No sé cómo se puede gobernar bien Cataluña y hacer la independencia ‘alhora’ (‘a la vez’), cómo proclaman Jordi Graupera y Clara Ponsatí en el vídeo que han lanzado para llamar a la gente a la conferencia que harán el 23 de abril. Quiero conocer su respuesta porque yo, sinceramente, parto de la idea de que no se puede sin quedar atrapado en el procesismo.
Es cierto que, nos guste o no, y a muchos no nos gusta, el panorama político que nos ha dejado el procesismo nos condena a volver a rehacer las costuras en la relación representantes-representados que reventaron después del 1-O, y esto lleva tiempo. Siempre he dicho que yo no veo la forma de realizar la independencia sólo desde fuera de las instituciones que, ciertamente, son autonómicas y por definición nos van en contra. Se necesita un poder político como mínimo a favor del clamor en la calle y en un momento dado contra estas mismas instituciones, y esto a corto plazo no se consigue, porque nadie logra saltar de la nada a la mayoría absoluta o a condicionar al resto de partidos para que se comprometan con ellos.
¿Qué se hace, en el Parlament, mientras tanto? ¿Cómo se trabaja por la independencia desde la oposición? ¿Qué hilo conductor puede adoptarse? Esta es la cuestión que Graupera, Ponsatí y cualquiera que se presente a las elecciones al Parlament como independentista debe responder. Y después de escuchar a Ponsatí en TV3 afirmar que son necesarias estructuras nuevas independentistas “de largo plazo” me surgen muchas dudas, porque hay un montón de incentivos en la política catalana para que los representantes políticos hagan que este largo plazo sea cuanto más largo mejor.
La idea de primarias, que muchos de los que me leen sabrán que defendí desde el comienzo, precisamente pretendía hacer que la gente dispusiera de una herramienta no sólo de elegir a los mejores políticos posibles para representarnos sino también para fiscalizarlos una vez en las instituciones si no hacían lo que se habían comprometido a hacer. Pero se topó con (al menos) dos inconvenientes.
El primero, y más obvio, fue que era una propuesta bastante etérea, que no podía anclarse en las estructuras de un sistema político que va en la línea contraria. Es un sistema que limita muchísimo la acción política de los votantes, reduciéndola prácticamente a algo, votar cada cuatro años. La efectividad de una iniciativa de este tipo, pues, depende del voluntarismo y las bases de primarias, como las de otros partidos, no somos inmunes al sectarismo.
El segundo inconveniente, derivado del primero y probablemente el más importante, es que la cultura política de este país necesitaba mucho tiempo para hacer suya esta iniciativa (si lo llegaba a hacer alguna vez). Lo que pienso que buscaba la mayor parte de la gente no especialmente apasionada de la política era simplemente alguien diferente a quien votar. Era tan fácil como esto. Lo demuestra también la trayectoria de Podemos. Y si querían esto, era mejor que fuera alguien conocido, porque por el contrario se necesitaban muchos más recursos, que en una iniciativa nueva son ya por naturaleza escasos, para darlo a conocer. Si Jordi Graupera era quien más opciones tenía, pues, de ganar las primarias, estos dos inconvenientes hacían que lo fácil sería haber presentado candidatura directamente, fuera en Barcelona o después, en 2021, en el Parlament de Catalunya. Porque en política, como en todo, generalmente todo lo que es importante, cuesta conseguir, pero no necesariamente todo lo que cuesta conseguir es importante.
En ‘Alhora’ pueden haber encontrado la respuesta al segundo inconveniente. La abstención en las elecciones españolas puede reflejar muchas cosas, pero sobre todo refleja que el electorado independentista está huérfano de representantes. Lo que no está tan claro es que también refleje que estaría dispuesto a renunciar a votar para sacudir el sistema autonómico, habiendo nuevas iniciativas que antes no estaban presentes. Independientemente de que haya quien piense que una iniciativa de Clara Ponsatí, que forma parte de una generación de políticos que no puede considerarse nueva ni libre de pecado. Una Ponsatí que ya vio en primarias los inconvenientes que digo, desde el principio, y que al final fue la única en el Govern que tuvo la decencia de plantarse ante la policía en su colegio electoral el día del referéndum y ha hablado siempre claro, esto es lo que queda en el subconsciente del votante medio.
Son gente, este votante medio, que no se quedará de por vida esperando a que se alineen los astros para que cien personas impolutas sin pasado político, algo que no ocurrirá tampoco con la lista de la ANC, registren una asociación de electores, obtengan 50.000 avales en Barcelona y logren darse a conocer con una mano delante y otra atrás. Porque quizá antes de que pase los socialistas ya habrán acabado de pasarnos la apisonadora españolizadora por encima.
Además, sí hay cosas nuevas en esta iniciativa, porque si no, no sería precisamente lo que más se ha comentado en las redes y en los medios de comunicación: la gente, para escuchar su propuesta tiene que pagar una entrada. En otras palabras, se asegura, en cierto modo, que sólo asistan los que reciben con tan buenos ojos esta propuesta que están dispuestos a sufragar su acto inaugural. Esto no lo vemos en nuestro país. Ningún partido llenaría un teatro de gente que no tenga a sueldo o quiera hacer pagar la entrada. Y esto también confirma que no cuentan con padrinos ni el abrigo del sistema, que habrían pagado el acto para llenarlo más fácilmente. Quizás esto es la única garantía a la que se pueden acoger sus simpatizantes para asegurarse de que no entrarán fácilmente en la rueda procesista. Al fin y al cabo, ni siquiera una lista de gente anónima puede garantizarlo, porque si entras en el Parlament, la travesía del desierto en la oposición te aleja de tu actividad profesional hasta, tal vez, un punto de no-retorno que te influye para quedarte.
Lo que tengo más claro es que el hecho de que haya más competición por hacerse con el voto independentista es positivo, y de momento es la única garantía de fiscalización que tenemos, la que ofrece el sistema (sí, español), de base. Es lo que motivó que hubiera referéndum en 2017: el miedo a quedar por detrás del otro. En un momento en que todos los actores políticos con representación han confluido en el reformismo español, y por tanto han formado un oligopolio, hay más opciones que tengan que volver a poner la independencia en el centro, o que, por el contrario, tengan que defender la pacificación de forma desacomplejada, con los costes que ello pueda acarrear. Será entonces cuando seremos tratados un poco más como adultos, y esto es un paso imprescindible para poder elegir de forma realmente libre a gobernantes que realmente no se echen atrás si se comprometen a hacer la independencia.
EL MÓN