El País Valenciano ha sido históricamente, y todavía lo es, de forma abierta o encubierta, un terreno estratégico de batalla entre Cataluña y España
Ofrecemos este artículo inédito (1986) de Eva Serra en el quinto aniversario de su fallecimiento.
Entre 1975 y 1977 se desarrolló el Congreso de Cultura Catalana con una vocación de Països Catalans, en el que participaron muchas personas del actual sistema político. En marzo de 1976 se desarrollaba un Encuentro de Ciencias Humanas y Sociales de los Países Catalanes en Perpiñán: más de un protagonista y más de dos de la actual política catalana e, incluso, española estaban presentes. En octubre del mismo año se insistía en el mismo tema en unas Jornadas de Debate sobre los Países Catalanes, celebradas en Barcelona, en las que miembros destacados del PSOE de hoy se distinguieron por su «pancatalanismo».
Ahora la cuestión Països Catalans parece haber pasado a mejor vida: o no se habla de ello o, cuando se trata, se hace en términos culturalistas. En ningún momento el tema se trata según las exigencias de una auténtica dimensión política.
Y esto, ¿por qué?, nos preguntamos los supuestos ilusos de siempre. Brevemente, porque no se puede abordar correctamente la cuestión de los Països Catalans sin posicionarse respecto a algo que podemos llamar España. Dejo el eufemismo «Estado español» porque ha servido y sirve demasiado para, tranquilizando conciencias, dejar las cosas como estaban.
Ahora y aquí, sólo me interesa plantear qué significa esto y analizarlo especialmente desde la perspectiva del País Valenciano en una doble dimensión histórica y política. Tocar el hecho Països Catalans y la cuestión País Valencià, desde esta perspectiva, es un asunto políticamente demasiado comprometido.
Históricamente, el País Valenciano ha sido, y todavía lo es, de forma abierta o encubierta, un terreno estratégico de batalla entre Cataluña y España. No estaría de más analizar, desde esta perspectiva, un rosario de hechos, al menos curiosos, que hacen del País Valenciano una tierra de golpes de estado españoles: el del capitán general Francisco Javier Elío, en abril de 1814, con Fernando VII; el de Martínez Campos en diciembre de 1874, en Sagunto, que puso fin definitivamente a la experiencia republicana. Y, si es necesario, incluso podemos recordar la especial significación que el reciente 23-F tuvo con los tanques de Milans del Bosch en las calles de València.
¿Por qué el País Valenciano tiene este papel de tierra de pronunciamientos españoles? ¿Quiénes pretenden intimidar y con quienes colaboran los españoles que hacen del País Valenciano un territorio de “pronunciamientos”? ¿Sería una pérdida de tiempo analizar la relación ejército-política en el caso de la formación del Estado español e intentar situar por dónde pasa el terreno de batalla estratégico a escala territorial?
En los conceptos de identidad «catalán»/»español» hay escondidos, evidentemente, contenidos políticos, sociales, económicos y culturales muy diferentes. Pensando en ello, esto ya fue así en el mismo momento de la conquista. Primero, el dilema fue entre el modelo feudal catalán y el modelo feudal aragonés. Más tarde fue entre el modelo feudal castellano y el modelo feudal catalán –con la Inquisición por medio y con derrotas catalanas considerables (Germanías). Un poco más tarde fue entre ‘botiflers’ y ‘maulets’, es decir, borbones (modelo político uniformista castellano) y austracistas (modelo político institucional de resistencia catalán) y la gran derrota, una vez más, reforzó –especialmente en el País Valenciano– el poder político-social que, en estos momentos, ya podríamos llamar tal vez español.
En el dramático siglo XIX, lucha urbana y revuelta rural tienen una cohesión sin solución de continuidad en los Països Catalans. No hay fronteras «provinciales» o «regionales» entre carlistas y federales en los Países Catalanes. Lo que sí existe –en los duros enfrentamientos entre campo y ciudad en los Països Catalans– es una distorsión y endurecimiento de la confrontación a causa de los intereses estatales ajenos, que hicieron la confrontación mucho más cruenta, que si se hubiera mantenido dentro de los límites nacionales.
Las apetencias españolas endurecieron la confrontación, pero aún no había llegado la hora de hacer ideología valenciana anticatalana. Sin embargo, todo llegaría y esto ocurrió con la Restauración borbónica de 1875. La Restauración debe conjurar –especialmente– la base social del republicanismo federal o cantonal, el cual, no por casualidad, tenía una base territorial (nacional): los Países Catalanes. Conjurar el republicanismo federal quería decir, entre otras cosas, anular todos aquellos elementos de identidad que facilitaban la cohesión de una identidad nacional que existía pero sin que aún hubiera asumido un nivel de conciencia política.
El último tercio del siglo XIX, después de la derrota republicana, iniciaba un camino ideológico que llegaría a nuestros días en forma de ideología «blavera» (el ‘azul’ en la senyera valenciana, para diferenciarla de la catalana).
