Irulegi alberga una peculiar Pompeya vascona, ya que si la ciudad romana quedó congelada en el tiempo por la erupción del Vesubio, en el caso del valle de Aranguren, fue la guerra la que dejó a su paso, en un estado primigenio, el recuerdo de la vida de un poblado vascón del siglo I antes de Cristo.
El yacimiento de Irulegi alberga una especie de Pompeya de Euskal Herria, ya que ofrece una imagen congelada de un poblado vascón del siglo I antes de Cristo. Si en el caso de la ciudad romana, las cenizas de la erupción del volcán Vesubio dejaron para la posteridad la huella de la vida cotidiana de una urbe imperial, en el valle de Aranguren, un incendio en medio de una guerra nos permite acercarnos a la vida de los vascones de entre los años 82 y 72 antes de Cristo.
¿Pero dónde se encuentra ese valioso y rico yacimiento arqueológico? Irulegi está enclavado en el valle de Aranguren, a apenas diez kilómetros de Iruñea, en las cuencas prepirenaicas. Radica en un elevado promontorio situado en una encrucijada entre la Galia y Aquitania, y el valle del Ebro, en lo que «las fuentes grecorromanas describieron como el centro del territorio vascón», explica Mattin Aiestaran, director de la excavación de Aranzadi.
Se trata de un enclave estratégico situado a casi 900 metros de altitud que cuenta con la defensa natural que le confiere el cortado en el que se encontraba asentado.
UN CASO SINGULAR
Esa ubicación es una de las características que convierte este poblado en un caso singular, ya que los que se han estudiado hasta ahora en Nafarroa están situados en vegas fluviales, en tierras fértiles, no en un emplazamiento tan elevado.
En este sentido, Aiestaran recuerda que «del Bronce final o de la primera Edad del Hierro, se han excavado poblados en Navarra, aunque en área abierta se pueden contar con los dedos de una mano». En concreto, figuran las Eretas en Berbinzana, excavadas en los años 90 del pasado siglo, además de los tres poblados que en los 70 y 80 trabajó Amparo Castiella, uno de ellos en la cuenca de Iruñea, el de Sansol de Muru Astrain. Aunque el más paradigmático es el Alto de la Cruz de Cortes, que empezó a ser excavado en los años 40.
Pero frente a los principales poblados excavados en Erribera, en este caso «estamos más arriba, algo al norte de la Zona Media y nos enseña otro mundo que no es el de la Ribera del Ebro; se encuentra en el corazón del territorio vascón. Por lo tanto, la arquitectura es distinta, pero la cultura material no es tan diferente, aunque tiene sus peculiaridades. Es otro mundo que hasta este momento los investigadores desconocían». Y es que, aunque en la Zona Media se hayan encontrado restos de poblados de la Edad del Hierro que están debajo de ciudades romanas como Pompelo (Iruñea), Santa Criz (Eslaba) o Andelo (Mendigorria), ofrecen una imagen mucho más alterada e incompleta por el hecho, precisamente, de que se construyeron sobre ellos ciudades romanas.
Aranzadi inició los trabajos en el poblado vascón en el año 2018, una vez terminados los realizados para recuperar y consolidar el castillo medieval y que se habían prolongado entre 2007 y 2017.
HABITADO DURANTE UNOS 1.400 AÑOS
El yacimiento en el que ha venido actuando desde entonces tiene en torno a 12-14 hectáreas de extensión y en el mismo se distinguen diferentes zonas. El poblado inició su andadura «en donde se encuentra el castillo. Sería modesto, de estructuras perecederas, y lo situamos en la Edad del Bronce medio, entre el 1600 y el 1400 antes de Cristo», explica el director de la excavación.
De ese primer espacio, «el origen del poblamiento de Irulegi», casi no queda nada, ya que la construcción de la fortaleza en la Edad Media hizo que «lo barrieran todo. Nos ha salido algo bajo los restos del castillo, pero en posición secundaria y descontextualizado».
A partir de ese punto más elevado, el poblado vascón fue avanzando hacia la ladera, que en torno a los años 400-500 antes de Cristo estaba habitada hasta su tramo final, donde se encontraban las murallas que defendían el lugar.
En la zona principal del emplazamiento se ha intervenido mediante prospecciones geofísicas con la colaboración de la empresa catalana SOT Archaeological Prospection y Aranzadi, «en las que, sin remover el suelo, se ha podido obtener una “radiografía”, un dibujo de la planta del poblado».
A partir de esas imágenes, los expertos de Aranzadi interpretaron que el poblado tenía una calle principal y una serie de edificios, aunque algunos presentaban distinto color y la hipótesis era que los inmuebles de esa zona fueron incendiados.
