El ex ministro de Exteriores israelí da por muerta la solución de dos estados
Como ministro de Exteriores israelí, Shlomo Ben Ami (Tánger, 1943) vivió en primera persona las negociaciones de Camp David, en el año 2000, la gran oportunidad perdida para alcanzar una paz con los palestinos. Nacido en una familia judía marroquí de habla española, el diplomático e historiador laborista publica ‘Profetas sin Honor’ (RBA), donde da por muerta la solución de dos estados y propone salidas para evitar la realidad –lamenta– de un apartheid.
-¿Por qué es tan importante Camp David?
-Fue la primera vez que las partes intentaron llegar a una solución definitiva, total. Se confrontaron por primera vez con lo que se resultó ser el precio insoportable de la paz. A la guerra se han acostumbrado, porque la guerra suele unir las naciones. La paz nunca es perfecta, hay que pagar un precio, y las naciones se dividen inevitablemente. Las dos partes prefieren seguir en el conflicto que sacrificar sus ethos y sueños nacionales.
-El fracaso de Camp David explica que la derecha haya dominado la política israelí desde entonces, escribe usted.
-Después de Camp David llega la intifada, que destruye casi definitivamente la confianza de las partes, y hace girar a la opinión pública de Israel a la derecha. La mercancía principal de la izquierda era la paz. Y lo que la gente nos dice es: “Habéis ofrecido todo, las fronteras del 67, el monte del Templo de Jerusalén… y la respuesta palestina ha sido una intifada”. Ahí murió la paz y hoy Israel es un país de derechas.
-¿Si Camp David fue cuando más cerca estuvo la paz, es ahora cuando está más lejos?
-Nadie piensa ya realmente en cómo hacer la paz. Piensan en cómo sobrevivir, cómo gestionar el conflicto más que cómo resolverlo. Y se abre la perspectiva, cataclísmica, de la solución de un Estado.
-Dice que la solución de dos estados está “muerta y enterrada”. ¿Sin un resquicio de esperanza?
-Creo que el pesimismo es moralmente superior al optimismo falso, al optimismo ingenuo. Por lo menos el pesimismo te hace pensar en intentar otras salidas. Seguir hablando de dos estados, como hacen los países europeos, es solo repetir un cliché vacío.
-¿Cuáles son las alternativas?
-Una ya la estamos viendo. Hay una realidad de un Estado. Del Mediterráneo hasta el río Jordán, lo que hay es un Estado dominado por una raza superior que es la judía, donde los palestinos no tienen ningún derecho. Un apartheid. Israel dice que es una ocupación militar, como la que de Francia en Argelia o Inglaterra en otros territorios, y que como tal es temporal, hasta que haya una solución. Es un engaño. El momento en que la negociación política muere, el argumento deja de ser válido. El apartheid es la solución, entre comillas, que estamos viviendo y que viviremos de una forma mucho más intensa cuanto más pase el tiempo, porque la población será más mayoritariamente árabe. Israel cada vez se parecerá más a la Sudáfrica del apartheid, pero sin solución sudafricana. No existe ningún escenario posible en que la minoría judía en algún momento ofrezca el poder a la mayoría árabe.
-¿Es imposible un Israel en que ciudadanos judíos y árabes sean iguales?
-¿En Oriente Medio conseguiremos lo que turcos y griegos no han podido en Chipre? ¿Lo que no logró Yugoslavia lo logrará Israel, con dos nacionalismos tan divergentes y egocéntricos? En una región donde las minorías son gaseadas, los suníes están en guerra contra los chiíes, creer en un estado multicultural y multinacional es de ilusos. Ahí está el colpaso increíble de Líbano, el único estado multiétnico de Oriente Medio.
-Pero, ¿no ha sido siempre Israel una excepción, la única democracia en Oriente Medio?
