Como admirador de su trayectoria como una de las actrices principales de nuestro tiempo, entiendo que habrá podido sentir satisfacción al ser seleccionada para el premio Princesa de Asturias en España este año. Aunque normalmente estaría más que encantado de felicitarle por cualquier premio que le hubieran concedido -sus tres Óscars todavía me parecen cortos- y sin ningún tipo de ganas de incomodarle o desilusionarle en ningún sentido, siento la necesidad de intentar ponerle en escena respecto a este premio en particular, por muy atractivo, agradable y honorable que le haya parecido a primera vista.
No se puede negar que el premio Princesa de Asturias se ha otorgado a lo largo de los años a personas de gran prestigio y méritos como usted, habiendo sido generalmente tratado en la prensa oficial como un premio de gran distinción. Pero hay otros aspectos menos sabrosos de este premio en concreto de los que pienso que debería estar informada porque pueden no resultar tan satisfactorios para la gente de sensibilidad democrática.
Aunque las instituciones públicas tienen la costumbre de conceder premios para otorgar honores a los premiados, es innegable que estos premios a menudo están diseñados para auto-otorgarse honores quienes son a la vez sus promotores. En ese caso, estamos hablando de un premio otorgado oficialmente por una fundación asociada a la familia real española. No puede pasarse por alto que el premio Princesa de Asturias a menudo se ha visto como pieza instrumental en la operación de maquillaje y rehabilitación pública de una de las familias reales más envaradas y corruptas.
En la actualidad, y pese a los intentos desesperados del Estado español por rehacer la imagen pública de la Casa de Borbón, ésta no ha podido evitar un descrédito descomunal. En Cataluña se calcula que más de un 80% de los ciudadanos rechazan la monarquía española. Las cosas se han descontrolado tanto que la agencia oficial de opinión pública ha recibido la orden de no incluir preguntas en sus encuestas sobre la popularidad de la familia real para no crearle aún más rechazo. Paralelamente, los medios públicos oficiales hacen todo lo posible por ocultar y blanquear su comportamiento y su historial. Basta decir que el actual rey emérito, Juan Carlos I -nombrado en 1975 por el dictador Francisco Franco- se ha instalado en Adu Dhabi para no tener que enfrentarse a acusaciones en relación a prácticas masivas de evasión fiscal y cobro de comisiones ilícitas. Los escándalos han afectado a la familia real española a todos los niveles en los últimos años, el más notorio de los cuales fue el caso Nóos que culminó en el encarcelamiento del cuñado del rey Iñaki Urdangarin y la rocambolesca absolución de la infanta Cristina. Centrándonos de nuevo en la cuestión del premio Princesa de Asturias, no puede obviarse que la actual princesa está realizando actualmente un curso de formación militar de tres años para ponerla en sintonía con una de las tradiciones militares más autoritarias e intervencionistas de Europa. Se trata de una institución donde no es extraño que se honren a militares españoles que participaron como voluntarios en el ejército de Hitler (la División Azul) o en la Legión española, cuerpo responsable de la masacre masiva de civiles inocentes en la Guerra Civil de 1936-39, crímenes para los que está garantizada la impunidad en la España actual donde se ignora la legislación internacional al respecto. De hecho, por muy sorprendente que parezca, su abuelo Juan Carlos I siempre mostró una gran lealtad al dictador militar Franco que le había apadrinado y educado como heredero de la corona. ¿A quién puede extrañar que la experiencia de estos años -notablemente el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981- hagan dudar de que la formación militar de la infanta ofrezca plenas garantías democráticas?
Sin embargo, quisiera aclarar que el único propósito de mi escrito es informarle de que el premio Princesa de Asturias quizá no sea la honorable recompensa que esperaba y mucho menos un certificado digno del talento, valores e ideales que siempre ha lucido. Habría que señalar la recurrente instrumentalización política que ha acompañado al otorgamiento del premio, no sólo encaminada a reforzar la imagen de la familia real española, sino para servir a intereses políticos de una cuestionable honorabilidad. Esta realidad llegaría a ser notoria en 2017 cuando el premio se otorgó a los tres principales líderes de la Unión Europea, entre ellos el siniestro Antonio Tajani, actual miembro destacado del gobierno filofascista de Italia. El aspecto más impactante de ese premio de 2017 fue que se otorgara a cambio de servicios oscuros prestados al gobierno español por parte de la cúpula de la UE al hacer la vista gorda ante la vergonzosa violencia policial el 1 de octubre con el resultado de más de un millar de heridos. Sorprende que pocas voces internacionales hayan protestado porque la salida de los cuarteles españoles de los convoyes policiales que debían impedir a la fuerza las votaciones se celebrase en el siniestro grito de “a por ellos”, detalle que debería chocar a cualquier demócrata. Posteriormente, unos cuatro mil catalanes se han visto investigados y/o encausados por su implicación en protestas pacíficas y el ejercicio de derechos civiles en asociación con la celebración del Referendo que el Parlamento catalán había autorizado por mayoría absoluta. Poco después, en una ola de represión sin precedentes, varios miembros del gobierno catalán fueron condenados a penas de hasta trece años de cárcel mientras que otros miembros de ese mismo gobierno, encabezado por el presidente Carles Puigdemont, se vieron obligados a marchar en el exilio donde se encuentran actualmente. Cabe recordar que los reiterados intentos de los juzgados españoles de extraditar a Puigdemont y otros ministros para ser juzgados en España han fracasado estrepitosamente porque hasta ahora ningún tribunal europeo los ha considerado culpables de los cargos con los que se les pretende condenar en España. Quizás esto sea un indicio de la quiebra moral que mostraron aquellos líderes europeos en aquella ocasión. Pero, más importante que esto, es una prueba irrevocable de que el premio Princesa de Asturias juega actualmente un papel clave en el intercambio de favores políticos inconfesables y en la tarea de rehacer la maltrecha reputación de la desacreditada familia real española.
Reciba Meryl Streep todos mis respetos y admiración,
RACÓ CATALÀ