Despolitizar TV3 para repolitizarla

Cada vez que se dice que hay que despolitizar la radio y televisión públicas catalanas recuerdo el viejo consejo que daba el dictador Franco: «Haga como yo, no se meta en política». Aunque de veracidad incierta, Jaime García Añoveros –antiguo ministro de Hacienda de Adolfo Suárez– sugería que Franco se lo había dicho al escritor José María Pemán. Pero, sea como sea, la frase es muy buena: la mejor forma de hacer invisible un ‘statu quo’ político es aceptarlo pasivamente, “no meterse”. Despolitizar, pues, es acomodarse a la política del régimen, y no molestar.

Y ésta es, efectivamente, la consigna que ahora mismo siguen los medios públicos catalanes. Seguida aún con cierta timidez, estos medios se han ido incorporando a los relatos españolistas aceptando implícitamente la jaculatoria sanchista de «El Proceso ha terminado». Quizá la palabra ‘consigna’ sea demasiado fuerte –no tengo información de si hay órdenes explícitas–, pero está claro que el nuevo aire de familia que se respira se traduce, por ejemplo, en mucha incomodidad cuando la cuestión de la independencia se asoma en una tertulia –¿no, Antonio Baños?–, y explica la elección de la lengua castellana para entrevistar a un personaje que entiende el catalán –como Luis del Olmo–, o permite que, a pesar de excusarse ahora y antes por sí aquí Sant Jordi es el Día de los Enamorados, se pase el rato dedicando el ‘Todo se mueve’ al día de San Valentín. Sólo por mencionar tres circunstancias recientes.

Debe decirse que la televisión pública ya nació condicionada por un contexto político español que la quería “antropológica”, como en 1983 la calificaba el entonces director general de RTVE, José María Calviño. Esta presión produjo el efecto contrario, y TV3 se obsesionó con ser universalista por encima de todo, mostrándose acomplejada con la cultura local. Una pretensión universalista inicial que –corresponsalías internacionales aparte– fue perdiendo rápidamente. Por decirlo brevemente, nunca más se ha superado la mirada global de aquel ‘Àngel Casas Show’ de los años 1984 a 1988. El caso es que poco a poco fue expresando lo que hace muchos años describí con esta frase: “A TV3, Cataluña se le hace pequeña, pero el mundo se le acaba en España”.

El problema de los medios públicos catalanes de siempre ha sido el del autocentramiento. Es decir, saber mirar el país, pero sobre todo el resto del mundo, desde un punto de vista propio. De saber explicar el mundo desde una perspectiva nacional catalana, que ciertamente es difícil de mantener porque la realidad política y comunicativa del Estado español es tozuda y poderosa, y es complicado resistirse a ella. Siempre acaba siendo más fácil contar nuestro país con mirada española. Es un problema de recursos, de mercado profesional y, en definitiva, de relato, mentalidad y compromiso.

En los años previos a 2017, los medios públicos –pero también la mayoría de los privados– fueron aceptando el nuevo marco interpretativo. La magnitud popular del proceso independentista forzaba una nueva mirada, ahora sí, autocentrada. La media docena de años antes del referéndum, “despolitizarse” era alejarse del relato autonómico y aceptar uno soberanista. Para entendernos: si hasta entonces en los debates públicos había sido necesario justificarse de ser independentista, ahora eran los unionistas los que debían justificarse de no serlo y, naturalmente, eso les sacaba de quicio. Ciudadanos mojó pan y sacó provecho del asunto.

Pero ahora las cosas han vuelto al sitio de antes. Quiero decir, al del autonomismo, que es el de la aceptación sumisa de la dependencia española, también de la informativa. Los medios públicos –y muchos de los privados– parecen arrepentirse de haberse sentido nacionalmente soberanos –quizás sólo era oportunismo–, y vuelven al autonomismo nacionalmente sumiso. Los medios públicos se ‘despolitizan’, sí, pero para ser dóciles a la nueva ‘repolitización’. «Hagan como yo», les dicen todos los de allá y algunos de aquí, y ellos se lo creen.

ARA