24.03.2023
El 12 de febrero de 2023, a las 13:44 h, Roc Milà publicaba, en su cuenta de Twitter, el tuit siguiente: «La memoria con la historia (‘not mine’, pero es fresquísima)», un texto que formaba parte de un hilo de cosas que no debería confundirse nunca. Después, gracias al propio Roc Milà, he podido confirmar que el autor de la frase es el filósofo catalán Abel Cutillas, que establece la diferencia entre Filosofía e Historia y entre Historia y Memoria en este interesante y desgarrador artículo: «La historia y la memoria no son exactamente lo mismo, más bien son lo contrario, y sirven para cosas diferentes. El holocausto que nos cuentan los historiadores es más crudo, sin tanto argumento, con un guión menos previsible y con unos personajes no tan bien definidos. Un holocausto sin metáforas y, sobre todo, sin ese veneno que contiene siempre el relato que nos hace escuchar desde el bando correcto de la historia».
«Los filósofos no quieren saber historia, y hacen bien porque podrían perder el trabajo y algo más. ‘The Arendt syndrome’ consiste en eso también, en esa autoinmunidad adquirida. En no sentirse interpelados por los acontecimientos ni por las explicaciones de los hechos, una filosofía del relato, sí, efectivamente, el problema es que los efectos de todo esto han ido mucho más allá de la filosofía y de los seminarios, y aquí hay que volver a preguntar para qué ha servido. darle una respuesta parcial en un libro, con un capítulo dedicado a la dicotomía entre memoria e historia. Es toda la historia de la segunda mitad del siglo xx la que debe ser, perdonen el uso de la metáfora, desinfectada».
De hecho, al respecto, también están las aportaciones de Julia Moncasí Borras (1). Y también de Pierre Nora (2).
A Xavier Amorós Solà (Reus, 7 de abril de 1923-18 de julio de 2022), le pasa como a Gabriel Ferrater (Reus, 20 de mayo de 1922-Sant Cugat del Vallès, 27 de abril de 1972): ambos hacen memoria, pero no hacen exactamente historia, mejor dicho: Historia con mayúscula inicial, que indica disciplina científica. Por un lado, los volúmenes 3 y 4 de la Obra Completa de Amorós contienen la primera y la segunda parte de ‘La aguja en un pajar’, las memorias suyas desde el año del nacimiento, 1923, hasta el año 1975, año de la muerte del dictador Franco. Por otra parte, podemos seguir las vivencias y reflexiones del joven Gabriel Ferrater de los 14 años hasta los 30 a lo largo poema narrativo «In Memoriam»: estos años han sido biografiados, ahora sí, con criterio de investigación histórica rigurosa, por Ramon Gomis en el libro ‘El Gabriel Ferrater de Reus’ (Proa, 1998) en la colección de biografías «Perfiles».
Otra cosa que comparten Amorós y Ferrater es que se les considera, sobre todo, buenos poetas, pero también son grandes ensayistas: Xavier Amorós, como articulista y memorialista; Gabriel Ferrater, como crítico literario y de arte y también como lingüista, traductor y profesor prescriptor y jerarquizador sin contemplaciones de Literatura Comparada. De Ferrater, conmemoramos el centenario del nacimiento y el cincuentenario de la muerte por suicidio el año pasado mediante el Año Gabriel Ferrater, de alcance nacional; de Xavier Amorós, celebramos este año el centenario del nacimiento mediante el Año Xavier Amorós, desgraciadamente sin su presencia física porque falleció hace un año, comisariado por la hija, profesora y escritora, Maria Lluïsa Amorós Corbella: hasta entonces, compartía el hecho de ser el decano de las letras catalanas con el leridano Josep Vallverdú, que este año será homenajeado con un merecidísimo Año Josep Vallverdú, de alcance nacional, cuya celebración de carácter nacional le ha sido negada al reusense por la Institución de las Letras Catalanas del Departamento de Cultura del govern de la Generalitat de Cataluña, como ocurrió también injustamente el año pasado con el escritor prolífico y creador polifacético de Agramunt Guillem Viladot.
