La investigación historiográfica moderna lo considera sospechoso del envenenamiento de su yerno para lograr el trono
Foto: Museo del Prado
Burgos (Corona castellanoleonesa), 25 de septiembre de 1506. Felipe de Habsburgo, esposo de la reina Juana —mal denominada «la Loca»—, yerno de Fernando el Católico y conocido en la historiografía española como Felipe el Hermoso, moría en la casa-palacio del Cordón, propiedad de Bernardino Fernández de Velasco —condestable de Castilla— y de su esposa, Juana de Aragón y Nicolau, hija nacida ilegítima —y posteriormente legitimada— del rey Fernando el Católico. Felipe murió, oficialmente, debido a un señor constipado que evolucionó a pulmonía. Pero desde el primer momento cernió la sospecha de que había sido envenenado por Bernardino y Juana, siguiendo las órdenes de Fernando. Y esta sospecha lo persiguió siempre.
Representación de Barcelona (1572) / Fuente: Cartoteca de Catalunya
La muerte de Felipe
Según la versión oficial, Felipe habría enfermado tras jugar un partido de pelota y sudar como un condenado en un trinquete sombrío y frío, que habría desembocado en una devastadora pulmonía de nefastas consecuencias. Según las fuentes documentales oficiales, dicho partido de pelota se había jugado el 16 de septiembre; al día siguiente, tenía fuertes dolores musculares; cuatro días más tarde, su situación había empeorado notablemente y escupía sangre; y pasados nueve días, se precipitaba su muerte. La desaparición de Felipe ponía las fichas de la sucesión castellanoleonesa, de nuevo, en la casilla de salida. A Fernando se le brindaba, de nuevo, la oportunidad de ocupar en solitario el trono de Toledo, que había sido su gran ambición desde la muerte de Isabel.
La muerte de Isabel
Pero para entender esa historia debemos remontarnos dos años. El 26 de noviembre de 1504, había muerto Isabel la Católica, reina titular de la Corona castellanoleonesa. El testamento de la Católica era muy claro: el trono castellanoleonés pasaba a su hija Juana. Pero Fernando, que en Toledo nunca había sido otra cosa que rey-consorte, maniobró para relevar a su difunta. Las cortes castellanoleonesas, temerosas del Católico, de la gente que le rodea y de sus métodos, lo rechazaron proclamando la histórica cita «Viejo catalanote, vuélvete a tu nación». Y Fernando recogió velas, pero no renunció a su plan. Volvió a Barcelona, y desde la distancia puso en marcha su plan.
Traslado del cuerpo de Felipe al panteón real de la Catedral de Granada / Fuente: Museo del Prado
La muerte de Juan
Fernando era rey de la Corona catalanoaragonesa desde la muerte de su padre y antecesor, Juan II (1479). Sin embargo, con anterioridad ya era rey-consorte de la corona castellanoleonesa por la victoria del «partido aragonés» en la guerra civil castellana, que había culminado con la coronación de su esposa Isabel (1474). Isabel y Fernando, durante sus treinta y cinco años de unión matrimonial, habían tenido cinco hijos: cuatro chicas —Isabel, Juana, María y Catalina— y un chico —Juan—, destinado a heredar el conglomerado hispánico. Pero la muerte prematura de Juan (1497) en brazos de una fogosa Margarita de Habsburgo (la hermana pequeña de «Felipe el Hermoso» y de la que se decía que era ninfómana) había alterado radicalmente la hoja de ruta de la política hispánica y las prioridades de Fernando.
¿Por qué Fernando quería ser rey de la corona castellanoleonesa?
La muerte de Juan sin descendencia impedía el viejo sueño de Fernando: que un Trastámara reuniera las dos principales coronas peninsulares. En cambio, Juana y Felipe ya habían engendrado a dos candidatos al trono hispánico —Carlos (el futuro emperador) y Fernando. Ambos eran nietos de Fernando e Isabel, como lo habrían podido ser los hipotéticos retoños del heredero Juan si hubiera sobrevivido a los excesos de Margarita. Pero no eran Trastámara, sino Habsburgo. Y este detalle patronímico, que en nuestro mundo actual es una soberana tontería, en ese contexto histórico tenía mucha importancia. Por ello, desaparecidos el heredero Juan y la reina Isabel, el plan de Fernando pasaba por asumir, en solitario, el trono de Toledo (el de Barcelona ya lo tenía) y engendrar a un nuevo sucesor Trastámara.
Mapa de la península Ibérica (1508) / Fuente: Cartoteca de Catalunya
Las maniobras de Fernando
Fernando el Católico no había sido nunca santo de la devoción de las oligarquías castellanoleonesas. Su origen extranjero (aunque su lengua materna era la castellana) y su séquito (sus temibles «consejeros en la sombra» catalanes y valencianos) generaban una enorme desconfianza, que se puso especialmente de relieve tras la muerte de Isabel (1504). Pero, por la falta de apoyos, tuvo que recular y esperar una mejor ocasión. El 27 de junio de 1506, en Villafáfila (Corona castellanoleonesa) firmaba un acuerdo con Juana y Felipe donde reculaba. Y tres meses más tarde, el 25 de septiembre de 1506, en Burgos, se precipitaba una muerte que beneficiaba enormemente su estrategia, es decir, que le brindaba dicha esperada mejor ocasión.
Despejar la ecuación
Los historiadores castellanos que han estudiado la figura de Fernando coinciden en que el Católico «nunca dejó un cabo suelto». En Villafáfila renunció a su proyecto (después se demostraría que de forma transitoria). Pero no se marchó sin lograr incapacitar a su hija para gobernar. Juana, que sufría una enfermedad mental causada por el acoso psicológico que le habían infligido el suegro y los cuñados en Flandes, y que se había agravado notablemente con una venérea contagiada por Felipe, desaparecía de la ecuación con el avaricioso entusiasmo del marido y con la perversa maniobra del padre. Tres meses más tarde, era Felipe quien desaparecía de la ecuación, y el trono de Toledo —y las atemorizadas aristocracias castellanas— quedaban a manos de un temible Fernando.
Representación de Burgos (1564) / Fuente: Cartoteca de Catalunya
La investigación moderna
La investigación moderna no ha podido confirmar el envenenamiento de Felipe. Pero la mayoría de los historiadores actuales afirman que la secuencia y el detalle de los hechos que relata la versión oficial plantea muchas dudas. Sobre todo cuando esta versión oficial parte del entorno directo de Fernando (se redactó en una casa «amiga» por parte de médicos cercanos a una causa «amiga»). En este punto, los historiadores también insisten en que el Católico siempre tuvo una mejor relación (más próxima y más afectuosa) con los hijos ilegítimos (los legitimó y les procuró una posición y un futuro) que con los retoños de la Católica, que solo eran piezas de su particular tablero de ajedrez de política internacional. ¿Fernando el Católico o Fernando el Envenenador?