Hay pocos libros que deben considerarse imprescindibles para entender una época y Harry Frankfurt, que acaba de morir a los 94 años, escribió uno. ‘On Bullshit’ es uno de los textos de filosofía política imprescindible ahora mismo para entender cómo funciona la producción de gentuza y la miseria intelectual de nuestro tiempo. En el mundo de las ideas filosóficas, Frankfurt era un personaje original por muchas razones, empezando por el hecho de que fue un niño adoptado, un soldado en la II Guerra Mundial y de los pocos universitarios y filósofos analíticos que se abrieron al estudio de la sociedad aplicando las herramientas de la sociología y combinando el estudio de la lingüística con la filosofía moral. Además, escribía textos breves y claros, por lo que no se puede pedir más.
Fráncfurt nunca tuvo la dimensión pública de otros pensadores de la izquierda liberal y ni siquiera se interesaba especialmente por las cuestiones políticas concretas. Su campo de trabajo fue otro. Estudió específicamente la cuestión de la deshonestidad como herramienta retórica especialmente destructiva de las relaciones humanas y como instrumento que destruye la confianza hasta hacer imposible la vida en común.
Su concepto central, ‘bullshit’ (literalmente “mierda de toro”), se puede traducir de varias maneras. Es el engaño, la tomadura de pelo, la deshonestidad, la palabrería, la tomadura de pelo o la animalada. Pero sería un error identificar a ‘bullshit’ con mentira, porque el mentiroso se propone engañar y lo hace conscientemente. Quien se dedica al ‘bullshit’ tan sólo quiere herir, dejar caer insinuaciones y crear mala mar. En este contexto, la verdad ni siquiera importa y por eso para Fráncfort el ‘bullshit’ es más grave que la mentira, porque provoca un estado social irrespirable, manipula el lenguaje y hace imposible diferenciar entre lo cierto y lo falso.
Es significativo que el texto, inicialmente publicado en 1986 en una revista académica, no fuera conocido y debatido ampliamente hasta que apareció en forma de libro con letra grande en 2005 bajo la presidencia de Bush hijo y justo al inicio de la guerra civil en Irak, un ejemplo de ‘bullshit’ de primer curso. Los tiempos estaban seguramente maduros para entender que la manipulación política había hecho imposible que la opinión pública pudiera distinguir la verdad de la falsedad -y no sólo en política internacional. Cuando las emociones ocupan por completo el espacio de la razón el debate político se vuelve estéril. Es la hora de la demagogia que corroe las democracias. Vender humo al por mayor ha sido un negocio espléndido desde que el trío de las Azores (unos personajes con artículo en la Wikipedia española) lo convirtió en el núcleo de la política realmente existente.
Quien produce ‘bullshit’ no considera importante cómo sean (o cómo dejen de ser) los hechos; ésta es una circunstancia que resulta indiferente. Tan sólo interesa torcer la voluntad de quien te escucha y enredar lo que está claro. La argucia funciona porque, según Harry Frankfurt, la voluntad, más que la razón o la moral, era el aspecto definitorio de la condición humana y, acojonando al personal, la mala voluntad siempre se impone sobre la descripción honesta de la realidad. Por decirlo en términos más europeos, “el relato” (la palabrería más banal) hace imposible la verdad y los “hechos alternativos” ocupan el lugar de los hechos reales. En las “vidas de mierda” que provoca el engaño compulsivo, la retórica lo coloniza todo.
Además, refutar las tomaduras pelo es cansado y mucha gente opta por no hacerlo por no ponerse al nivel de los idiotas. Como la cantidad de tiempo que se necesita para refutar una estupidez o una manipulación es infinitamente superior a la necesaria para vomitarla, a veces parece un trabajo inútil y los mentirosos ganan por incomparecencia de las personas decentes.
Incluso existe una técnica retórica que se llama “ametralladora de falacias” y que se enseña en todas las escuelas de negocios, que consiste en acumular mentiras en los primeros minutos de un debate para descolocar el adversario. No hace mucho la aplicó Feijóo en el debate con Pedro Sánchez y le ganó cómodamente.
Dado que sin información no hay identidad ni voluntad, la manipulación o la información sesgada producen ciudadanos estúpidos que no saben diferenciar lo cierto de lo falso. Cuando se esparce mierda y parcialidad deshonesta y ya no se puede disponer de una información razonada, dejamos incluso de ser responsables de nuestras decisiones. Simplemente percibimos el mundo como un sitio desesperante y hostil. De la misma manera que no se debe culpar a una persona por golpear a alguien si este comportamiento fue el resultado de un espasmo muscular involuntario en el brazo, tampoco se puede considerar que las decisiones tomadas bajo la presión de una deshonestidad estructural sean realmente democráticas porque no están tomadas en condiciones informadas.
Cómo se aplican y qué efectos tienen estas consideraciones en nuestra sociedad no es necesario explicarlo. Es demasiado obvio. ¿A qué vendedor de humo votarán ustedes?
EL TEMPS