La importancia real de Taipéi en el tablero geopolítico global está en discusión
El mar de la China Meridional, en disputa en el sudeste asiático.
Una isla más pequeña que Suiza (36.000 km2 frente a 41.000 km2) con una población de unos 23 millones de habitantes, Taiwán, ¿es realmente importante? Si la República Popular China se la anexionara mañana, ¿cambiaría realmente la faz del mundo?
Estas preguntas pueden parecer incongruentes a la vista de la historia de Taiwán, su nombre oficial, República de China (RDC), la conocida e insistente reivindicación de la otra China, la República Popular China (RPC), y su proximidad geográfica a la China continental, no más de 150 kilómetros. Sin embargo, desde hace varios años los analistas se centran –y con razón– en la isla debido a las crecientes amenazas que plantea a su seguridad el Ejército Popular de Liberación (EPL) y a la creciente y cada vez más abierta preocupación por ella expresada por Estados Unidos (único protector real de la supervivencia de Taiwán y del statu quo en el estrecho de Taiwán), así como por otros países de la región, como Japón e incluso la Unión Europea. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin en febrero del 2022 ha agudizado esas preocupaciones.
A las dos preguntas planteadas al principio, la respuesta solo puede ser positiva y ello por las tres razones siguientes. En el puesto 21.º con un PIB de 829.000 millones de dólares en el 2022 y en el 16.º en términos de comercio exterior con un comercio de bienes y servicios que ascendió a 922.000 millones de dólares en el 2021, la economía taiwanesa desempeña un papel fundamental en la cadena de valor de la economía mundial, especialmente en el campo de los semiconductores. En el plano geoestratégico, Taiwán constituye una verdadera placa tectónica que, en caso de ceder, pondría fin a la pax americana establecida en el Asia-Pacífico tras el segundo conflicto mundial. Por último, desde finales de la década de 1980, Taiwán se ha convertido en una democracia de pleno derecho y un modelo para las sociedades no occidentales, especialmente las asiáticas; sobre todo, para la China Popular en caso de que algún día decidiera abandonar el sistema dictatorial de partido único establecido por Mao Zedong en 1949.
Un centro económico ineludible
Taiwán es ante todo un centro económico ineludible. Su éxito se basa en tres décadas de rápido desarrollo, basado en una lograda reforma agraria que propició la aparición de una dinámica clase empresarial capaz de sustituir las costosas importaciones por productos propios y luego exportarlos no solo al mercado estadounidense, sino a los cuatro rincones del mundo. Ese éxito se vio reforzado por el contexto de la guerra fría, ya que Estados Unidos proporcionó ayuda financiera y Japón subcontrató en la isla muchas de sus producciones.
A finales de la década de 1980, Taiwán puso fin a la congelación de sus relaciones con la China Popular. Sus nacionales y, en especial, sus hombres de negocios (los taishang en chino) empezaron a viajar al continente. En 1992 se estableció un canal de comunicación oficioso entre Taipéi y Beijing. Desde entonces, a pesar de las tensiones que han surgido en varias ocasiones a uno y otro lado del estrecho, las inversiones taiwanesas en la RPC no han dejado de aumentar. En el 2018, el número de esas inversiones ascendió a más de 43.000 millones de dólares, y su importe total, a 183.000. Y, así, a principios de la década del 2000 había unos 2 millones de taishang en la China continental, concentrados sobre todo en el delta del río de las Perlas en Guangdong (Shenzhen, Dongguan ) y en la parte baja del río Yangtsé (Shanghai, Kunshan en Jiangsu).
En términos más generales, como Hong Kong, pero también como Japón y más tarde Corea del Sur, Taiwán ha contribuido mucho al desarrollo económico de la China Popular. La isla ha deslocalizado en el continente sus empresas necesitadas de mano de obra; empresas de sectores que van desde la ropa a los zapatos, desde los juguetes a las bicicletas, desde los artículos deportivos a los teléfonos móviles. Las zonas económicas especiales chinas establecidas en Shenzhen y otros lugares se inspiraron directamente en las creadas dos décadas antes en Taiwán.
