Partiendo de posiciones diferentes y también por diferentes razones, el SNP, el Partido Nacional Escocés, ha sido visto estas últimas décadas como una referencia ineludible para los principales partidos independentistas catalanes. El hecho de que fuera un partido que unía diversas sensibilidades ideológicas, aunque cada día menos, y que, por tanto, podía presentarse casi como el representante de todo el independentismo escocés, lo hacía muy atractivo. En estos últimos años, ERC, el partido catalán aliado del SNP, además, ponía de forma insistente la experiencia escocesa como modelo de buen gobierno y como demostración de que es posible hacer avanzar la independencia con una buena gobernación pública. Incluso el sector de Junts que se resiste al retorno de Convergència se ha inspirado en él y lo ha reclamado como modelo.
Sin embargo, la repentina dimisión de la dirigente del SNP ayer proyecta irremediablemente una sombra grave sobre este modelo. De forma inesperada, la primera ministra, Nicola Sturgeon, ha dimitido y con ello ha desatado una crisis que amenaza con ser peligrosa no sólo para el SNP como partido, sino para toda la campaña independentista del “¡Sí, Escocia!”.
Sturgeon se retira en un momento particularmente complicado. En un movimiento que nadie entendió, decidió ir a pedir permiso a las autoridades judiciales británicas para convocar un segundo referéndum de independencia, incluso antes de hacer la ley que debía autorizarlo al parlamento escocés. De aquello se derivaron críticas muy duras, incluso dentro del partido, que subieron de tono cuando el poder judicial británico prohibió el referéndum y el SNP no supo cómo reaccionar contra lo que, de hecho, era una pared contra la que chocaba toda su estrategia.
Sturgeon habló entonces de convertir las elecciones al parlamento británico –no las elecciones al parlamento escocés, sino las elecciones al parlamento británico– en unas elecciones plebiscitarias. El partido debía tratar este asunto en una convención especial el 19 de marzo. Pero, precisamente, el ejemplo catalán le fue en contra. Sin hoja de ruta y sin saber qué hacer, el SNP empezó a caer algo en algunas encuestas. Más aún por problemas derivados precisamente del funcionamiento del gobierno. La ley sobre las personas trans que Londres prohibió y algunos incidentes relacionados con esta cuestión también han suscitado una enorme polémica dentro y fuera del partido, finalmente, ha contribuido mucho a la sorprendente caída de Nicola Sturgeon.
Es cierto, como resaltó ayer en el discurso de despedida, que una parte de la prensa y la clase política se ha volcado de una manera demasiado personal contra ella –desgraciadamente, es una tendencia que parece imponerse en toda Europa y en todo el mundo. Pero esto no esconde la realidad. Que es que una parte del SNP abandonó el partido hace ya tiempo por la tibieza y las incoherencias en relación con el proceso de independencia, que otra parte está muy incómoda y acusa a Sturgeon de falta de democracia interna y de llevar al SNP hacia el ‘wokismo’, que nadie sabe qué pasará con la coalición de gobierno con los Verdes tras la dimisión de la primera ministra y que, al fin y al cabo, es una evidencia de que Sturgeon y el gobierno de Escocia no han sido capaces de sacar provecho de esta oportunidad, la mayor que se podía imaginar: el desastre causado por el Brexit.
Ahora el SNP se encuentra ante una situación muy difícil. Literalmente, no hay nadie que se pueda considerar el número dos del partido y la división interna, no sólo personal sino también ideológica, es tal que, según se haga la transición, acabará incluso arrastrando posibles escisiones. Los laboristas, los socialistas, se frotan las manos pensando en la posibilidad de volver a ser el primer partido de Escocia y romper la ecuación mágica del SNP, que decía que eran o los ‘tories’ o ellos. Y con todo ello cuesta mucho imaginar que una situación como ésta no tenga repercusiones electorales para el SNP y –en la medida en que el SNP representa institucionalmente al independentismo– para el independentismo escocés como proyecto nacional.
Quizá por eso ayer ésta era una de las cuestiones que más se repetía en las conversaciones dentro del independentismo escocés: ¿ha sido un error vincular el proceso de independencia al SNP? Ahora que el partido podría hundirse, ¿se hundirá también el proceso de independencia? Y sobre todo: ¿hay alguna manera de hacer que el proceso de independencia esté en manos de un movimiento civil y no de partidos políticos?
Son preguntas y reflexiones muy importantes en Escocia, pero evidentemente también en nuestro país. Especialmente la última. De modo que, una vez más, lo que ocurre en un lugar reverbera en el otro y aquí tenemos el eco…
Vilaweb