-Fíjese que incluso cuando hay personas ilustradas y de pensamiento liberal que proponen la idea de un Estado, como el antiguo presidente Rivlin, que es una buena persona, hablan de un Estado en el que los árabes tendrán derechos civiles, pero no de la determinación del Estado. Un país, por ejemplo, en el que haya limitaciones a la inmigración de árabes, pero no a la ley de retorno de los judíos. Además sería una unión entre desiguales, tan exagerada, que nunca funcionaría. Hablamos de un país como Israel, con todas sus capacidades militares, una superpotencia científica y tecnológica… ¡Si en Alemania, tantos años después, sigue habiendo una diferencia abismal entre alemanes orientales y occidentales!
-Plantea también en su libro la retirada unilateral de parte los territorios ocupados.
-No es imposible. Replegarse en la valla supondría anexionarse el 8% del territorio palestino y desmantelar los asentamientos de Cisjordania. Eso en sí ya puede llevar a una confrontación feroz, y más ahora que los colonos tienen una representación mayoritaria en el Gobierno. Esta alternativa requiere un líder brutal con intenciones benignas. Como Sharon.
-Alguien que sepa que hay que pagar un precio por la paz.
-Sharon lo entendió. Se retiró de Gaza y tenía la intención de hacerlo en Cisjordania, de hecho había empezado ya, en el norte de Samaria.
-Y entonces tuvo un infarto cerebral.
-Soy de los que piensan que la mayor tragedia para la paz no fue el asesinato de Rabin, sino la muerte de Sharon. El asesinato de Rabin fue una tragedia para la democracia de Israel, pero no para el proceso de paz, porque creo que él hubiese llegado al mismo punto muerto que nosotros. Además, Rabin no siempre tuvo el coraje. En 1994, tras la masacre de Goldstein (el ataque de un colono a una mezquita en Hebrón), tuvo una oportunidad de oro para desmantelar el asentamiento judío en Hebrón. No se atrevió. Sharon no hubiese tenido problema. Desmanteló todos los asentamientos de Gaza, que incluía desmantelar cementerios, y estoy seguro de que aquella noche durmió tranquilo. Insisto: no son los grandes soñadores de la paz los que resolverán este conflicto sino líderes brutales.
-¿Y de derechas?
-Puede ser de la izquierda. Ehud Barak tiene esa capacidad. Clinton solía decir que nunca conoció a nadie tan valiente.
-Propone una tercera solución.
-Una confederación jordano-palestina. En la conferencia de Madrid (1991), no había delegación palestina, estaban representados en una delegación jordano-palestina. Eso significaba que la solución sería jordano-palestina, una confederación muchísimo más natural que la israelí-palestina. Natural en términos de religión, niveles de desarrollo, mentalidad colectiva, historia común.
-Pero, ¿se dejarían los palestinos?
-¿Qué les importa más, el fin de la ocupación o un Estado? Creo que lo primero. El Estado, de hecho, nunca fue un objetivo del movimiento nacional palestino.
-“Arafat peleaba para reparar una injusticia, no para construir un futuro”, escribe usted.
-Efectivamente. Es un movimiento que habla de restitución, de que le devuelvan lo perdido. El nacionalismo palestino tiene un ethos negativo, mientras que el israelí es positivo. No lo digo en sentido moral, sino en términos de la construcción de un futuro. Lo que nosotros queríamos era un trozo de tierra para poder crear un refugio para los judíos después del Holocausto, por las persecuciones históricas, etcétera, y ahí desencadenar todas nuestras posibilidades. El nacionalismo palestino es negativo en el sentido de que no habla de construir un Estado. ¿Cuánto costó a la comunidad internacional que Arafat empezase a pagar sueldos a través de transferencias bancarias y no en efectivo? ¿Y cuánto costó que aceptase tener un primer ministro? La construcción de un Estado nunca fue parte del ethos nacional palestino. Eso no quiere decir que quieran vivir bajo ocupación militar.
-¿Y los jordanos, estarían por la labor?
