«¿Qué sentido tiene que sean los partidos independentistas quienes propongan un referéndum para decidir si España iba a ser monarquía o república?»
Todas las campañas electorales tienen un punto de espectáculo, incluyen una imagen, una frase, un gesto, unas palabras que salen de la normalidad formal porque adquieren cierto carácter estrambótico, diferente, que no encaja con el discurso dominante, generalmente aburrido, triste y previsible. La inmediatez, la fugacidad, el carácter mortecino de cualquier noticia al ritmo vertiginoso de la época contemporánea, con la ayuda inestimable de medios de comunicación y redes sociales, favorecen la teatralidad de algunas promesas electorales, en el sentido de que parecen estar más pensadas para llamar la atención del destinatario y suscitar comentarios de reacción de sorpresa entre la gente que para que se conviertan en realidad algún día.
Hay muchos tipos de promesas electorales, a menudo carentes de toda credibilidad, impensables ya desde el minuto cero, llamativas por demagógicas, por lo que, a veces, da la impresión de un concurso de disparates para ver quién la dice más gorda. Pero también de tan extrañas, inusitadas, inesperadas, que, lógicamente, acaban por acaparar el interés de quien las lee o las escucha. Durante la última campaña electoral para constituir las Cortes españolas de la monarquía, hubo un par de fuerzas políticas que prometieron que promoverían la convocatoria de un referéndum, no de autodeterminación, sino para decidir si España debía seguir siendo una monarquía o debía convertirse en una república.
En principio, todo hacía pensar que las fuerzas en cuestión debían tener un par de características que las identificara claramente: debían ser partidos de izquierda o, al menos, progresistas, o, al menos, liberaldemócratas, y, lógicamente, debía tratarse de organizaciones políticas españolas que, de forma muy legítima, se planteaban qué forma de Estado era la más conveniente para su país. Aparentemente, sólo podría tratarse del PSOE o de Sumar, dado que en España no hay ningún partido parlamentario liberal o de centro democrático.
Pero no, no era el caso. He aquí que quien quería hacer un referéndum para decidir si España debía ser monarquía o república eran nada menos que los dos partidos independentistas vascos y catalanes más importantes actualmente. Tuve que leer la información más de una vez, convencido de que se trataba de una noticia falsa, de una ocurrencia dolorosa o de una simple broma de mal gusto. No lo era. Lo insólito en la historia del independentismo internacional, mundial, universal, cósmico, interplanetario, galáctico, los partidos que figura que quieren separar su país de un Estado, España en este caso, se plantean elegir en referéndum cómo debe ser el Estado del que quieren separarse. Una decisión, ésta, francamente “novedosa”, que dicen ahora.
La verdad es que hace tiempo que no entiendo nada. Que se me hace difícil comprender afirmaciones y promesas, movimientos y pactos, declaraciones y decisiones, que parecen ser más el resultado de una improvisación pura y dura, por falta de argumentos superiores, propuestas constructivas e iniciativas necesarias, al margen de toda lógica y cualquier estrategia rigurosa, quizás porque, lamentablemente, no hay ninguna. Más bien debe tratarse de lo que un amigo independentista corso me definió, en cuanto a ciertos dirigentes de todos los niveles, con una relación de dependencia laboral absoluta con sus siglas, del ‘duro deseo de durar’, de lo que aquí la sabiduría popular resume con esta frase: ‘ir tirando’.
Un proceso de emancipación nacional es, antes que cualquier otra cosa, nacional. No es lo mismo, no es idéntico, no es igual que cualquier otro, ni por la forma, ni por el fondo, ni por el ritmo, ni por el lenguaje, ni por el calendario, ni por el perfil social de los soportes que recibe, ni por la historia nacional que cada país arrastra en su combate, ni por la estrategia nacional que sigue cada uno, de acuerdo con su propia realidad… ¡nacional! Por eso se me hace incomprensible esta propuesta estrella lanzada en plena campaña electoral y me pregunto, más allá de seguir fielmente la estrategia nacional que conviene a alguna otra formación no catalana, más allá de hacerse simpáticos a la izquierda española, suponiendo que ésta exista, ¿qué sentido tiene que sean los partidos independentistas los que propongan esto?