Es cierto que, desde el 2010 aproximadamente, el progreso industrial de la economía china, el aumento del coste de la mano de obra y el incremento de las tensiones geoestratégicas han llevado a muchas compañías taiwanesas a deslocalizar sus líneas de producción al Sudeste Asiático (especialmente, Vietnam) o al sur de Asia (por ejemplo, Bangladesh). Con todo, el nivel de dependencia de Taiwán respecto a China sigue siendo elevado: en el 2022, un 42% de sus exportaciones se dirigieron a ese país; el número acumulado de inversiones taiwanesas ascendió en el 2021 a 45.000 millones de dólares y el importe total de esas inversiones a 194.000; el gran fabricante de productos electrónicos Foxconn (Hon Hai) sigue teniendo en el continente más de un millón de empleados; la comunidad de taishang sigue siendo numerosa, y se estima que aún ronda las 400.000 personas. Y todo ello a pesar de los esfuerzos realizados por el Gobierno de Tsai Ingwen, presidenta de Taiwán desde el 2016, por reducir esa dependencia. En realidad, aunque ha incrementado los lazos económicos, culturales y políticos con los demás países del Indo-Pacífico (Asean, India, Australia, etcétera), la “nueva política hacia el sur” (xin nanxiang zhengce) lanzada por Tsai solo ha cambiado marginalmente las cosas.
Ahora bien, la dependencia es recíproca: la economía china importa la mayoría de sus semiconductores de Taiwán, isla que fabrica hoy un 92% de los semiconductores más sofisticados (de menos de 10 nanómetros). La principal compañía taiwanesa, TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), produce un 35% de los microcontroladores de automoción y un 70% de los microprocesadores utilizados en los teléfonos móviles; también domina la producción de semiconductores para las unidades de procesamiento gráfico más modernas (high-end graphics processing units) de ordenadores y servidores. Y, de modo más general, el mundo entero depende de los semiconductores taiwaneses; sobre todo, Estados Unidos, Japón, la Unión Europea, especialmente Alemania, y el Sudeste Asiático.
Y ahí entran en juego los factores geopolíticos: en agosto del 2022, con la ley Chips y Ciencia, el Gobierno de Biden decidió, por un lado, imponer a China unas restricciones sin precedentes a la exportación de los semiconductores más miniaturizados y, por otro, prestar un apoyo financiero masivo (280.000 millones de dólares) para el desarrollo en suelo estadounidense de líneas de producción de ese nuevo oro negro. La decisión ha tenido un impacto directo y significativo en las compañías taiwanesas de semiconductores, como TSMC. Si venden una gran cantidad de semiconductores a China, deberán replantearse su estrategia y dirigirse a otros mercados, como el americano. Las autoridades estadounidenses solo han concedido a TSMC una exención de un año para seguir vendiendo a la China continental como hasta ahora. Por eso, previendo tal evolución, Morris Chan, el dueño de TSMC, decidió en el 2020, es decir, dos años después de que Donald Trump iniciara la guerra económica con Beijing, invertir 12.000 millones de dólares en la construcción de una fábrica en Arizona y producir semiconductores de menos de cinco nanómetros. Está previsto que dicha fábrica abra sus puertas en el 2024. Además, en diciembre del 2022, TSMC anunció que había iniciado la construcción de otra fábrica capaz de producir chips de tres nanómetros. Su apertura está prevista para el 2026. La inversión total de TSMC en Estados Unidos asciende ahora a 40.000 millones de dólares. No obstante, TSMC está decidida a mantener en Taiwán su actividad principal, tanto en el ámbito de la investigación y el desarrollo como en el de la producción.
La compañía anunció a principios del 2023 que invertiría 61.000 millones de dólares en la isla para fabricar sus semiconductores más avanzados (5, 3 y 2 nanómetros). De ahí, a pesar de los crecientes riesgos, la persistente importancia de la isla para la economía mundial.
En el corazón de la nueva guerra fría sino-estadounidense
En la actualidad, Taiwán no solo se encuentra en el centro del enfrentamiento estratégico y de lo que estoy tentado de llamar la nueva guerra fría, entre China y Estados Unidos, sino también en la primera línea de frente en razón de su situación geográfica.
