Branko Milanovic (Belgrado, 1953) es un experto en desigualdad y desarrollo que usa por igual la economía, la política y la historia aunque no siempre por este orden. Fue durante décadas economista jefe en el Banco Mundial. Hoy académico en Nueva York, acumula seguidores, recetas, polémicas. El nuevo mundo “de bloques” –explica él– amenaza con precios más caros y más desigualdad.
-Hay guerra en Ucrania y lucha EE.UU.-China; incertidumbres por doquier. ¿Cuánto tiempo puede funcionar la economía en este contexto?
-El nivel de incertidumbre es ahora mayor que nunca en el último medio siglo por la guerra, las trágicas relaciones de Europa con Rusia y su energía, el aumento de los precios de los alimentos en el mundo, sin poder olvidar la posibilidad de una guerra nuclear. Además, el momento que vive la relación EE.UU.-China probablemente sea el peor desde que Nixon fuera a Pekín en 1972. Es muy inestable. Incluso las aguas territoriales no quedan claras así que el número de posibilidades de un conflicto militar es alto y el conflicto económico ya está en marcha con todas las restricciones que EE.UU. impone a China en alta tecnología y más. Y luego puedes añadir a la covid, que no ha acabado. Todo esto hace que, personas como yo, seamos muy pesimistas sobre nuestro futuro económico y ciudadano.
-El intervencionismo estatal está de vuelta, en Europa y fuera. ¿El mundo se desglobaliza?
-El mundo se desglobaliza. En primer lugar por el nuevo telón de acero que se ha levantado contra Rusia. Pero también respecto a China con la reducción de los vínculos comerciales e intentos de eludirla e ir a India, Birmania, Vietnam… También por el intento real de EE.UU. de aumentar la compra de productos estadounidenses. Además ahora tenemos la superestructura ideológica de hacer una deslocalización amiga haciéndola solo –o invirtiendo solo– en los países llamados amigos, que es otra forma de crear bloques comerciales. Significa que el mundo no está unido y que la globalización ha llegado en esencia a su fin.
-¿Tenemos que esperar por ello más nacionalismo, y más conflictos entre estados y dentro de los estados, como en tiempos pasados?
-Estamos viviendo tiempos muy malos pero si nos fijamos en la vida ordinaria de la gente, excluyendo Ucrania, la vida sigue como si no pasara gran cosa. Es una situación peligrosa. Nos estamos acostumbrando a que sucedan cosas negativas y nuevas casi a diario, o semanalmente. Nos acostumbramos a la guerra, a la entrega de municiones, a la entrega de tanques, a luchar por pueblos de 500 personas, a que los globos sean derribados… Es potencialmente peligroso creer que el mundo puede explotar pero que en tu propio mundo mucho no va a cambiar. Es una ilusión.
-¿Quizá por eso el éxito del Make America great again y sus símiles en otros países que recuerdan más al pasado que al futuro?
-Se tiene que aceptar el hecho de que España está dentro de la Unión Europea y que el número de cosas que puede hacer sola es muy limitado. Cuando se intenta hacer algo más radical, no sólo habrá problemas con la Unión Europea sino también con el capital extranjero. Así que, en mi opinión, no significa que los gobiernos no puedan hacer nada pero sí que están bastante limitados. La primera ministra italiana habló de ello cuando estaba en la oposición y, por supuesto, una vez llega al poder cambia. Incluso si alguna vez llegara al poder Le Pen también cambiaría. Los únicos que no lo aceptaron fueron los ingleses, con el Brexit, pero muchos de ellos ahora se arrepienten.
-La inflación en Europa es muy alta y los salarios no crecen al mismo ritmo que los precios. ¿Qué consecuencias se pueden esperar?
-La inflación no ha sido un problema desde hace unos 40 años y hay muchas razones para ello, entre ellas la política predictiva de la Reserva Federal de EE.UU. o poder comprar productos baratos gracias a la globalización. China realmente ha jugado aquí un papel clave. Recuerdo, por ejemplo, que comprar una televisión para la gente corriente suponía hasta un tercio del sueldo. El frigorífico, la aspiradora, el aire acondicionado, todo, incluso los coches, se han mantenido a un precio relativamente bajo por la globalización pero ahora se retira y vemos el retorno de la inflación en parte debido también al precio de la energía y los alimentos, porque Ucrania, aquí, importa. Y la desigualdad aumenta porque los pobres compran energía y alimentos en mayor proporción y guardan más en efectivo, que no genera ningún retorno.