Si, en serio, quieren separarse de España, ¿qué motivo hay para preocuparse si el Estado del que quieres dejar de formar parte debe ser de una u otra forma cuando lo más urgente es dedicar todos los esfuerzos, ideas e ilusiones a pensar, imaginar, preparar y decidir cómo queremos que sea nuestro Estado nacional independiente? ¿Qué modelo de derechos sociales, laborales y fiscalidad tendrá? ¿Habrá unos principios básicos en cuestiones de género y climáticas? ¿Será una república federal o confederal? ¿Qué territorio tendrá que abarcar? ¿Qué tipo de vínculos reales, no sólo de hermandad lírico-filológica, habrá de tener con el País Valenciano y las Islas Baleares? ¿De qué forma debemos enfocar, con inteligencia, mano izquierda y efectividad, la cuestión de la Catalunya Nord? ¿Qué ocurre con la Franja? ¿Cómo tratamos el tema de un Estado miembro de la ONU como Andorra?
En fin, no me imagino a los cubanos José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y el catalano-cubano Josep Miró Argenter, que querían separarse de España, como los filipinos Emilio Aguinaldo, Andrés Bonifacio, José Rizal, Marcelo del Pilar y Melchora Aquino, que luchaban por lo mismo en su país, proponiendo un referéndum para saber si España debía ser una monarquía o una república, precisamente porque lo único que les interesaba es que sus naciones fueran un Estado independiente sin vínculo alguno de soberanía con España.
También diría que ni Éamond de Valera, Michel Collins, James Connoly, Kevin Barry, Cathal Brugha, Thomas Clarke o Terence MacSwiney, patriotas irlandeses, nunca se les habría pasado por la cabeza anunciar un referéndum para que el Reino Unido de Gran Bretaña escogiera si quería continuar su existencia como reino o bien optaba por la república, teniendo en cuenta que su objetivo era la independencia de Irlanda, fuera del Reino en cuestión.
Ni tampoco los independentistas vietnamitas Ho Chi Minh, Võ Nguyên Giáp, Nguyen thi Dinh, Le Duna y Pham van Dong, ni los argelinos Ferhat Abbas, Ahmed Ben Bella, Hadj Ahmed Messali, Hocine Aït Ahmed, Ramdane Abane, Krim Belkacem o Mohammed Boudiaf, o bien los tunecinos Habib Burguiba y Salah Ben Yusef, o bien los marroquíes Mohamed Allal al-Fassi Ben Barka o Ahmed Balafreh, ni los cameruneses Ruben Um Nyobé y Félix-Roland Moumié o bien los malgaches Jacques Rabemenanjara, Jean Ralaimongo, Joseph Raseta y Philibert Tsiranana que luchaban por independizarse de Francia y no por saber si ese Estado debía ser una monarquía o una república.
Lo mismo podríamos decir de los angoleños Agostinho Neto, Mário de Andrade, Viriato da Cruz, o Lúcio Lara, de los mozambiqueños Eduardo Mondlane, Samora Machely Marcelino dos Santos, así como de Amílcar Cabral y Rafael Barbosa de Guinea Bissau o de Arístides Pereira de Cabo Verde, en relación a la convocatoria de un referéndum en Portugal del que luchaban por separarse. E igualmente de los indios Mahatma Gandhi, Subas Chandra Bose y Jawaharlal Nehru y del pakistaní Muhamad Alí Jinna con respecto al futuro del Reino Unido. Y del congoleño Patrice Lumumba que lo que corresponde a la forma de Estado de Bélgica.
En fin, felizmente, del referéndum insólito no se ha vuelto a oír ni pío y estaría bien que así fuera en el futuro, al menos por parte de los propios promotores. El futuro de España, monarquía, república, marca registrada o federación de fútbol, deben decidirlo los españoles y nadie más. Nosotros, bien mirado, ya tenemos trabajo suficiente para decidir qué queremos ser cuando seamos mayores, suponiendo, claro, que seamos capaces de acelerar nuestro proceso de crecimiento nacional. Que no es imposible.
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