Desde el inicio de las reformas en 1979, la dirección del Partido Comunista de China (PCCh) ha abogado por la unificación pacífica con Taiwán. Ha hecho todo lo posible por reforzar las relaciones comerciales y humanas a ambos lados del Estrecho con la esperanza de aumentar la dependencia económica de la isla respecto al continente y aumentar así la disposición de las élites taiwanesas y, con el tiempo, de la propia sociedad isleña a aceptar alguna forma de unificación política con la RPC.
Ahora bien, dicha unificación es imposible sin poner fin a la existencia de la RDC en Taiwán, Estado soberano de facto desde el final de la guerra civil entre el PCC y el Kuomintang (KMT) en 1949. Dado que ha conservado la Constitución (promulgada en 1946) de la RDC (establecida en 1911 en el continente), Taiwán no puede aceptar convertirse en una región administrativa de la RPC bajo la fórmula “un país, dos sistemas” aplicada a Hong Kong y Macao sin sabotearse como país y poner en peligro la supervivencia de su democracia. El libro blanco del Gobierno chino hecho público en agosto del 2022 deja claro que solo los taiwaneses “patriotas” (es decir, dispuestos a someterse a la autoridad suprema del PCCh) podrán gobernar Taiwán. Ni el KMT, ahora en la oposición, ni el independentista Partido Democrático Progresista (PDP), ahora en el poder, pueden aceptar esa solución. Si bien el KMT ha respaldado el principio de “una sola China” de acuerdo con su propia interpretación (es decir, que la RDC sigue incluyendo legalmente a toda la nación china) y mantiene desde el 2005 un canal de comunicación con el PCCh, lo cierto es que está tan comprometido con la soberanía de la isla como el PDP. Solo prevé la unificación con el continente en un futuro lejano y con la condición de que el continente se democratice.
Durante mucho tiempo, las autoridades chinas se mostraron favorables al statu quo; promovieron de modo prioritario el “desarrollo pacífico” de las relaciones entre las dos orillas del Estrecho y trataron sobre todo de impedir cualquier declaración formal de independencia por parte de Taiwán. Tras el ascenso al poder de Xi Jinping en el 2012, Beijing ha querido acelerar el proceso de unificación. La llegada al Gobierno de Tsai Ingwen y el PDP en el 2016 convenció a Xi de la necesidad de intensificar su presión militar sobre Taiwán, multiplicando las incursiones en el espacio aéreo y marítimo cercano a la isla, aunque sin que los barcos y aviones del EPL entraran en las aguas territoriales o el espacio aéreo propiamente taiwaneses (12 millas náuticas desde la costa). Al adoptar una estrategia coercitiva de zona gris (es decir, manteniéndose por debajo del umbral de la guerra), el EPL no ha hecho sino alimentar las preocupaciones de Washington y reforzar los lazos estratégicos y la cooperación militar entre Estados Unidos y Taiwán. Y tanto más por cuanto que, desde la crisis de los misiles de 1995-1996, el EPL ha crecido rápidamente y posee ahora más barcos que la Armada estadounidense (340 frente a 293), una flota aérea mucho más moderna y dotada de un gran número de cazabombarderos de cuarta generación, una fuerte capacidad de guerra cibernética y electromagnética, así como una panoplia de misiles convencionales y nucleares capaces de neutralizar el despliegue militar avanzado de Estados Unidos en el Pacífico occidental (Japón, Corea del Sur, Guam), en caso de intervención estadounidense en un conflicto armado en torno a Taiwán.
¿Una crisis militar?
