José López Zabalegui N.G.
Tal vez tuviera en mente el lema de los infanzones de Navarra, Pro Libertate Patria, gens libera state (en pro de la libertad de la patria, sea la gente libre), una divisa de defensa del territorio y las instituciones seculares de Navarra frente a los intentos de atraer al Viejo Reyno hacia la órbita de dependencia política de la Casa de Champaña y de la dinastía Capeta, cuando José López Zabalegui (Irurre, 1869) decidió defender los derechos históricos que como navarro le asistían y denunciar los intentos uniformizadores del gobierno de España que, a través de su ministro de Hacienda, el liberal Germán Gamazo, buscaba variar unilateralmente el régimen privativo del territorio de la Lingua Navarrorum, sólo parcialmente recogido en la Ley Paccionada de 1841.
Y lo hizo a su manera, pues para ello tenía “mando en plaza” sobre un grupo de soldados destinados en el fuerte Infanta Isabel, fortificación de gran importancia en las Guerras Carlistas y situada en un montículo cercano a Gares o Puente La Reina. Era el 1 de junio de 1893 y aquel joven sargento del Regimiento de Infantería de Cantabria, de 24 años, barba lampiña, aire marcial y pequeña estatura (1,58 metros), se alzó en armas acompañado de dos soldados, vecinos de Obanos: José Etxeberria Goñi y Eusebio Santamaría Choperena. Al grupo se unió inicialmente el civil Antero Señorena y poco después, otro joven procedente de Gares. El lema del pequeño grupo insurreccional no podía tener más arraigo en Navarra: “ ¡Vivan los Fueros!”
La pequeña partida militar, cuya acción, tal como expresa el catedrático Ángel García Sanz, fue calificada por las autoridades y las formaciones políticas de “calaverada descabellada”, no disponía, a pesar de los temores de Madrid, de apoyo ninguno y tras establecerse en las cercanías del pequeño municipio de Arraitza (valle de Etxauri), finalizó su sentimental y patriótica aventura tan sólo dos días después. Tras rendirse algunos de sus componentes en Gares y Arraitza, Zabalegui, Etxeberria y Santamaría lograron huir. El sargento fuerista se escondió en Uxue (merindad de Olite) y, posteriormente, fue conducido, camuflado en un carro de paja, al otro lado de la frontera a través de Luzaide-Valcarlos.
Francisco Vara del Rey y Rubio, comandante del Primer Batallón del Regimiento de Infantería de América número 14, había dictado orden de detención contra los fugados, acusados de un delito de rebelión. Los detenidos, tras ser condenados por un tribunal militar recibieron el apoyo de la propia Diputación de Navarra, quedando libres al poco tiempo. Dicha circunstancia nos habla del enorme arraigo social y popular de la causa fuerista en una coyuntura convulsa de ataque español al autogobierno, desde que el ministro Gamazo presentó en Cortes un proyecto de ley presupuestaria que buscaba aplicar en Navarra “las contribuciones, rentas e impuestos que actualmente rigen y las que por la presente ley se crean en las demás provincias del Reino [de España]”.
El fugaz levantamiento del fuerte de la Infanta Isabel fue la versión armada de una masiva protesta ciudadana que, tomando el nombre de Gamazada, se convirtió en un gran movimiento de defensa foral. Un movimiento que tuvo en el Gernikako Arbola del bardo urretxuarra Iparragirre uno de sus principales himnos y que vio extenderse un amplio sentimiento de solidaridad y colaboración entre territorios hermanos, sintetizado en el concepto del Laurak Bat. Gamazo había intentado implementar el “café para todos” y violentar el carácter pactado y bilateral de las relaciones económicas entre Navarra y España; la respuesta navarra no se hizo esperar. Las calles se llenaron de manifestaciones y los representantes institucionales tuvieron que batirse el cobre. Arturo Campión, que en 1877 participó en la creación de la Asociación Euskara, pronunció las siguientes palabras en el parlamento español: “Estamos asumiendo un capítulo nuevo de la historia que nos muestra a los vascones defendiendo su territorio, su casa, su hogar, sus costumbres, su idioma, sus creencias (…) El estado legal de Navarra se escuda en un pacto (…) y que una de las partes contratantes no puede alterar, modificar, ni derogar”.