-Las autocracias están en auge en el mundo, ¿por el éxito económico chino? ¿Porque la democracia no siempre ha mejorado la vida de los pobres?
-El atractivo de China es su eficiencia económica, y si China lo hace mucho mejor en términos de tasas de crecimiento en los próximos 20 ó 30 años, sin duda el atractivo de su sistema será mayor. El dinero manda y es obvio que ciertos métodos que tienen éxito allí se imitarán en otros lugares. Pero, aún así, políticamente, no veo que China tenga gran atractivo, tan solo para algunos países que creen que si tuvieran una democracia más directa, con menos partidos o quizá uno solo, sería mejor. Pero es limitado.
-Ha escrito mucho sobre que la desigualdad crece dentro de los países pero que decrece a nivel mundial. ¿Continúa siendo así?
-Los últimos datos que tengo son del 2018, antes de la covid, y en ese momento la desigualdad global aún bajaba, básicamente, porque los países asiáticos, que son de ingresos medios o pobres, tenían mayores tasas de crecimiento que los occidentales. Luego vino la covid y durante dos años hizo un montón de cambios inusuales. Por ejemplo, si India pierde un 9% del PIB ,mientras Occidente estuvo realmente alrededor del 0%, la brecha entre Occidente e India aumenta y también lo hace la global. China, además, aunque crece más rápido que Occidente, ya no contribuye al descenso de la desigualdad: se ha enriquecido lo suficiente como para que la distancia con África sea mayor. Así que sin entrar en demasiados detalles se puede decir que desde la covid el descenso en la desigualdad global ha terminado.
-Si ha terminado, ¿la polarización política actual es su reflejo?
-Si el mundo es más igualitario y los ingresos se distribuyen de forma más equitativa, sin duda es un mundo mejor. La pobreza es menor. Las migraciones, si se entienden como un problema, son menos. Y probablemente sea un mundo políticamente más estable. El cambio es una mala noticia y pone de relieve el papel de África en este siglo y el próximo, porque no ha convergido y la cuestión es si será capaz de hacerlo. Aquí hablo de países grandes como Nigeria, Sudáfrica, Tanzania, Etiopía, Egipto, que necesitan crecer, al menos, un 5 o 6% al año. Si no se producirá un aumento de la desigualdad en el mundo. Su papel es crucial especialmente para Europa por las migraciones.
-España lo sabe muy bien.
-Lo sabe muy bien porque la brecha entre los ingresos reales en la orilla norte del Mediterráneo y la sur nunca ha sido tan alta en la historia. Es una anomalía histórica. La brecha en proporción ha aumentado. En términos de ingresos totales, obviamente, todo el mundo se ha enriquecido.
-En el pasado destacó que el 60% de nuestra riqueza se debe al lugar donde nacemos y otro 20% al de nuestros padres. Ahora que las migraciones están tan restringidas, ¿esto ha cambiado?
-No he vuelto a hacer los números pero los trabaja un colega con datos mucho mejores y creo que la cifra general no se ve muy afectada. Si la desigualdad global siguiera bajando, entonces la parte de la riqueza que se debe al lugar en el que se nace sería mucho menos relevante. Nuestro esfuerzo importa alrededor del 20% en nuestra suerte económica y no creo que vaya a cambiar de forma significativa. Por ahora. Lo que importa seguirá siendo el lugar donde se nace y el origen de los padres.
-Si se habla de la economía del futuro, hay que hablar mucho de inteligencia artificial, digitalización… ¿La inteligencia artificial es una solución o un problema para la desigualdad?
-Podrían suponer un gran cambio, pero no las veo diferentes al cambio que supusieron las máquinas del siglo XIX. Son una forma de hacer ciertas tareas sin que las hagamos nosotros. Pueden provocar un aumento del desempleo pero también ser de gran ayuda para una mayor productividad haciendo todo de forma mucho más rápida y eficiente. Su diferencia es que va a sustituir mano de obra relativamente cualificada. Y de ahí los temores.
LA VANGUARDIA