Tomando como referencia esa información, se realizó, mediante una colaboración con la Universidad de Burgos, una serie de sondeos arqueológicos en todas las zonas en las que resultaba imprescindible validar la interpretación que se estaba haciendo, «además de conocer las distintas fases y la estratigrafía en toda la campa, cómo se ha generado el yacimiento y qué evolución ha tenido», desgrana Aiestaran. Posteriormente se realizaron catas más reducidas para comprobar «lo que ya sabíamos y confirmar que la calle era calle, el interior era el interior, y cuáles eran las características que podía tener».
De esa manera se pudo conocer la estratigrafía hasta la roca madre, situada a 1,96 metros, y han aparecido «varios poblados superpuestos, uno encima de otro y el último es en el que nos hemos centrado».
El siguiente paso fue abrir en extensión «para conocer la planta y la distribución de materiales de la última fase, la que sufrió un ataque con el correspondiente incendio y que se ubica cronológicamente en el siglo I antes de Cristo, entre los años 82 y 72, durante las guerras sertorianas».
Con ese nombre se conoce al enfrentamiento que libró Sertorio contra Roma en el siglo I a.C. Para acabar con esa rebelión, el dictador Sila envió a la península a Metelo y Pompeyo. Este último fundó la ciudad de Pompelo y en el marco de esa guerra fue cuando se produjo el incendio del poblado.
LA “SUERTE” DE UNA TRAGEDIA
Esa destrucción fue «para sus pobladores una gran tragedia, pero para nosotros ha sido una gran suerte», reconoce el director de la excavación. Con esas palabras quiere condensar lo que ha supuesto para los arqueólogos que el incendio haya dejado una imagen congelada en el tiempo de cómo era el poblado vascón en ese momento.
El rastro de ese incendio se aprecia en las dos viviendas que se han excavado más en detalle hasta 2022. En concreto, el equipo de Aranzadi ha encontrado «el alzado de ladrillos de adobe que se ponía encima de los zócalos de piedra, con una techumbre vegetal que iba sujeta con vigas y postes de madera que han llegado carbonizados». Las llamas hicieron que los ladrillos de adobe se cocieran, a diferencia del caso de los inmuebles que no se vieron afectados por el siniestro, donde se han convertido en barro, como suele ser habitual después de 2.000 años.
Pero el efecto más destacado desde el punto de vista arqueológico es que «el derrumbe ha dejado debajo las cosas que estaban en las habitaciones en ese momento. Y todo en un contexto que denominamos primario, inalteradas, sin moverse». Aiestaran lo califica como «una imagen congelada de un poblado del primer cuarto del siglo I antes de Cristo, anterior a ese choque con Roma. Una imagen congelada de al menos gran parte del poblado y que aparte de ser una enorme fuente de información, historiográficamente viene a rellenar un vacío».
De hecho, ya la misma planta de las viviendas excavadas es poco común, puesto que «no es la típica tripartita de la primera Edad del Hierro que tenemos en Berbinzana o Cortes». Añade que «es un tipo que nos remite a viviendas de otro estilo que en la península pueden ser vacceas o vetonas, pero de cronologías más posteriores».
Una de las viviendas del poblado de Irulegi contaba con una habitación principal con el hogar en el centro, donde sus habitantes harían la vida cotidiana. También disponía de dos estancias como almacenes y una zona a modo de pasillo en la que se harían trabajos cotidianos, ya que se han localizado molinos y herramientas. Otro espacio sería un establo, puesto que se han encontrado elementos relacionados con équidos. Y finalmente, la vivienda contaría con una entrada a modo de vestíbulo.
Teniendo en cuenta las piezas encontradas, el arqueólogo señala que «hasta ahora se ha pensado que en estos valles prepirenaicos, en el Pirineo y la montaña navarra estaban más atrasados en cuestiones culturales y sociales, y lo que pone de manifiesto es que no era así, que nos encontramos lo mismo que en el valle del Ebro».
Asimismo, también ponen de relieve un cierto nivel económico, por lo que Aiestaran concluye que «los que viven en Irulegi, los que tienen las casas, son la élite ecuestre, la élite aristocrática de este pueblo vascón, de esta comarca. Son guerreros. En el valle había una serie de granjas, aldeas, y cuando había un peligro, subían a esa zona más elevada para protegerse».
Parece ser que esa protección no fue suficiente y que la guerra terminó cebándose con el poblado vascón de Irulegi. Un abrupto final que, gracias al trabajo de Aranzadi, nos ha acercado cómo era la vida en el corazón del territorio de los vascones del siglo I antes de Cristo.
Naiz