Finalmente, y a pesar de que, en su empecinamiento, Gamazo aprobó en Cortes los presupuestos estatales, la tensión social generada –que llevó a pensar a la reina regente María Cristina en la posibilidad de una guerra– y la firmeza de los representantes institucionales de Nafarroa, hicieron que las pretensiones igualitaristas españolas fueran, por lo menos, aparcadas de momento. En marzo de 1894, Germán Gamazo fue depuesto de su cargo ministerial, en medio de fuertes enfrentamientos con el líder de su formación política (Partido Liberal Fusionista), Práxedes Mateo-Sagasta.
Más allá de difusas noticias sobre su trabajo en París en un circo, no se sabe demasiado de la vida en el exilio de José López Zabalegui. Tras volver después de muchos años a su querida Nafarroa, se retiró en la pequeña localidad estellesa de Arellano, próxima a la cumbre de Jurramendi o Montejurra, monte histórico en el que el 17 de febrero de 1876, las tropas leales a Alfonso XII vencieron a los carlistas partidarios del pretendiente a la corona Carlos VII.
Desde allí, en 1934, incólumes sus principios patrióticos y atento a la actualidad política de su tierra, que pasaba entonces por momentos de incertidumbre en cuanto al mantenimiento de sus libertades, escribió el 11 de agosto una sentida carta a su amigo, el alcalde de EAJ-PNV de Estella Fortunato Agirre, que lideraba la Comisión de Alcaldes de Navarra en lucha por defender la foralidad, mostrando al tiempo su máxima solidaridad con los representantes municipales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, preferentemente abertzales, socialistas y republicanos de izquierda, que trataban de conformar un frente amplio en defensa de los Conciertos Económicos de los territorios históricos vascos.
La misiva de Zabalegui decía así: “Querido paisano. He leído tus manifestaciones en El Día de San Sebastián [periódico que dirigía el abertzale lesakarra José Lekaroz], así como los acuerdos de la Comisión de alcaldes, de Navarra de la que formas parte como presidente de la Merindad de Estella a la que yo también pertenezco. Te felicito de todo corazón. Viejo y retirado el sargento López de Zabalegui ya no puede hacer más que eso: felicitarte con todo calor. No sé por qué, pero me estoy figurando que estamos en los momentos aquellos de la Gamazada, cuando yo, entre ser soldado y ser navarro, opté por lo último. Viví emigrado, fui condenado dos veces a muerte tuve ocasión de recibir las ayudas a las que debo la vida, de los ilustres hombres que se llamaron Jaurieta y Aranzadi aquí en Navarra y del que Dios haga vivir muchos años en Vizcaya, don Ramón de la Sota. Entonces, como ahora, había en Navarra muchas divisiones políticas. Pero ante los Fueros fuimos todos uno, como tú, amigo Fortunato, dices en El Día. Yo no puedo ofreceros a los alcaldes de Navarra mi esfuerzo, ni mi vida porque no valen nada. Pero tengo un nombre honrado; estuve dispuesto a dar mi vida por Navarra y por sus Fueros en la Gamazada y hoy puedo daros ese nombre mío, lleno de amor a mi tierra, para que podáis decir a los alcaldes que aquí, en el rincón de Arellano, tu pueblo natal, vive viejo, retirado, el sargento López de Zabalegui que ofreció su vida por lo que ahora queréis defender vosotros y que pide a Dios que os dé salud para trabajar con todo entusiasmo por nuestros Fueros. No cedáis a promesas y halagos de Madrid. Cuando sabe defenderse, Navarra triunfa siempre. Si sois fuertes triunfaréis también vosotros. Pero si fueseis cobardes o traidores a Navarra que caiga la maldición sobre vosotros porque no seréis dignos del nombre glorioso de este antiguo Reino. Haz el favor de saludar a la Comisión de alcaldes de mi parte. Diles quién soy y cómo pienso, y felicítales por su decisión de salir al campo a defender el honor y los derechos de Navarra”.
Tras la lectura de esta carta, no hay duda de que el bravo patriota López de Zabalegui hubiese vuelto a entonar una y otra vez el himno Valientes Euskaldunas que el Orfeón de Pamplona ofreció a los diputados navarros que en febrero de 1894 acudieron a Madrid a negociar con España la libertad de su pueblo: ¡Vivan los Fueros santos que la Vasconia logró alcanzar, viva quien los defienda con pecho noble sin vacilar!
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