Hay que saber cómo (sobre)vivir en un país ocupado.
El presente artículo es algo especial. Pretende servir como carta de navegación, como mapa selvático, manual de supervivencia en la colonia catalana. En el fondo de la ocupación, del dominio, está siempre el momento fundacional de la violencia y la coerción física; los mecanismos de control, sin embargo, son siempre más sutiles. Por eso, iluminar los contornos de la ocupación puede ser una tarea difícil.
Virreyes, caciques y colonias. La esencia del conflicto
España ha tenido colonias en los cinco continentes. El dominio colonial ha variado la forma en el espacio y en el tiempo, aunque el origen del conflicto sea siempre el mismo: la presencia violenta de Castilla y la voluntad de dominio sobre el país, la extracción de los recursos y la asimilación étnica, cultural y nacional de la población indígena. El mismo objetivo en Portugal que en los Países Bajos, en Nápoles o en Perú. Como en todas partes, en Cataluña estos controles se han ejercido en connivencia con los poderes fácticos o élites locales, en el triángulo de las Bermudas que tiene hoy los vértices en el Círculo del Liceo, el Círculo Ecuestre y el Círculo de Economía. El pacto es que, a cambio de poder autónomo para hacer negocios, la colonia debe mantenerse pacificada y evitar que se vea el conflicto de fondo entre Cataluña y el Estado. A cambio del presupuesto millonario de la Generalitat, las diputaciones, los consejos comarcales y otros comederos administrativos, unos catalanes escogidos se avienen a colaborar. Como colonia, Cataluña se gestiona sola; sin embargo, sus ‘masoveros (1) -mediáticos, económicos y culturales- están en contacto directo con las estructuras del Estado, que son el marco último del poder. El objetivo de la autonomía catalana es esconder la naturaleza de este conflicto nacional, difuminar los contornos de la ocupación y poner la máscara al verdugo.
Todas las comunidades sometidas, es decir, todos los países ocupados o colonizados por otro, generan una serie de sentimientos de incomodidad, malestar u odio de los autóctonos hacia los invasores. Es instintivo, fruto de la alteridad y la alienación que genera en los humanos el sometimiento a un poder extraño. Periódicamente, los ‘masoveros’ sueltan controladamente estos sentimientos de odio y la rabia, pero también juegan con la esperanza y la ilusión de los jóvenes y con la nostalgia de los viejos. Pero nada debe ir tan allá como para descontrolarse, y de eso se ocupan los ‘masoveros’. El poder mediático, cultural, económico y político está férreamente controlado y está cohesionado, aunque se disimule con una pátina de diversidad donde a veces parezca que hay rencillas o competición. Hay unos medios únicos, un partido único, una cultura única y una forma de pensar única, que se expresa en una pseudopluralidad. Los pactos entre Junts y el PSC en la Diputación de Barcelona, de la CUP y los Comunes en el Instituto Soberanías o las declaraciones de Vilalta (ERC) defendiendo sentarse a negociar con PP o VOX si gobernaran son pequeños ejemplos del funcionamiento de la política colonial. Hay una malla única de favores, dinero, silencios, complicidades y mentiras.
Desde los medios de comunicación, los ‘masoveros’ pueden atizar o canalizar ciertas temáticas, según convenga, siempre que no se les vuelvan en su contra. La indignación de baja latencia, que apela a la supuesta superioridad moral de los catalanes, es uno de los mecanismos estrella. Los sentimientos incomprendidos y no expresados de la tribu son un pozo inagotable de capital político; según el momento electoral, si se acercan o no elecciones, se atienden unos u otros, o se hace hervir la olla de la colonia para volver a extorsionar, a través de los sentimientos y de la herida psicológica profunda, a los votantes catalanes. Por la mañana se puede denunciar «el fascismo del Estado español», al mediodía enviar a los jóvenes a «combatirlo», por la tarde sentarse con los españoles a negociar, y por la noche enviar a los Mossos a perseguir al propio pueblo. El cinismo y el ‘doblepensamiento’ son marcas de la ocupación. Por eso no sólo hay que estar atento a qué se dice (mensaje), sino también a quién (historial, partido político), al por qué (posibles objetivos), al cuándo (coyuntura o ciclo político), al cómo (tono, registro) y al dónde (institución, conferencia, contexto, diario, lugar concreto).
Periódicamente, todo poder colonial necesita deshacerse de la sangre peligrosa, de quienes ven que algo no funciona o se atreven a hacerse las preguntas correctas, arriesgadas o pertinentes. Para eso sirven las batidas de conejos, que pueden ser intelectuales o no, sutiles o no. El ‘masovero’ Quim Torra podía pedir «empujad, empujad», mientras la Generalitat se personaba en causas contra cientos de independentistas, sobre todo jóvenes, que se enfrentan a palizas, multas, antecedentes penales o cárcel. Los políticos permitieron Urquinaona, para dejar escapar una llamarada de rabia, y rápidamente pasar a detener a los responsables, que amenazaban la paz y la estabilidad de la colonia. Es un juego muy cínico y muy sucio. Periódicamente, también se realizan redadas intelectuales, a través de los opinadores y de los medios a sueldo, para cooptar a toda la nueva inteligencia que pueda surgir en los márgenes del virreinato. Todo foco de preguntas incómodas o de acciones incontroladas debe ser controlado.
