Tras los terremotos que asolaron parte de Turquía y Siria en febrero, el PKK, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, declaró una tregua unilateral. Ahora, después de las elecciones presidenciales en Turquía, ha vuelto a las armas.
Kurdistán, la nación sin Estado más grande del mundo en población y en territorio, se encuentra dividido en cuatro estados: Turquía, Irak, Siria e Irán. Estos estados no son tan antiguos como el español o el francés, pero desde que existen han intentado ser un Estado nación como los europeos, es decir que todos los habitantes compartan una misma lengua y una misma identidad nacional. Y, por tanto, han querido que los kurdos dejen de serlo para pasar a ser iraquíes, iraníes o turcos. No lo han logrado mucho y esto se debe, en buena medida, a la geografía. En un mundo que puede parecer plano, donde parece que el territorio ya no importa porque podemos conectarnos con quien queramos independientemente de dónde se encuentre, la geografía todavía importa, y mucho. De hecho, condiciona la política y no puede cambiarse. Por ejemplo el camino más sencillo para cruzar los Pirineos y, por tanto, para conectar la Europa Occidental con la península Ibérica y África, es a través del puerto del Portús, en La Jonquera. En la época de los romanos ya era así y dos mil años más tarde sigue siéndolo.
En el libro ‘La venganza de la geografía’, Robert Kaplan explica una anécdota muy ilustrativa. En un viaje desde Bagdad hacia el norte, después de horas y horas de trayecto por el desierto, ven las montañas en el horizonte y el taxista kurdo le dice: «Sin montañas no hay kurdos». Las montañas han ayudado a los kurdos a protegerse militarmente y a resistir la asimilación cultural. No hace falta haber estudiado en la academia militar para darse cuenta de que para cualquier ejército es más fácil avanzar por la llanura que por las montañas. Pero las montañas también han ayudado a los kurdos a preservar la cultura y la identidad, ya que es más difícil llegar allí.
La situación de los kurdos en los cuatro estados es distinta en casi todo: el reconocimiento, la autonomía, la economía o los partidos políticos que los representan. La política, siempre y en todas partes, no depende sólo de lo que uno haga, sino también de lo que hacen los adversarios y los enemigos. En este sentido, no se puede analizar la situación de todo el Kurdistán «en general» como no se puede analizar la situación de los Països Catalans «en general» sin tener en cuenta que el nivel de autonomía, la situación de la lengua o los partidos mayoritarios son muy diferentes en el País Valenciano, en Andorra o en la Cataluña Norte, por poner algunos ejemplos.
En Turquía es donde está la población kurda más numerosa, ya que viven más de la mitad de los 40 millones de kurdos que existen en el mundo. No hay autonomía y la represión contra todo lo kurdo, ya sea lengua, partidos o identidad nacional, es implacable. Como en otros muchos pueblos ocupados, hay dos estrategias: una fuera del sistema político, empuñando las armas, y otra dentro del sistema, presentándose a las elecciones.
La lucha armada la encabeza el PKK. Abdullah Öcallan, su líder histórico, fue apresado en 1999 y condenado a cadena perpetua acusado de terrorismo y separatismo. Desde entonces, está encerrado en prisión de la isla de Imrali, una fortaleza militar del mar de Mármara. Su caso recuerda mucho al de Nelson Mandela, que pasó veintisiete años cerrado y condenado a cadena perpetua también acusado de terrorista. Veremos si el líder kurdo, que ya lleva veinticuatro, termina igual que el sudafricano: con el Nobel de la Paz, logrando la mayoría de sus objetivos políticos y de presidente de su país. Por ahora parece difícil, ya que el PKK se enfrenta a uno de los estados más poderosos del mundo y se encuentra en la lista de organizaciones terroristas de la UE y EEUU. Pero ya sabemos que para pasar de ser considerado un terrorista a presidente legítimo y respetado en el marco internacional lo único que hace falta es ganar.