-Jordania tiene una responsabilidad. La guerra del 67 empezó por los jordanos, a pesar de que se les suplicó que no entrasen. El rey Husein tenía un gran temor a un Estado palestino, no quería oír hablar de eso. Propuso varias veces la solución confederada o federada. En el 2008, dos ex primeros ministros jordanos propusieron una solución jordano-palestina. No propones ese tipo de cosas si el rey es contrario. La solución estrictamente palestina ha fracasado. Y con horror. ¿Cuántos años más hay que esperar, cuántos más asentamientos, más radicalización, más guerras? Es el momento de explorar la solución jordano-palestina, y si eso no funciona hay que hacer una retirada unilateral. Si no, vamos al suicidio del Estado judío, un harakiri en toda regla, porque esto nunca fue la idea de los padres fundadores de Israel.
-Hay israelíes que abandonan el país por cuestiones morales, porque la ocupación les parece un precio demasiado alto. ¿Se lo ha planteado alguna vez?
-Bueno, también hay muchos estadounidenses que se van del país porque están hartos de cosas de la política. La razón principal de los que se van de Israel no es esa, sino que tiene que ver con el problema Estado-religión. Es la cuestión central de la crisis actual, porque lo que ha hecho Netanyahu con esta reforma judicial ha sido abrir la caja de Pandora. Ya no es sólo el tema de la justicia. Esta coalición de Gobierno está formada por religiosos nacionalistas de los territorios ocupados y por religiosos ortodoxos. Los ortodoxos no van al servicio militar, una gran parte de ellos no trabaja y vive de subvenciones del Estado. Y eso la mayoría de los liberales están dispuestos a soportarlo. Lo que no están dispuestos a soportar es que quieran cambiar el espacio público donde vive el Israel liberal.
-Muchos manifestantes contra la reforma judicial alertan que Israel va hacia la dictadura. ¿Cree que la democracia israelí corre realmente peligro?
-Hay una cierta dramatización, que viene de la naturaleza de la coalición de Gobierno. Se ve como la victoria definitiva de aquellos que nunca han querido un Estado democrático, como es el caso de los ortodoxos. La gente tiene la sensación que está perdiendo el Estado que querían construir. Israel es dos metáforas: una es Tel Aviv y la otra es Jerusalén. Están enfrentadas en una guerra cultural, un kulturkampf, que ya lleva bastantes años. Y lamentablemente este tipo de enfrentamiento, como ocurrió en España o en Estados Unidos, las dos guerras civiles más emblemáticas, nunca acaban en un pacto, sino en la victoria de uno de los dos bandos.
-Con su decisión de congelar la reforma judicial, ¿cree que Netanyahu trata de ganar tiempo o que realmente se ha dado cuenta de que había ido demasiado lejos?
-No calculó bien lo que podrían ser las consecuencias de este paso y se ha dado cuenta. Además le ha coincidido con la crisis con Estados Unidos, con los acuerdos de Abraham en mal estado, con el sueño de un acuerdo con Arabia Saudí también enterrado por el momento por el acercamiento con Irán… De repente, el precio de seguir adelante con la reforma es demasiado alto. Netanyahu es una tragedia. Es un hombre inteligente, capaz, culto, educado en las mejores universidades americanas. Un hombre que lee libros, que tiene mundo, y que se ha refugiado políticamente en una coalición obscurantista. Pero ahí está su ambición de poder. Esta es su coalición de Gobierno y no tiene otra. Impulsó la reforma judicial porque el poder, la obsesión de estar arriba, de mantenerse en el poder, ha sido primordial para él. Por otra parte, también está su problema personal, porque Netanyahu tiene un juicio pendiente y esperaba que la reforma le permitiese, por ejemplo, nombrar a un nuevo fiscal del Estado que congelase el juicio. Todo eso se mezcla y él no sabe qué hacer. Siempre he creído que Netanyahu sinte envidia del amor popular hacia Yitzhak Rabin. Eso explica su obsesión en repetir que hay amenazas de asesinato contra él. ¡Pero si aquí los que asesinan son de derechas! Él desea ser querido por su parroquia natural, que es la izquierda, al menos culturalmente, por mucho que él esté en el poder con los otros. Hay muchas formas de ver a Netanyahu. También hay algo de cínico en él. Normalmente un estadista intenta formar el tipo de coalición que pueda ser la plataforma para ejecutar su visión. Netanyahu es al revés. Define su visión de acuerdo con la coalición que le permite estar en el poder. Es irresponsable y cínico al mismo tiempo. En el 2014, en las negociaciones con Obama, Netanyahu aceptó volver a las fronteras del 67, porque tenía en la coalición a Tzipi Livni y a Ehud Barak. ¿En qué quedamos? ¿Cual cree él que es la solución? Porque ahora está haciendo lo contrario.