Amorós hará la memoria sobre todo con una prosa narrativa contrapoética, magnífica literatura del yo, memorialismo del mejor, difundido en Reus y por todas partes, por ejemplo, por @sol_rogent en este pie de Instagram que reproduzco a continuación aquí: «Meses después, hacia el final de la guerra, supe que Mercè había muerto en uno de esos furiosos ataques de la aviación franquista que se prodigó tanto en aquel funesto 1938. (El 26 de marzo de 1938, a las ocho y cuarto de la mañana, seis bombarderos S-79 con cuarenta y ocho bombas de cien kilos, explosivas, y veinticuatro más, de veinte, incendiarias- volvieron asolar la ciudad de Reus de punta a punta).» Fijémonos, por favor, en la medida adjetivación planiana (de Joserp Pla) de Amorós.
Ferraterla hará la memoria con una poesía narrativa queridamente prosaica o, quizás mejor dicho, procaz: «Descubrimos las putas y el robar./ Robar, lo habríamos visto. En cuanto a los prostíbulos, /se nos habrían abierto bien pronto /pero ganamos unos meses. El primer /bombardeo lo pasamos en el refugio /de casa de Sol, y todos teníamos miedo /de que allí nos reuniesen. Muy disminuidos, /los padres estaban en el poder, todavía». Pero para una introducción a la ‘Historia de los prostíbulos reusenses de todo tipo y precio’, lean, de Marc Busquets, ‘El negocio del sexo en Reus en los años 30’; también, de Isabel Martínez, ‘Pagar por pecar: referencias históricas de la prostitución en Reus’; en la segunda parte, ahora mismo inencontrable en la red, se menciona la calle de Sant Miquel de la ciudad de Reus como uno de los lugares con mayor concentración de prostíbulos, como un barrio rojo de Ámsterdam durante la Segunda República (española), con salud pública, orden social e higiene íntima.
Al mismo tiempo, sabemos que nunca debemos confundir la literatura histórica científica y la novela histórica. Está claro que, en ocasiones, la historiografía se basa en fuentes manipuladas que son verdaderos constructos de ficción como el que obró Felipe II (y sus sucesores) para construir una Historia de España inventada mediante la Inquisición, que reprimía, y los historiadores orgánicos, pagados para escribir hechos favorables a Castilla y en detrimento de Cataluña. Por eso el Institut Nova Historia lleva muchos años rescatando la Historia de Cataluña de la censura a la que ha sido sometida y que ha sido reproducida acríticamente por la academia de nuestro país. Las ucronías, como la magnífica novela ‘Yo soy aquel que mató a Franco’, de Joan-Lluís Lluís, son casos extremos de historia-ficción, en los que se desarrolla literariamente un hecho histórico de antaño de forma alternativa como si hubiera ocurrido realmente (talmente, al revés, la ciencia ficción, del porvenir).
Las características de la novela histórica, las resumió muy bien Albert Sánchez Piñol, en ‘Victus’: «Algunos lectores del borrador me han preguntado por la historicidad de los hechos. A esto sólo puedo responder que me he basado en las convenciones habituales de la novela histórica, que estipulan atenerse a los datos constatados al tiempo que se tolera la ficción en el apartado privado». Y también las aplicará en ‘Vae Victus’, especialmente interesante en el caso de la narración de los últimos días del guerrillero Pere Joan Barceló, (a) Carrasclet.
Dos de los títulos aparecidos recientemente de novela histórica que quiero citar son, por un lado, ‘La pensión de alemanes’, de Montserrat Corretger, centrada entre los años 1922 y 1939, en la que los traductores alemanes y suizos de las empresas de frutos secos ocupan un lugar de privilegio en el Reus floreciente de aquellos años, con el crecimiento del nazismo como telón de fondo; por otra parte, ‘La diligencia’, de Marta Magrinyà, situada en el siglo XIX y que se inicia un jueves de mayo de 1841, cuando seis personas emprenden un viaje en diligencia de Reus a Barcelona, la segunda ciudad y la primera urbe de entonces del Principado de Cataluña. Ambas están en la mesilla de noche esperando el turno de lectura.
