Este año se conmemora el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), que es una de las pocas cosas del siglo XX que no generan inquietud retrospectiva ni vergüenza ajena. Hoy ese consenso derivado del gran escarmiento de la Segunda Guerra Mundial resulta más bien impensable, y por eso parece conveniente no sacudir demasiado el documento, no sea que se desbarate. Todo el mundo se apunta al espíritu de la Declaración; en la década de 1970, en cambio, era percibida por la ideología hegemónica de aquel tiempo, el marxismo, como la coartada ideológica del capitalismo imperialista internacional, porque, entre otros pecados, reconocía de forma explícita el derecho a la propiedad privada. A la DUDH, además, se le atribuía un etnocentrismo intolerable. Quienes decían esto siempre fueron incapaces de captar la diferencia entre una voluntad ética de universalidad y un imposible consenso político universal. Casualmente, este año, en 2023, hace 25 años de la muerte de Pol Pot, a quien muchos consideran el peor genocida de la historia en términos proporcionales a la población del país que arrasó, Camboya. En 1998, cuando se conmemoró el medio siglo de la Declaración, la coincidencia ya resultó incómoda para algunos, como veremos.
Ben Kiernan, autor de uno de los trabajos académicamente más rigurosos sobre esa carnicería delirante, calcula que fue ejecutada entre una cuarta parte y un tercio de la población del país. Después de haber defendido a Stalin y Mao, el último Sartre no dudó en hacer apología de aquel régimen criminal, mientras compartía muchachas menores de edad con Simone de Beauvoir (a quienes todavía sientan devoción por estos dos personajes les recomiendo las ‘Mémoires de une jeune fille dérangée’, de Bianca Lamblin). Pol Pot tenía muchos amigos franceses, entre otras cosas porque se había educado en Francia. El 17 de enero de 1979, Alain Badiou publicó en ‘Le Monde’ un artículo especialmente repugnante desde una perspectiva moral, «Kampuchéa vaincra» (‘Cambodja vencerá’), donde, pese a saber qué estaba pasando en aquel país, afirmaba que todo ello sólo era propaganda del capitalismo internacional. El tono, por cierto, era cómicamente parecido al que hoy utilizan los clubs de inocentes que manipula el Kremlin para justificar la invasión de Ucrania. En la página web www.diario-octubre.com, por ejemplo, se reproduce una entrevista-felación a Pol Pot hecha en 1978… que está muy cerca de una bandera de ‘Ucrania que lleva una cruz esvástica (a la izquierda de la página hay aún más propaganda rusa, pero en este caso de Gazprom). Hace 45 años Alain Badiou afirmaba en el artículo de ‘Le Monde'(1): «Ce qui semble paralyser certains devant l’évidence du devoir c’est la vaste campagne menée depuis trois ans contre le «goulag» cambodgien» (literalmente: «Lo que parece paralizar a algunos ante la evidencia del deber es la gran campaña [propagandística] que se hizo durante tres años contra el ‘gulag’ camboyano»). El uso de comillas en la palabra «gulag» muestra una obnubilación ideológica y una bajeza muy difícil de justificar, porque en aquel momento, enero de 1979, la escalofriante realidad de Camboya ya era perfectamente conocida.
Pero la expresión que da más miedo, y la que conviene recuperar justamente este año, el del 75 aniversario de la DUDH, es esta ‘évidence du devoir’ a que se refiere Badiou. En 1979 el «deber» de muchos intelectuales era negar cualquier indicio, grande o pequeño, susceptible de erosionar la utopía igualitarista del socialismo. Pol Pot, en cambio, fue el más dramáticamente coherente de todos: vació las ciudades y masacró a todo el mundo que destacase un poco, por si acaso. Todos hacia los arrozales y los campos de reeducación: ¡socialismo o muerte! Por supuesto, sólo muerte… La locura duró tres años. El razonamiento de Pol Pot tenía todo el sentido del mundo. El igualitarismo real es imposible en el seno de una estructura urbana en la que, tarde o temprano, las personas intelectualmente mejor dotadas y con empuje acaban teniendo una posición preponderante. Plantando arroz, en cambio, todo el mundo es más o menos igual. La DUDH de 1948 apostó firmemente por la igualdad entendida como valor republicano, pero en ningún momento propugna una fantasía antropológica igualitarista. Hace 75 años ya se sabía cómo terminaban estas aventuras.
Creo que para entender la importancia de las luces de la Declaración es necesario poner al mismo tiempo sobre la mesa las horribles sombras del totalitarismo del siglo XX. En este sentido, la coincidencia con la conmemoración del 25 aniversario de la muerte de Pol Pot tiene un gran carácter simbólico. La memoria democrática debe evocar a los monstruos para contrarrestar la memoria totalitaria que, todavía hoy, trata de esconderlos.
(1) https://www.lemonde.fr/archives/article/1979/01/17/kampuchea-vaincra_2786504_1819218.html
ARA