (inventado) del Espanyol que (figura que) ha sido acusado (y absuelto) de violación, lo que está en peligro aquí no es la imagen de ningún club ni de ninguna persona real sino algo tan valioso, y también tan temido, como la ficción. El bien a proteger es el hecho creativo, puesto que, por mucho que en el caso de la película se quiera proteger (como bien superior) la sensibilidad del menor de 8 años, precisamente un menor de 8 años que lo que necesita es ejercitar su propia sensibilidad. Es decir, protegerse de la hiperprotección, si no quiere perderse el Universo. Lo mismo pienso, sinceramente, en lo que se refiere al acceso de los menores a la pornografía: no me gusta, me hace sufrir y hay que procurar fortalecer las (seguramente ilusorias) prohibiciones en las edades más prematuras, pero la verdad es que confío casi ciegamente en la capacidad de un preadolescente para entender que esos personajes, esos actores, sólo buscan provocarle. Sacudirle, excitar su imaginación y la fantasía, aunque sea por la esquina oscura (o, como mínimo, turbia). Luego podremos hablar de los excesos, claro. Pero, en cuanto a los accesos, por sí solos son bastante inofensivos. Ya lo eran cuando comprábamos revistas guarrras en los quioscos, sin ningún control parental.
No se pueden poner límites a la fantasía: ésta es mi conclusión. Puede dar vergüenza, puede ser inadecuada, dolorosa, ofensiva, retorcida y de mal gusto, pero estos son los fantasmas que nos ayudan a imaginar hipótesis e irrealidades. No sé si Jesucristo resucitó o no, ni quiero saberlo, porque lo cierto es que como ficción (llena de tortura y antisemitismo, para más inri) lleva más de dos mil años funcionando de maravilla. Dios también me gusta más, como relato, que aquel que empieza con el mono y termina con los gusanos. No se pueden poner límites a la imaginación porque es imposible (iba a decir ‘físicamente imposible’ pero es aún más que esto: es espiritualmente imposible) y, además, poco saludable. Inútil, y empobrecedor. Aquí es donde estamos hoy, en un realismo mal entendido que intenta proteger las cosas que nos rodean de las que podrían rodearnos. Todo ello es absurdo, es de un “qué pone en tu DNI” escandaloso, gravitacional, mediocre y castrante que intenta que, cuando subamos a las nubes, a los sueños o a las pesadillas, no nos alejemos mucho del suelo. Tenernos bien atados, en definitiva.
En la deliciosa película ‘Saving Mr. Banks’, que va precisamente sobre la producción de la película ‘Mary Poppins’, vemos cómo Walt Disney discute con la autora de la novela de quien ha comprado los derechos, la estirada escritora P.L. Travers: ella argumenta que Mary Poppins es, precisamente, lo contrario del sentimiento y la fantasía. Una canguro para poner en el suelo los pies de los niños. Disney le responde que Mary Poppins es la única persona que no le ha decepcionado en la vida. Porque todos tenemos un Mr. Banks, un villano o un equivocado, que sí nos decepciona. Y lo que hacemos quienes escribimos historias es poner orden, y también fe, en la vida a través de la imaginación. Y para poder hacer esto, el mal nos es imprescindible.
ARA