El caso es que, en los últimos meses, han llegado a mis manos varios originales inéditos o autoeditados que responden a la idea de las memorias. En cuanto a los originales inéditos, puedo mencionar ‘Mis memorias’. Una aportación a la Historia colectiva, de Antoni Vallverdú i Alsina, impresor y escritor reusense, estudiadas y con proyecto editorial elaborado por sus bisnietas, Patrícia y Núria Vallverdú Martín, mediante dos interesantes Trabajos de Investigación de Bachillerato en el instituto Gabriel Ferrater de Reus; ‘Impresiones y recuerdos de una derrota’, memorias inéditas de Antoni Batlle i Mas, militante reusense de Estat Català; la recopilación de textos autobiográficos del patriota y maestro jubilado Joan Ramon Llaó Solé, de Puigverd de Lleida, que tal vez se titularán, si encuentran editor, ‘Des d’un puig vert. Memòrias i històrias y desmemòrias’: todos estos originales buscan editor. En cuanto a las autoediciones que merecerían también encontrar un editor interesado en hacer una reedición con la difusión, debo comentar la magnífica labor de Montserrat Pérez Martínez, que ha escrito y autoeditado dos espléndidas biografías: ‘El abuelo era rojo y murió en la guerra’, un trabajo sobre el paradero del abuelo, Arturo Martínez Aura (Barcelona, 1897– Lleida, 1938); y ‘Pantaleon’, un recorrido por la historia familiar desde los bisabuelos hasta ahora mismo. Y todavía me queda mencionar las memorias en curso de redacción de la escritora Maria Dolors Vallverdú i Torrents, que serán, una vez terminadas y publicadas, la continuación de las memorias de su padre, Tomàs Vallverdú, que salieron a la luz pública después de muchos años con el título ‘Blava aparença 1936-1982’ (Quorum llibres, 2015). El historiador Pierre Nora defiende su legítimo ejercicio: «[…] en el deber de memoria se puede decir que se ha producido una democratización del proceso de conocimiento histórico, en el que cada uno puede convertirse en el historiador de sí mismo […]».
El último ensayo de Xavier Pla habla de este archipiélago de géneros relacionados con el pasado narrado en primera persona: ‘El soldado de Baltimore. Ensayos sobre literatura y realidad en tiempos de autoficción’ (lo tengo pendiente de leer, es decir, lo he añadido a la lista de libros pendientes de comprar y devorar). Hace la taxonomía argumentada y el análisis razonado: «estira los hilos de la relación entre realidad y ficción y hace una propuesta (inevitablemente fracasada) de definición de la autoficción para rehuir este tipo de cajón de sastre en el que se ha convertido (lleno de todo tipo de duelos, penas, divorcios, separaciones…) y que olvida su hibridez interrogativa». He visto y escuchado con atención su presentación en el programa ‘Més 3/24’ (3).
El debate sobre la realidad y la ficción, el realismo tan incierto y la ficción supuestamente basada en hechos reales, permanece abierto. Gabriel Ferrater ya le dijo su sabia opinión polémica, como siempre, en este debate, en su poema escrito a modo de ensayo en verso ‘Poema inacabado’: «La atmósfera de la decena /te la da muy bien el poema /primero de Dónde he dejado las llaves: /el superrealismo, usado /con talento, es más realista /que el realismo academicista”. Ferrater se refería al poema de J.V. Foix titulado así: «LLEGUÉ A AQUEL PUEBLO, TODO EL MUNDO ME SALUDABA Y YO NO CONOCIA NADIE; CUANDO IBA A LEER MIS VERSOS, EL DEMONIO, ESCONDIDO, DETRÁS UN ÁRBOL, ME LLAMÓ, SARCÁSTICO, Y ME LLENÓ LAS MANOS DE RECORTES DE DIARIOS». Al modo del ‘Elogio de la Locura’, de nuestro Erasmo de Rotterdam (que no se llamaba Erasmo ni era de Rotterdam), una alegoría de Juana llamada la Loca y su padre, Fernando el Católico: sino más bien era lo contrario. Y también ‘Ronda naval bajo la niebla’, de Pere Calders, una obra escrita en clave que critica la desorientación del catalanismo político de entonces, como explica Diana Coromines (4), y que todavía persiste en estos momentos.
La historia comienza en el punto donde se descompone la memoria social
Júlia Moncasí Borràs
FRONTISSA.CAT
Los usos del patrimonio —y cómo se reconoce— es una cuestión que queda influenciada por las relaciones sociales que se consolidan, reproducen, imponen o rechazan en el seno de una comunidad o sociedad. El patrimonio no sólo se construye en relación con la herencia y el pasado; Llorenç Prats (1998) habla del patrimonio cultural como una «invención y construcción social que parte desde una externalidad cultural: lo que cada sociedad define como fuera de control de las leyes de la propia cultura».