Hay otras organizaciones kurdas que intentan aprovechar las vías que el sistema político turco ofrece para hacer política, por ejemplo, presentarse a las elecciones, pero lo tienen muy difícil. En los últimos años, Turquía ha ilegalizado partidos acusándolos de terrorismo, ha encarcelado a diputados y ha cesado a decenas de alcaldes escogidos democráticamente en elecciones. Sin embargo, en las últimas elecciones presidenciales en Turquía de mayo, los partidos kurdos intentaron volver a jugar políticamente y apoyaron al candidato opositor, que perdió. No es una estrategia nueva, ya que muchos kurdos también apoyaron hace veinte años a Erdogan, entonces candidato opositor. Creían que ese islamista moderado no podía ser peor que los nacionalistas turcos laicos que estaban en el poder. Hoy, veinte años más tarde, la represión que ha ejercido el presidente Erdogan contra los kurdos no tiene nada que envidiar a la de sus predecesores. Mande quien mande en Turquía, los kurdos siempre pierden.
Parece difícil que la solución al problema kurdo dependa de la presión que la comunidad internacional pueda hacer sobre Turquía, porque hoy es uno de los estados más poderosos de la zona, miembro de la OTAN, y la UE le considera un socio clave por muchas razones. Seguramente la más importante es que le ayude a contener las migraciones que van hacia Europa. Por tanto, los kurdos lo tienen crudo para que algún Estado les haga caso. Más bien todo lo contrario: quienes eran más o menos amigos van dejando de serlo. Como Suecia, que para entrar en la OTAN necesita del voto afirmativo de Turquía, y Erdogan se lo hace pagar caro, pidiendo que extradite a activistas kurdos, «terroristas» según Turquía.
La situación del kurdistán turco impacta de lleno en la situación de los kurdos de Siria, que en la mayoría de casos son hijos de los exiliados del kurdistán turco durante el siglo XX. El Kurdistán sirio ocupó los titulares de buena parte de la prensa del mundo cuando lograron derrotar a Estado Islámico solos, sin el apoyo del ejército sirio, durante la guerra civil en la segunda década del siglo XXI. Y se establecieron como un Estado casi independiente en Rojava. Pero Turquía siempre ha visto con mucho miedo esa zona dominada por los kurdos, y los ha combatido sin piedad acusándoles de ser apéndices del PKK. De momento, ha habido una lucha de todos contra todos en la que los kurdos han salido bastante bien. Ahora bien, si la mediación rusa entre Siria y Turquía llega a buen puerto, los kurdos saldrán perdiendo, como siempre. Por el momento, aunque no sea noticia, los combates siguen.
En Irak la situación es distinta. Durante el régimen de Sadam Husein también habían sido reprimidos sin compasión, incluso gaseados con armas químicas. Pero una vez que Estados Unidos invadió Irak e hizo caer al dictador, mientras el país se hundía en una guerra civil entre chiíes y suníes, los kurdos supieron protegerse y gobernarse. La economía basada en el petróleo funcionaba bien y había mucha más seguridad que en el resto de Irak. Los kurdos en Irak tienen una reconocida autonomía, con un parlamento y un gobierno. Además, participan de verdad en el reparto de poder y cargos del estado federal iraquí. El presidente de Irak debe ser kurdo y varios ministros lo son, como el de Exteriores. Ya quisieran los kurdos de Turquía e Irán una situación similar. Ahora bien, como en la mayoría de estados donde existe petróleo, una élite extractiva se queda con los beneficios y a la mayoría no le llega mucho, lo que impulsa la emigración hacia Europa.
En 2017 tensaron la cuerda y celebraron un referéndum de independencia en el que participó el 72% de la población y el sí ganó con un 92%, pero como en el caso catalán no tuvieron la fuerza para hacer efectiva la independencia, y hoy el kurdistán iraquí no es un Estado independiente.
La situación, por tanto, es muy diferente en cada Estado, pero en todas partes el papel de las mujeres kurdas en la vida política, social y militar es mucho más igualitario que en cualquier zona de su entorno. El papel de las mujeres en las milicias tanto del PKK como en Kobane ha despertado la admiración de buena parte del mundo occidental.
LRP.CAT
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