El 2 de febrero se cumplió el centenario del fallecimiento de Manuel M. Murguía. Su figura ha quedado eclipsada por la de su esposa, Rosalía de Castro, la gran poeta nacional gallega. Esta supo expresar valores universales con acento galaico y denunció la emigración, la pobreza de las clases bajas, la marginación de Galicia y la situación de la mujer.
Sin embargo, Manuel Murguía bien merece una modesta panorámica biográfica e intelectual con el fin de difundir su extraordinaria personalidad en el ambiente vasco.
Manuel nació en una pequeña aldea del municipio de Arteixo, cercano a la capital, el 17 de mayo de 1833, y falleció en A Coruña el 2 de febrero de 1923. Gozó de un gran prestigio y su entierro fue acompañado por una numerosa muchedumbre. Su humilde tumba, en el cementerio coruñés de San Amaro, donde descansa en compañía de varios hijos, está situada en el fondo del camposanto. Mira devotamente hacia la estrecha playa de San Amaro, en la que se ahogó su gran amigo, el poeta Aurelio Aguirre Galarraga, también hijo de una vasca, natural de Lezo, Josefa Galarraga Etxebeste.
La madre de Manuel, Concha Murguía Egaña, había nacido en Oiartzun el 29 de enero de 1806 y marchó a Galicia en fecha indeterminada, falleciendo en Santiago en 1854. Procedía por parte materna de una insigne progenie guipuzcoana, originaria del caserío Egaña, en Aizarna, contando con miembros ilustres como Domingo y Bernabé Antonio de Egaña, ambos secretarios de la Provincia y autores de renombradas obras a favor de los fueros, o Pedro de Egaña, diputado durante el reinado de Isabel I. Por parte paterna, los Murguía tenían palacio, iglesia de patronato laico y un amplio patrimonio en Astigarraga, donde cobraban peaje en el paso y puente de Ergobia y rentas sustanciosas a los vecinos de la localidad. Un Murguía, Domingo, el padre de Concha, nacido en Irun, fue organista de Errenteria, Oiartzun y Tolosa.
Concha, de ideología liberal fuerista como su padre, del círculo del conde de Villafuertes, marchó a Galicia, probablemente con motivo de la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1923 y allí se casó con un boticario, Juan Martínez. Uno de sus tres hijos, el primogénito, fue Manuel Murguía, que así firmaba, omitiendo el apellido paterno. Fue novelista, poeta, historiador, ensayista, periodista y el primer teórico del nacionalismo gallego. Se casó con Rosalía de Castro, a la que impulsó a escribir y publicar. El matrimonio sufrió siempre estrecheces económicas y dedicó su vida a la defensa y engrandecimiento de Galicia, el verdadero motor de su trayectoria existencial.
Entre sus abundantes obras destacan Diccionario de escritores gallegos, Historia de Galicia, Los precursores, Galicia, El regionalismo gallego, Política y sociedad en Galicia, Un artista (cuento), Desde el cielo (novela), Luisa (cuento), La Virgen de la servilleta, (novela), El regalo de boda (novela), Mi madre Antonia (novela), Don Diego Gelmírez (novela), El ángel de la muerte (novela), La mujer de fuego (novela) y numerosos poemas.
He revelado la ascendencia vasca de Manuel, pero no puedo menos que insistir en un detalle nada anecdótico: la enorme influencia de su madre, no solo desde la perspectiva afectiva, sino también en el ámbito ideológico y político, ambos reconocidos explícitamente por su hijo.
En este texto, publicado en La Nación española, de Buenos Aires, el 1 de agosto de 1882, alude al lugar de nacimiento de la madre, a la recitación de poemas por parte de ella, problamente el euskera y al amor materno.
“Entre ellos (os recordos) y como primero, aquel que ilumina con su dulce rayo, la imagen triste y amorosa de mi madre. Era una noche de carnaval, en que sol, al pie de la ventana que iluminaba el reverbero de la acera opuesta, me tenía en su regazo y parecía llenar su soledad y la de la vasta sala, en que se hallaba, hablando conmigo no sé de qué cosas, y quizás pensando en los lejanos lugares en que había nacido y que no debía ver más. Pasaban por la calle las máscaras y la lluvia resonaba tristemente en las losas. Tal vez por acallar mi inquieta curiosidad, o por disipar mis miedos, empezó a recitarme largas poesías. Era la primera vez que en mis oídos resonaban el ritmo y el consonante. Yo la oía silencioso, sus palabras penetraban en todo mi ser como una música incomprensible. ¡Oh santa iniciación! La hora, la luz, la misma emoción sentida, todo está presente en mi memoria y en mi corazón; solo la muerte podrá borrarlo. Mi madre, hermosa como siempre y como siempre presa de las grandes tristezas que causaron su desventura y la de sus hijos, parecía envolverme con su dulcísima mirada, y llamar sobre su primogénito las bendiciones del cielo y de las musas bajo cuyo amparo parecía ponerme (…) Muchas veces he llorado su ausencia, que me condenaba a vivir en una casa que no llenaba con su presencia material, la madre siempre amada, (…)”.
En el aspecto político-ideológico, Manuel Murguía manifestaría abiertamente que empezó a amar Galicia al ver cómo su madre amaba la tierra vasca y así lo mostró en este trozo de su libro Los precursores:
“Con razón o sin ella, locura o posibilidad, desde que aliento, vive en mí un sentimiento y una aspiración que, sin dejar de ser los mismos, han ido transformando los años, la experiencia y los sucesos. A este sentimiento, a esta aspiración de toda mi vida no he faltado jamás. Le soy fiel, como en los primeros días de las esperanzas juveniles. Mi madre, que era de aquella tierra en que ni se teme ni se miente, me dio con su sangre eterno amor al país natal (Bien sabido es el gran amor que los vascongados profesan a su país, distinguiéndose entre todos, los guipuzcoanos, por la exaltación de este noble afecto y especial cualidad. Asentados en los límites de España, vienen a ser como el centro y el corazón de la antigua familia euskera, de la cual tienen todas las virtudes. Sobre todo una muy viva y completa preferencia por su país, por sus hombres y por sus cosas). Duden los que quieran de las influencias maternales; yo las confieso y reconozco y proclamo como una verdad innegable. En mis horas de desaliento y tribulación aprendí a conocer que del corazón de mi madre venía aquel enérgico movimiento que me arrastraba sin vacilación ni temor a los combates y al peligro. ¡Que no en vano me dio por primera patria, aquellas vivas entrañas nacidas y criadas en tierra libre y entre hombres que jamás fueron esclavos!
Es imposible que lo olvide, pues influyó de una manera decisiva en la dirección que día a mis estudios, y en la esperanzas que abrigué desde los primeros años”.
Me sentiría plenamente satisfecho si algún lector se hubiese visto ilusionado por este conspicuo personaje, pequeño de cuerpo, pero grande de espíritu e intelecto, honra y prez de la patria gallega. Una vasca oiartzuarra, emigrada y/o exiliada al Finisterre, nos regaló esta joya inmarcesible.
https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/opinion/2023/02/12/manuel-murguia-6435018.html
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