En realidad, hoy en día los riesgos de una crisis militar e incluso de una guerra entre China y Taiwán han aumentado de forma considerable. Por un lado, Beijing se da cuenta ahora de que cualquier unificación de tipo pacífico es cada vez más improbable. Apegados como están a su democracia y a su independencia de facto, los taiwaneses solo contemplan la posibilidad de una unificación así bajo coacción. Por otro lado, el EPL tiene cada vez más capacidad, en ausencia de una intervención estadounidense, para anexionarse la isla rebelde por medios militares. La incertidumbre clave para Xi y los dirigentes del PCCh reside precisamente en el grado de la determinación de Estados Unidos a la hora de intervenir en un conflicto de ese tipo. Desde su normalización con la RPC en 1979, Estados Unidos ha mantenido sobre la cuestión una “ambigüedad estratégica” que ha sembrado dudas tanto en Beijing como en Taipéi; ello no solo le ha permitido evitar un ataque chino, sino también cualquier declaración de independencia taiwanesa. Sin embargo, ante la intensificación de las amenazas chinas, el Gobierno estadounidense ha ido aclarando poco a poco su postura. Por ejemplo, desde su toma de posesión en enero del 2021, el presidente Biden ya ha declarado en cuatro ocasiones que Estados Unidos intervendría en caso de un ataque del EPL a Taiwán. La última ocasión fue en septiembre del 2022, un mes después de la visita a Taiwán de Nancy Pelosi, la presidenta (demócrata) de la Cámara de Representantes, y de las posteriores maniobras de una magnitud sin precedentes del EPL simulando un bloqueo de la isla.
Los expertos estadounidenses del Pentágono predicen que una guerra sino-estadounidense por Taiwán sería muy dolorosa para todas las partes implicadas, con hasta 500.000 muertos en ambos bandos; por no mencionar el riesgo de nuclearización del conflicto.
Obligado por la ley de Relaciones con Taiwán, una ley del Congreso de abril de 1979 que le obliga a proporcionar armas defensivas a Taipéi y a preocuparse por mantener la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán, el Gobierno estadounidense no puede permanecer de brazos cruzados. Desde hace varios años, ha incrementado su apoyo a las fuerzas armadas taiwanesas y también la presión sobre el Gobierno de Tsai Ingwen para que aumente su esfuerzo en defensa. Así, el presupuesto de defensa taiwanés ha pasado de 11.000 millones de dólares en el 2018 a 19.000 millones en el 2022. Por más que siga siendo muy inferior al de la RPC (230.000 millones en el 2022), permite a Taiwán reforzar su capacidad de disuasión convencional. Con el mismo objetivo, Tsai anunció en diciembre del 2022 que el servicio militar se ampliaría a un año, frente a los cuatro meses que duraba desde el 2013. Al mismo tiempo, el Gobierno taiwanés ha reforzado las fuerzas de reserva (2,5 millones de hombres) y la defensa civil (1 millón de voluntarios).
El papel de los aliados de EE.UU.
En opinión del Pentágono, Taiwán debería hacer más, mucho más. Sin embargo, ese esfuerzo se vincula con un reforzamiento de la posición de Estados Unidos en el Pacífico occidental y a un aumento del gasto militar de sus aliados en la zona.
Y, sobre todo, de Japón, que ahora ya sabe que no podrá mantenerse al margen de un conflicto armado en el estrecho de Taiwán en caso de que llegara a producirse. Debido a la proximidad geográfica con Taiwán (Yonaguni, la isla más meridional y occidental de las islas Ryukyu, de las que Okinawa es la principal, está a 110 kilómetros de Taiwán) y a sus estrechos lazos estratégico-militares con Washington, Tokio se verá obligado a proporcionar al menos apoyo logístico a cualquier compromiso militar estadounidense. En consecuencia, el Gobierno japonés planea duplicar el presupuesto de defensa para el 2027, que pasará de los actuales 54.000 millones de dólares a 108.000 millones.
Sin embargo, el aumento del poderío del EPL también preocupa a Australia, que no solo ha aumentado su esfuerzo en defensa (36.000 millones de dólares en 2022-2023, +7,4%), sino que también ha estrechado sus lazos estratégicos con Estados Unidos y Reino Unido: concluyó con esos países un nuevo pacto denominado AUKUS en septiembre del 2021. Canberra abandonó entonces el suministro de submarinos diésel-eléctricos franceses y acordó adquirir submarinos nucleares de fabricación estadounidense para enfrentarse mejor a la amenaza china.
