Hace unas semanas el periodista Xavier Graset entrevistó en TV3 nada menos que el Centro del Universo en persona. Fue al programa a vender un librito de poemas. Con un lenguaje a medio camino entre el narcisismo y la grosería, el Centro del Universo deseó que se le cayera un meteorito al «puto viejo» de Trias. Teniendo en cuenta que se trataba de un delito de odio perfectamente tipificado en el artículo 510 del Código Penal, el sistema podría haber actuado de oficio a través de la Fiscalía (de hecho, todavía podría hacerlo hoy mismo). Pero el sistema sabe instintivamente quiénes son los suyos, y quién no. Gracias a una decisión personal de Feijóo materializada por Daniel Sirera, y con la imprescindible colaboración de los comunes, Jaume Collboni es hoy alcalde de Barcelona. El Centro del Universo forma parte del sistema, por lo que el sistema ha hecho realidad su sueño del meteorito. A través de todos los tentáculos del Estado, el sistema se inventó un día cuentas corrientes de Xavier Trias en Suiza, el otro alquiló Manuel Valls para boicotear a Ernest Maragall y el pasado sábado, finalmente, creó la viscosa, sórdida alianza, PP-Comunes-PSC.
El sistema sabe muy bien quién puede amenazar en la televisión pública y quién no; quién puede forjar determinadas alianzas electorales y quien no; quien puede ser condenado y encarcelado sin pruebas y quien no; quien puede permitirse el lujo de hacer bromitas subidas de tono y quien no; quien puede tener amistades con narcotraficantes y quien no; quien puede defraudar a Hacienda y quien no; quien puede colocar a su cuñada y su primo segundo en el Tribunal de Cuentas y quien no. «A Mas le vendría bien que le fusilaran», dijo Miguel Ángel Rodríguez en octubre de 2014. La Audiencia Provincial de Madrid dictaminó en 2016 que eso no era un delito de odio. La nariz de payaso, en cambio, sí llevó a Jordi Pesarrodona a ser imputado por el mismo delito. Pero lo que mejor sabe el sistema es quién puede ganar unas elecciones, y quién no. Es entonces cuando el meteorito cae sobre la cabeza del ‘puto viejo’ de Trias o sobre el de un candidato de Bildu en el País Vasco o en Navarra. Por supuesto, si cae…
Al sistema le importan un rábano las patéticas guerras culturales de Vox o las medidas más atrevidas que ha tomado Podemos. Le da absolutamente igual si en una ciudad del tamaño de Girona manda un militante de la CUP, del PSC o del PACMA, o si en Ripoll gobierna la extrema derecha o la extrema izquierda. Lo que no tolera el sistema es que lleguen a cuestionarse tres cosas: a) la unidad de España (en un sentido nacional y esencialista, no constitucional); b) la precariedad irrisoria de sus símbolos; c) la corrupción estructural, inevitable, asociada a la radialidad o a la neorradialidad (es decir, al Estado autonómico entendido como una especie de taifas obligadas a mendigar o hacer trampas). Esto significa, lisa y llanamente, que la alcaldía de la capital de Cataluña, o la de la capital del País Vasco, nunca estará en manos de un independentista. Nunca. Pueden estar controladas sin ningún problema por una activista antisistema como Ada Colau, y no pasa nada; pero éste es el límite. Esto también significa, en segundo lugar, que la monarquía derivada de una decisión del general Franco que se escenificó el 22 de julio de 1969, no puede cuestionarse. Bromitas las que quieran, pero aquí hay otro límite no negociable: quien desee que le caiga un meteorito a alguno «puto viejo » con corona se la juega en serio. En tercer lugar, hagan lo que quieran pero no toquen la maquinaria legal y administrativa que hace que Madrid sea algo más, mucho más, que la capital de España (un poco ingenuamente, Díaz Ayuso lo admite sin ruborizarse) ¿Qué es un delito? En la época de la Gran Corrupción en el País Valenciano o Baleares el sistema no actuó hasta que la situación fue tan exagerada, tan esperpéntica, que iba contra la –digamos– “corrupción normal”.
Por último, una matización importante. El sistema no es el PP, ni el PSOE, ni la suma del PP y del PSOE, ni los bancos, ni las grandes constructoras, ni el sistema judicial, ni la suma de todo ello y otras dos docenas de cosas. No, en el caso de España el sistema consiste esencialmente en una inercia derivada de haber querido hacer ver que entre las 23.59 h del día 28 de diciembre de 1978 y las 00.01 h del día 29 del mismo mes y del mismo año borrar de repente un golpe de estado acaecido 42 años antes y que había causado medio millón de muertos, y también se evaporaron mágicamente los cientos de miles de militares, policías, magistrados, políticos y empresarios que contribuyeron a que esa fiesta mayor de la cleptocracia durara tanto tiempo.
ARA