-Los acuerdos de Abraham son el gran triunfo de Netanyahu. Unos acuerdos basados en la transacción, en el negocio. ¿Es esa la única forma que tendrá Israel de hacer la paz con sus vecinos, considerando quién son sus vecinos?
-Hay que distinguir entre los vecinos árabes del perímetro interno, como Jordania, Siria, Líbano o Egipto, de los que están en el segundo círculo, cuya sensibilidad con la cuestión palestina es más alejada. Con Jordania y Egipto, por ejemplo, tenemos paz, pero no tenemos normalización de relaciones. No hay viajes, no hay comercio, es un refrigerador. Con los países de lejos, hemos hecho acuerdos de paz y hay normalización. Ni se imagina la cantidad de vuelos que hay entre Israel y Marruecos, entre Israel y Emiratos, o Bahréin. En Sudán, casi los únicos que pueden mediar en el conflicto hoy son los israelíes. Con los países lejanos ha sido mucho más fácil. Si no hay que negociar sobre territorios ni lugares sagrados es más fácil. Con los vecinos no hay que negociar solo sobre territorios. La cuestión palestina es más que eso. Es el aspecto mítico, la religión, la memoria, los refugiados, Jerusalén… es todo lo intangible. En los procesos de paz, lo tangible es fácil de resolver. Lo intangible es la parte difícil. Yo participé bastante en el proceso de paz de Colombia, y conozco algo del de Irlanda del Norte. Ambos tienen elementos intangibles, pero en los acuerdos de paz estos se dejaron para resolver después de la paz. Aquí en cambio lo intangible forma parte integral de la negociación, no puede desgajarse ni dejarse para después.
-En Túnez estamos viendo ahora, doce años después, el fracaso de la última primavera árabe que seguía en pie. ¿Ha sido el fracaso de las primaveras árabes una buena o mala noticia para Israel? ¿Es mejor negociar con dictadores que con islamistas elegidos en las urnas?
-Lo que demostraron las primaveras es que en el mundo árabe la elección es si quieres dictaduras laicas o democracias islámicas. No hay un escenario en que caiga la dictadura laica y surja una democracia burguesa de clase media. Ese péndulo no existe en el mundo árabe, lo hemos visto en Túnez, Egipto, incluso en Gaza, con la victoria de Hamas cuando hubo elecciones libres. Por eso en Cisjordania hace más de 20 años que no hay elecciones. Si hubiese ganarías Hamás. ¿Qué es mejor para Israel, un mundo árabe democrático o el actual? A corto plazo, el actual. Porque al final no es una paz entre pueblos, es una paz entre estados, con regímenes. Cuando Israel habla de que tiene un problema existencial, se refiere al sentido físico, a la destrucción del Estado judío. Cuando los árabes hablan de un problema existencial se refieren al régimen, no al Estado. A la supervivencia del régimen. Otra lección interesante es que las repúblicas árabes no resistieron, mientras que las monarquías sí. Fue por una cuestión de legitimidad. La monarquía tiene una legitimidad que viene de la religión: eso es así en Marruecos, en Jordania, en Arabia Saudí.
LA VANGUARDIA