El objetivo de Estados Unidos es construir una coalición de aliados y socios lo bastante fuerte y cohesionada para disuadir a China de lanzar una operación militar contra Taiwán.
Repercusión de la guerra de Ucrania
En ese sentido, la agresión de Rusia a Ucrania ha contribuido a reforzar la importancia estratégica de Taiwán y sin duda también a que Xi Jinping se lo piense dos veces antes de embarcarse en una aventura militar contra la isla.
En realidad, la decisión –inesperada para muchos– de Vladímir Putin de invadir Ucrania ha avivado los interrogantes sobre la posibilidad de una guerra en el estrecho de Taiwán. Ha puesto de manifiesto que cualquier régimen autoritario puede tomar con rapidez una decisión de ese tipo. También ha puesto de manifiesto que la pasión nacionalista e irredentista puede prevalecer sobre los cálculos y las decisiones racionales. Ahora bien, ha puesto asimismo de manifiesto que cualquier conflicto armado está plagado de incertidumbres y dificultades no previstas.
Por eso, Xi y la cúpula tanto del PCCh como del EPL observan con lupa la guerra para extraer de ella todas las lecciones necesarias desde el punto de vista militar, diplomático y económico. Dicho eso, apoderarse de una isla es mucho más peligroso que maniobrar tanques sobre un territorio continental. Además, el aislamiento internacional de Moscú no deja de preocupar a Beijing, que ya está tratando de hallar la mejor forma de protegerse contra cualquier sanción económica y financiera impuesta por Estados Unidos y sus aliados.
Así, aprovechando la guerra comercial con Washington y la pandemia de la covid, las autoridades chinas han intentado, a su manera, desvincular la economía china de Occidente y aumentar su autonomía tecnológica en todos los campos, incluido, por supuesto, el de los semiconductores.
En cualquier caso, el incremento de las tensiones geoestratégicas sino-estadounidenses ha reforzado la importancia de Taiwán a ojos de Washington, Tokio, Canberra e incluso Bruselas. De hecho, es difícil concebir que Estados Unidos pueda abandonar Taiwán a su suerte. Tal decisión tendría graves consecuencias internacionales, pondría en entredicho su credibilidad ante los aliados del Asia-Pacífico y los obligaría a aceptar en su entorno no solo el dominio económico chino sino también el militar; con ello, Estados Unidos correría el riesgo de sustituir en la región la pax americana por una nueva pax sinica.
Por esa razón, el mantenimiento de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán se ha convertido en primordial, al contener no el desarrollo económico de la República Popular, sino sus proyectos irredentistas, y no solo frente a Taiwán, sino también en el mar de China Meridional (islas Spratly) y en el mar de China Oriental (islas Senkaku-Diaoyu). En términos generales, Taiwán es un cerrojo a las ambiciones de China en el Pacífico occidental y le impide hacerse con el control de la famosa ‘primera cadena de islas’ que va de Japón al estrecho de Malaca pasando por Filipinas y Borneo. Taiwán es, pues, una parte esencial de la línea del frente contra China.
Taiwán: una democracia modélica
La nueva guerra fría entre China y Estados Unidos es diferente de la antigua, que enfrentó durante más de cuarenta años a Washington y Moscú: las economías china y estadounidense son mucho más interdependientes y cualquier desvinculación completa de ambas parece utópica. Sin embargo, han reaparecido muchos de los ingredientes de la anterior contienda: competencia estratégica, competencia tecnológica y también rivalidad entre dos sistemas políticos opuestos. Y es en este último punto donde la democracia de Taiwán es más importante.
En efecto, la democracia taiwanesa –hoy consolidada– ofrece a otros estados autoritarios y, en especial, a la China Popular un ejemplo de salida pacífica de una dictadura de partido único (en ese caso, el KMT). De hecho, Taiwán se ha convertido en una ilustración viva de la compatibilidad entre la cultura confuciana y la democracia, cuyos principios se inspiran en gran medida en el espíritu de la Ilustración. También demuestra la universalidad de los derechos humanos y los valores democráticos. Por último, prueba que cualquier proceso de democratización depende tanto de las élites como de la sociedad, tanto de la dirección política del país responsable de esa valiente decisión como del nivel de cultura democrática existente en el seno del cuerpo social. El PCCh y la sociedad continental tienen aún mucho camino por recorrer antes de que se cumplan esas condiciones. Sin embargo, durante las tres últimas décadas, la experiencia democrática taiwanesa ha sido analizada de cerca por todos aquellos que, en la República Popular, desean ver evolucionar su régimen hacia mayores cuotas de libertad política y participación ciudadana.
