Opino que el independentismo está demasiado atrapado en la lógica política partidista, tanto la parlamentaria como la gubernamental, tanto en la española como en la catalana. Fatalmente, se alimenta de las provocaciones exteriores y se atraganta con la política interior. Y así se va haciendo mala sangre. Se muestra ahora irritado, ahora abatido. Vuelve a ese estado hipocondríaco de hace años, donde cada mañana se ponía el termómetro y se tomaba el pulso. Solo habla a la defensiva. Y repite una y otra vez lo mismo. Cansa.
Una simple mirada al inicio de su despertar nos recuerda que, precisamente, el independentismo se despertó cuando dio por fracasada y superada la estrategia de los partidos, a raíz del fracaso estrepitoso de la reforma del Estatuto. La fuerza del independentismo popular fue lo suficientemente grande para tumbar toda esperanza autonomista y provocar un gran terremoto en los partidos que hasta entonces competían por el govern. Es lo del proceso «de abajo arriba». El auge del independentismo sólo puede entenderse como un desbordamiento democrático popular por el agotamiento de un partidismo estéril.
De modo que aquel «Volveremos a hacerlo» de Jordi Cuixart no se puede entender como un «Lo volverán a hacer» los partidos independentistas y sus dirigentes, sino como un «Volveremos a desbordar democráticamente las instituciones políticas». Y no sólo porque es difícil que quienes no salieron adelante en 2017 hayan aprendido las lecciones, sino porque han vuelto a quedar atascados en la misma trampa que en 2004 les llevó a suponer que era posible una reforma del Estatuto en clave soberanista. Es decir, que podía negociarse de buena fe con España. Las declaraciones del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, dando por muerto el Proceso se asemejan mucho a aquel “Nos hemos cepillado el Estatut y no ha quedado nada” de Alfonso Guerra de 2005, aunque sin el mismo ‘salero’.
El clima político popular que se creó a principios de este siglo y que cuajó en las grandes movilizaciones a favor de la independencia fue resultado, en primer lugar, de dejar de esperar nada de España. Y después, de pasar del típico talante victimista del «Ya me gustaría, pero es imposible» a un descarado «Tenemos el derecho a decidir, ¡y lo haremos!» Ahora existe un claro retorno a un victimismo que justifica el neoautonomismo, señal de una impotencia que cada día vemos representada, dolorosamente, en la política institucional. Mientras el PSC-PSOE estrechan sin misericordia al Govern, los partidos independentistas juegan a acabar de mala manera. Quien dice que el Proceso está muerto o congelado es porque vuelve a poner la vista sólo en la política de partido.
Salir de estas espirales, si no autodestructivas, autoparalizantes, es complicado. Y el éxito de cualquier intento bienintencionado es imprevisible. Se necesitan liderazgos desacomplejados, con miradas positivas y empáticas. Hay que generar un relato lejos de lamento jeremíaco y con capacidad de combatir al adversario más con humor que con bilis. Y es imprescindible recuperar la autoestima y la autoconfianza. Aparte, claro, de estar menos pendientes de si nos miran desde fuera, como de mirarnos a nosotros. Por ejemplo, en la ahora tan ignorada Escocia, donde ya van por un 56 por ciento a favor de la independencia.
En este sentido, nos iría muy bien contar con personajes internacionales a nuestro favor como el escocés Brian Cox, el Logan Roy protagonista de ‘Succession’. El actor, en una reciente entrevista (‘The National’, 16 de enero), se ha mostrado confiado en la astucia de la primera ministra Nicola Sturgeon, a la que ha recomendado que tenga en cuenta lo ocurrido con el referéndum catalán (¡y hay quien dice que el mundo no nos mira!). Cox aconseja no actuar “como un elefante en una cacharrería», reconoce la actual frustración del movimiento independentista escocés y espera que la independencia no signifique una ruptura con Reino Unido sino otro tipo de unión. ¿Tenemos ninguna Brian Cox a mano?
ARA