Los procesos de patrimonialización articulan diferencias de alteridad, producen y justifican significados y relaciones de poder que llegan a naturalizarse y convertirse en hegemónicas. Los patrimonios no son neutrales, se configuran desde una comprensión particular de la historia, y la sociedad escogida responde reivindicando su identidad en relación al pasado que se vehicula en el patrimonio. Así, el proceso de patrimonialización puede considerarse una herramienta de legitimación de un orden social determinado (Connerton, 1989) que inevitablemente entrará en conflicto con otros valores e interpretaciones, lo que producirá como resultado un «patrimonio disonante». Es en este punto cuando podemos hablar de la relación bidireccional de patrimonio y memoria. Según Smith (2006), el discurso autorizado del patrimonio actúa como un marco que oculta la base ideológica en el que se crea, regula y gestiona el patrimonio, y actúa para neutralizar las disonancias del patrimonio a través de reglamentos y prácticas de gestión, lo que provoca que tan sólo un tipo de patrimonio -mayoritariamente relacionado con conflictos bélicos o memorias incómodas- sea considerado disonante.
Desde un punto de vista etimológico, patrimonio, memoria y monumento quedan ligados por un acto que involucra al pasado: recordar.
Un monumento tiene la finalidad de conmemorar y revivir el pasado desde el presente, pero no asegura que no sea olvidado o destruido por la comunidad (Choay, 2007). Los monumentos históricos, en cambio, forman parte del presente vivido y requieren ser conservados (Dormaels, 2012), ya que se construyen por un distanciamiento con el pasado que representan, y son concebidos como objetos con valores concretos, como la identidad nacional (Zúñiga, 2017).
Sin embargo, no debemos confundir historia con memoria, ni pensar que todos los procesos de patrimonialización que tratan períodos históricos son constitutivos de espacios de memoria.
Según Maurice Halbwachs (2004), la historia se construye socialmente bajo el supuesto de ser un conocimiento único, universal y ajeno con una introducción, nudo y desenlace a través de unos criterios de selección, clasificación y recopilación de los acontecimientos pasados, considerados como más relevantes. La memoria forma parte del pensamiento y del esfuerzo social: a partir de los recuerdos individuales contrastados con las personas de nuestro entorno podemos tejer el recuerdo; de ahí que la memoria colectiva esté ligada a los límites de existencia, oralidad y separación de los grupos sociales, grieta donde aparece la historia para fijar los acontecimientos anclados fuera del tiempo. En este sentido es necesario que haya un relevo en las nuevas generaciones antes de que desaparezca esta memoria: puede tomar formas físicas distribuidas en el espacio, el cual genera una «ilusión de inmovilidad a través del tiempo y se convierte en un tapiz perfecto para recordar» (Olarieta, 2021); se congela la memoria en un emplazamiento, un espacio de memoria.
En el caso de la recuperación de la memoria colectiva, la búsqueda de estas disonancias ha permitido señalar unos discursos hegemónicos excluyentes de partes de población que, por vínculos de conocimientos, valores, recuerdos y conmemoraciones, se han visto relegadas a las esferas privadas de la memoria y el olvido. Señalar estas disonancias permite hacer partícipe al grupo social protagonista de la memoria que se quiere trabajar, y sobre todo demuestra que este tipo de procesos de patrimonialización, necesariamente, se deben construir, debatir, rebatir, extender, difundir, divulgar y conjurar en espacio público, fuera de la academia y de los espacios museísticos.
Por este motivo, los espacios de memoria deben trascender la historicidad y poner en el centro a la ciudadanía.
Finalmente, las disonancias patrimoniales, en mi opinión, son necesarias y deben saber encontrarse en los patrimonios que representan parte de nuestra historia, y utilizo este concepto para marcar, precisamente, el carácter volátil que puede tomar el relato histórico si no se incluye el relato ‘émic'(*). y de memoria a su alrededor. La historia y la memoria —y el derecho al olvido— deben poder trabajar juntas, de forma paralela, para construir y configurar espacios donde se encuentren representadas todas las rendijas vivenciales que marcan los grupos sociales, sobre todo en patrimonios incómodos como los patrimonios a los que se refieren los espacios de memoria.
Bibliografía
CHOAY, Françoise (2007). ‘Alegoría del Patrimonio’. Barcelona: Gustavo Gili.