En un momento en que la democracia está en retroceso en todo el mundo, el valor del ejemplo taiwanés se realza y se hace todavía más precioso. También por esa razón es inconcebible que Washington ceda a las exigencias chinas y reduzca su apoyo a Taipéi con objeto de obligarlo a alcanzar un compromiso político con Beijing y, mucho menos, a entablar negociaciones para la unificación con el continente. El hecho de que, desde el 2020, las “seis garantías” dadas en secreto a Taiwán en julio de 1982 se hayan hecho públicas y el Gobierno estadounidense se refiera a ellas con regularidad pone de relieve lo esencial que es para Estados Unidos el mantenimiento del statu quo en el Estrecho. Esas garantías incluyen la promesa de no obligar a Taipéi a entablar negociaciones con Beijing, no mediar entre las dos capitales y no detener la venta de armas a Taiwán. También incluyen el hecho de que, para Washington, el estatus internacional de Taiwán sigue siendo indeterminado. Sin embargo, para Estados Unidos, como para todos los países democráticos, los taiwaneses tienen derecho a decidir su futuro: independencia, statu quo o unificación con el continente. La gran mayoría de los taiwaneses son partidarios del ‘statu quo’ desde hace mucho tiempo, y si ha habido un cambio, es hacia la independencia y no hacia la unificación, al menos mientras la República Popular siga siendo un régimen autoritario.
Reelegida en el 2020, Tsai se retirará en el 2024. Su partido está lejos de ser popular, y sufrió una derrota electoral en las elecciones locales de noviembre del 2022. Sin embargo, el resultado de las elecciones presidenciales y parlamentarias de enero del 2024 dista mucho de ser seguro. El PDP puede permanecer en el poder si consigue ponerse de acuerdo sobre un candidato creíble y permanece unido. Sin embargo, lo más probable es que el KMT gane las elecciones, ya que muchos taiwaneses quieren cambiar de mayoría política y entregar las riendas del país a un nuevo equipo. Esa es la virtud de la democracia. En cualquier caso, como ya se ha mencionado, las relaciones con la China Popular no se verán fundamentalmente modificadas, por más que pueda aparecer alguna tímida distensión. De hecho, aunque el KMT estuviera en disposición de restablecer un canal de comunicación con Beijing, no lo desea en absoluto ni podría entablar negociaciones políticas con esa capital, puesto que tal medida provocaría reacciones negativas en la sociedad taiwanesa.
Así, en la medida en que existe un consenso en Taiwán, es un consenso en torno a la preservación de la soberanía y la seguridad de la RDC, la protección de su democracia y el mantenimiento del statu quo en el Estrecho.
Conclusión
Parece claro. Taiwán es más importante que lo que permite suponer su masa geográfica y humana. La isla posee una economía avanzada y dinámica. Se encuentra en la línea del frente entre el dispositivo de seguridad estadounidense en el Indo-Pacífico y la RPC. Constituye también una fuente de esperanza democrática en un mundo cada vez más tentado por el autoritarismo y la guerra.
Su futuro depende sobre todo de los taiwaneses, de su capacidad para seguir consolidando la democracia, pero también de su voluntad de garantizar mejor la seguridad y la independencia de facto. Depende asimismo de Estados Unidos y sus aliados en la zona. Y, además, depende de nosotros, los europeos, que, aunque geográficamente distantes, podemos hacer más para evitar el conflicto y asegurar el futuro pacífico de la isla. Si la democracia de Taiwán está en peligro, todos nos veremos afectados. Si prospera, nuestra propia democracia y nuestro futuro serán más seguros.
LA VANGUARDIA