El País Valenciano es un territorio militar y políticamente estratégico en el curso de la historia entre las formaciones sociales catalana y castellano-española. Y esto hasta nuestros días. En unas fechas tan avanzadas como en 1980-1981, en las comisarías, te convertía en sospechosa tanto el haber estado en Perpiñán como el haber atravesado el Ebro con intenciones políticas. Me imagino que los vascos de Donostia también deben encontrarse con la misma situación, viéndose obligados, repetidamente, a dar explicaciones plausibles que explicaran tanto los viajes a Baiona como los viajes a Iruñea. Viajar en nuestro territorio nacional es un delito para catalanes y vascos. Esto incluso tiene traducción funcionarial. La legislación actual española impide la posibilidad de traslados nacionales a los profesores valencianos que enseñan catalán y que quieren ejercer en el Principado y al revés. También la legislación actúa así con los mallorquines que quieren enseñar catalán en el Principado o en el País Valenciano y al revés.
Todo invita a afirmar que, desde 1975-1976, no sólo no se ha avanzado en este aspecto político, sino que se ha retrocedido, porque se ha impuesto el techo político de la constitución española y de las autonomías.
Hay quien ha dicho que la burguesía catalana no hizo, en su momento, la unidad nacional al estilo de la del Risorgimento italiano, pero cabe darse cuenta de que la burguesía en nuestro país sólo puede hacer regionalismo y, como tal , no tiene ímpetu para un programa que le obligaría a elaborar un proyecto nacional y a identificar el territorio donde es necesario aplicarlo. Esto sólo puede interesar a quienes somos víctimas sociales y nacionales de esta situación, es decir, de este techo político constitucional con todas las consecuencias económicas, sociales y culturales del caso. No hace falta tampoco esperar nada de un socialismo que sólo aspira a modernizar, es decir, a hacer más eficaz …¡ay, pobres de nosotros!– el Estado y que, en este sentido, no ha escatimado esfuerzos para hacer avanzar el símbolo ‘blavero’ en todo el País Valenciano. En 1975 la ‘blavera’ era una bandera municipal; en 1978 recuerdo que, en manos de la UCD, ya había atravesado los límites de la ciudad de Valencia, siendo ya bandera de la provincia. Han tenido que llegar los socialistas para convertirla institucionalmente en bandera regional, con todo lo que esto implica. Para imponer la no catalanidad del valenciano, cabe decir que las fuerzas vivas de la actualidad política se han encontrado el terreno abonado por los catalanistas que les han precedido, quienes han hecho de la concesión sistemática el arma cotidiana. ¿Era inevitable durante los años sesenta que se instaurara algo tan anticientífico como una “cátedra de lengua y literatura valencianas”, institucionalizando, así, una situación aberrante en lugar de –en un momento posiblemente favorable– no ceder terreno? En este contexto, nos pone la piel de gallina, aunque no nos extraña, la grotesca pelea de ‘País’-‘Reino’-‘Comunidad’. Muchas cosas nos quedan en el buche, como sería estudiar en serio el carácter de la lucha antifranquista en el País Valenciano, dividida entre sectores tímidamente catalanistas (culturalismo) y el surgimiento de opciones españolas socialmente radicales (por ejemplo, el FRAP), sin apenas eco, y menos base social en el Principado ni en España, políticamente estatalistas y provincianas, en el marco de una sociedad en la que el peor enemigo es el hibridismo y el desarraigo.
¿En qué situación estamos ahora?
De entrada, hay que recordar que tenemos una autonomía catalana que se horripilaría ante un País Valenciano que se identificara como catalán en términos políticos.
En definitiva, el concepto de Països Catalans es un concepto políticamente congelado por miedo, y que se deja sobrevivir, en el mejor de los casos, en forma de fenómeno culturalista. Habrá que ver, por ejemplo, si la política de la nueva Consejería de Cultura del Principado será aún mucho más ‘cataluñista’. Lo hace pensar, entre otras cosas, toda la ideología autonomista de la Cataluña-ciudad (en definitiva, barcelonismo culturalista), que, si ya es difícil encorsetar social y políticamente en Cataluña-Principado, aún lo es más en todo el territorio nacional. El retroceso del concepto lo vemos incluso en la producción cultural desde el Principado: actualmente, la Gran Geografía Comarcal de la etapa autonómica, obra de la Fundació Enciclopèdia Catalana, ha abandonado discretamente la vocación de Països Catalans que había tenido la Gran Enciclopèdia Catalana de la etapa franquista.
Repetimos: el concepto Països Catalans es un concepto políticamente abandonado, o, como mínimo, congelado, pero que sobrevive en ciertos términos culturales por razones no confesadas, pero evidentes: exigencias y presiones sociales que más vale controlar que silenciar de golpe, o conveniencia de mantener –aunque sea congelado– un tema que despierta inquietantes expectativas. Pero también es difícil la teoría de la amenaza latente, si tenemos en cuenta que, por ejemplo, operaciones como la de Roca no se están planteando ni de lejos en estos términos, todo lo contrario.
El hecho existe. El oportunismo de unos les lleva a congelarlo en forma de culturalismo. El oportunismo de los demás en negarlo en forma de planteamiento “blavero”. Y aquellos que sufrimos esta situación no somos lo suficientemente fuertes, ni lo suficientemente imaginativos, ni lo suficientemente ágiles como para romper política y socialmente fronteras provinciales, regionales y estatales.
Los Països Catalans no han pasado de moda, están bien presentes, pero hay que decir que, sin darles un tratamiento político nacional, son una reivindicación folclórica o mutilada.
VILAWEB