1. ¿Hacia dónde vamos?
La realidad va mucho más allá de las rencillas por el poder político, a menudo cargadas de ridiculeces, como hemos visto recientemente, a escala local, en el debate sobre la ley del ‘sólo sí es sí’, en los mordiscos entre independentistas o en patéticos ejercicios de vanidad como la moción de Tamames. Estamos en un cambio de ciclo que afecta a todo el mundo y que multiplica las incertidumbres. Nada nuevo: la historia de la humanidad está marcada por las crisis de crecimiento provocadas a menudo por cambios tecnológicos, cambios que desde hace un par de siglos son cada vez más imponentes, con efectos que rompen equilibrios laboriosamente construidos.
Ahora estamos en uno de esos momentos cruciales. Hace tiempo que se agotó al mundo surgido de las dos guerras mundiales del siglo XX. Los hitos referenciales de la ruptura ocurren en 1979, con la llegada al poder de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que marca la revolución neoliberal que liquidará los contrapesos de posguerra para abrir el camino al desbordamiento del poder político por parte del poder económico; en 1989, con el derrumbe de los regímenes de tipo soviético; y la irrupción de la revolución digital, que trastocará definitivamente el panorama al cambiar los sistemas de comunicación y, por tanto, de creación de opinión pública y de configuración de los referentes colectivos. El batacazo de la crisis de 2008 fue un serio aviso para el idilio entre política y dinero que había llevado a hablar de fin de la historia. Después, la pandemia y la guerra de Ucrania han aportado señales suficientes para que sólo pueda negar la realidad a aquel que no quiera verla. A la revolución digital se han sumado la edición genética y la inteligencia artificial para dar al panorama un trasfondo de mutación de la especie.
2. ¿Dónde estamos ahora?
Disponemos de un instrumental más potente que nunca, pero con serias dificultades para garantizar el respeto a los derechos individuales y al equilibrio de poderes. Y la primera constatación de todo es que cada vez los poderes políticos tienen menos capacidad para poner límites a los poderes económicos, que a menudo campan de un lado para otro con inquietante impunidad. Tienen a su servicio, al mismo tiempo, a sectores políticos que desbordan ya el espacio de la derecha, entregados a su hegemonía, y regímenes en los que impera la fusión absoluta entre economía y poder, de los que China es el máximo ejemplo. El dinero desborda los límites de las sociedades democráticas y al autoritarismo se le abren amplias vías: es atractivo para el dinero, que saben que tienen la sartén por el mango, y es un señuelo para sectores sociales que se sienten desbordados y pueden ver en el mismo un refugio para su malestar.
Quien perfila hoy el marco mental de todo ello es la comunicación digital. No hace falta demasiada imaginación para ver cómo cambia una sociedad que tenía como referentes la prensa, la radio y la televisión cuando se impone la hegemonía de los actores de las redes, que se dirigen a los ciudadanos directamente, de forma masiva y sin mecanismos de control y de responsabilización, con efectos complejos de los que todavía queda mucho por saber, pero lejos de las pautas de socialización conocidas. Nos exponen a poderes incontrolables que están en manos de unos pocos poderes económicos más allá de cualquier forma de control. Como todo instrumento, puede servir para lo mejor y lo peor, pero ahora mismo queda lejos de las lógicas democráticas de gobernanza.
También en el campo de los avances científicos –el principal instrumento que tiene la humanidad para mejorar su camino–, la aceleración es grande. Y en la carrera por las hegemonías, el autoritarismo juega con ventaja, porque puede quitar y poner límites impunemente. Y si China va disparada en progreso tecnológico es, en parte, por eso.
Todo ello nos sitúa en la complejidad de un momento de cambio que Europa no puede eludir dejándose llevar por el viento del dinero. ¿Quién se ocupa de los ciudadanos? La alianza entre el autoritarismo y unos poderes económicos que desconocen la idea de límites es inquietante. Sobre esta realidad cabalga China, aprovechando la coyuntura para convertirse en la potencia mundial alternativa. Tras sentar en la misma mesa a iraníes y saudíes, ahora Xi Jinping contacta con Putin y Zelenski. Va a por todas y es innegable que tiene una gran oportunidad.
ARA