CONNERTON, P. (1989). ‘How Societies Remember’. Cambridge University Press: Cambridge.
DORMAELS, Mathieu (2012). «Identidad, comunidades y patrimonio local: una nueva legitimidad social», en Alteridades, 22 (43), p. 9-19.
HALBWACHS, M. (2004). ‘La memoria colectiva’. Prensas Universitarias de Zaragoza: Zaragoza.
OLARIETA, Julia. (2021). «Memorias: amor y compromiso». FOSSA, 218. Lucha, memoria y libertad, núm. 03 (10-12). Lérida.
PRATS, Llorenç. (1998). «El concepto de patrimonio cultural». Política y Sociedad, 27 (63-76). Madrid.
SMITH. (2006). ‘The uses of heritage’. Londres y Nueva York: Routledge. Capítulo 3: Authorizing institutions of heritage (87-114).
ZÚÑIGA, P. (2017). «Patrimonio y Memoria: una relación en el tiempo». Revista de Historia y Geografía, 36 (189-194).
Lunes, 25 de abril de 2022
Memoria compartida
VALÈRIA GAILLARD
EL PUNT-AVUI
(2) https://www.elpuntavui.cat/article/982587-memoria-compartida.html
Para hablar de nación es fundamental disponer de una memoria compartida. ¿Pero qué es la memoria compartida? ¿Qué elementos la integran?
Siguiendo la estela de la obra pionera en Francia, ‘Les lieux de mémorie’ (1984-87), de Pierre Nora, una serie de estudiosos han puesto la lupa sobre el caso catalán y han reunido sus trabajos en el volumen ‘Una memoria compartida’ (Mirmanda, Editorial Afes). Participan once autores conocedores de la realidad transfronteriza en los Pirineos entre los cuales el historiador del arte Eric Forcada, con el artículo ‘Perpinyà com a lloc de memòria a través de les imatges d’Auguste Chauvin’, o bien el historiador Miquèl Ruquet, que se ha centrado en la ‘Memòria dels passos transfronterers a Catalunya durant la Primera Guerra Mundial’.
“La memoria y la historia no son iguales: la memoria es más laxa e incluye elementos míticos, folclóricos y referencias, como Guifré el Pilós, todo un mito que en el fondo se conoce poco”, argumentaba Enric Pujol, coeditor del volumen, durante la presentación de la obra hace unos días en la librería Memoria del barrio de Gràcia de Barcelona. Tomando como referente catalán el libro de Albert Balcells, ‘Lugares de memoria de los catalanes’ (2008), el volumen “amplia” la perspectiva tanto su ámbito geográfico –incluye el conjunto de los PPCC– como el concepto mismo de “lugar de memoria”. “Hemos trabajado con elementos como el exilio o el republicanismo, que creemos que constituyen un lugar de memoria compartida. Hemos procurado también incluir aportaciones de ámbitos muy diversos para examinar qué lugares de memoria tenemos compartidos a ambos lados de los Pirineos”, añadió Queralt Solé, coeditora del volumen.
La socióloga Marta Rovira, que se ha centrado en los lugares de memoria como símbolos nacionales, distinguió entre memoria institucional y memoria invisible, aquella que emerge en pueblos dominados y que se transmite a través de las familias, “esto ha ocurrido en Cataluña con la guerra y el exilio”. «En la Catalunya Nord vemos el proceso de institucionalización de esta memoria con el uso de los colores del USAP (rugby), y constatamos que cada vez en más pueblos hay una sustitución simbólica de la bandera francesa por la senyera».
Otro de los articulistas que hablaron de su trabajo durante la presentación fue el filólogo Marc Sogues, que ha analizado ‘La punyalada’, de Marià Vayreda. «Es muy indicada para hablar de lugares de memoria porque se sitúa a caballo entre la Alta Garrotxa y el sur del Vallespir». Una de las principales conclusiones es que la novela –que desmitifica la figura del trabucaire (bandido con trabuco)–, “refleja el gran trauma que supuso el paso del Antiguo Régimen a una sociedad capitalista e industrial”.
El grupo Mirmanda, que edita una revista del mismo nombre, lleva apenas diez años trabajando para abordar y estimular reflexión sobre temas de alcance transfronterizo desde una mirada interdisciplinaria, abierta y dinámica.
28 junio 2016