‘Puta y Ramoneta’ (2)
Caer en el juego colonial es fácil y peligroso, porque atacar sólo a una parte puede tener un paradójico efecto de fortalecimiento. Señalar un árbol hace, a veces, más difícil ver el bosque. Si sólo se dispara contra un partido, puede hacerse el juego del otro. Si se dispara el sistema de partidos pero no se dispara contra los opinadores a sueldo y la cultura prefabricada, puede estar ayudando a una demolición controlada de los viejos partidos, que serán rehechos a partir de los intelectuales. Hay que tener claro que la autonomía catalana no sólo son los partidos, sino que es una trama, una camarilla que abarca muchos espacios más, y un estado del espíritu. Y hablar o criticar mucho, sin ir a la verdadera raíz del problema, puede servir para apuntalar algo o dar una pátina de credibilidad a alguien.
En este sentido, ‘la puta y la Ramoneta’ es también no ir nunca al fondo de las cosas. Las medias verdades y la folklorización o ridiculización son una de las marcas de la colonia. Se toma una verdad y se la caricaturiza hasta el punto de dejarla irreconocible o se aprovecha una temática o una crítica legítima o en boga para tergiversarla o instrumentalizarla. Se transforman las reivindicaciones en agravios y la cultura en folclore, como ilustra el paso del uso de la estelada en el lazo amarillo. La trampa autonómica es siempre invocar grandes cuestiones para acabar hablando de pequeñeces miserables; hablar de temas irrelevantes para desmoralizar o disparar un fuego controlado, pirotécnico, de fogueo, para disimular pactos que se han encerrado entre bambalinas, para controlar diputaciones, consejos comarcales o medios de comunicación. Para entender la posición y las ideas de los opinadores y los políticos es necesario mirar, sobre todo, su historial y su cuenta corriente. El método es prácticamente infalible. Y hay que estar alerta cuando estos mismos pongan en su boca grandes palabras como «la calle» o «el pueblo»; antes en «los catalanes» y ahora en «la ciudadanía». Los políticos de la colonia catalana y sus sicarios mediáticos son incapaces de articular cualquier tipo de discurso político sin hablar de víctimas, niños, enfermos, heridos y traumas. Las apelaciones sentimentales o las invocaciones de entidades abstractas que ya han traicionado en el pasado deben ponernos alerta: al escucharlas, mano a la cartera.
A menudo, el sistema arroja sondas o sumerge termómetros en las aguas de la tribu para detectar movimientos o corrientes de opinión. La eclosión del independentismo procesista durante el decenio de 2010 es un buen ejemplo de ello. La idea de secesión no nace en 2010 o 2012; tiene más de un siglo de historia y, en 2009, independentistas al margen de los partidos estaban organizando consultas. El independentismo cultural-sentimental, popular y de base, había crecido lo suficiente durante la negociación y la sentencia del Estatut. Fue entonces, y no antes, cuando las mismas élites que habían vilipendiado al independentismo como algo de locos o extremistas pasaban, de la noche a la mañana, a llenarse la boca de autodeterminación, derechos y libertades. De repente se declararon independentistas, pero transformando el «derecho de autodeterminación» de las consultas al «derecho a decidir» abstracto, inofensivo, estéril y aislado. Fue un simple cambio de nombre, del catalanismo al independentismo.
Éste es el ‘modus operandi’ de los ‘masoveros’ de la colonia y sus altavoces para conseguir disolver el conflicto de fondo. Por eso, con sus juegos de prestidigitación, hablan de «fascismo» o «ultraderecha» en lugar de «ocupación por la fuerza» o de «democracia» en lugar de «liberación nacional». Es la pregunta «árbol» del 9-N, es el «va de democracia» del Primero de octubre, es el ‘Sit and talk’ de Urquinaona y el Tsunami Democrático: la cuestión consiste siempre en vaciarlo todo de contenido de forma intencionada. Los ‘masoveros’ de la colonia son expertos geólogos; detectan los movimientos telúricos de Cataluña y los contienen, haciendo el trabajo sucio a los españoles. Canalizando lo canalizable, neutralizando lo que no lo es, y manteniendo el equilibrio sobre el volcán.
Humo y espejos
La ocupación no sería tan fácil en 2022 si emplease los mecanismos de 1942 —o de 1727-. Para que sea descarnada, la ocupación debe ser manifiestamente violenta, fruto de una reciente victoria militar. Cuanto más lejos queda la derrota, más sutil es la coerción. Los umbrales de tolerancia cambian, crecen, descienden, en función de la intensidad de la violencia de la ocupación. La simplificación de decir que la relación entre Cataluña, Castilla y España ha sido la misma, cada vez más dura, desde el Compromiso de Caspe (1412), dificulta la comprensión de la naturaleza del conflicto en su forma actual. De hecho, ya durante el franquismo la ocupación se fue sutilizando para permitir albergar y controlar Cataluña dentro del Estado. Poca gente sabe que se publicaba en catalán bajo el franquismo, que las élites de la ‘Upper Diagonal’ pedían a la prensa del Opus la enseñanza en catalán o que la bandera se exhibía públicamente antes de la muerte de Franco. La Generalitat se concedió entre 1977 y 1980, con leyes franquistas, como mecanismo de control y para evitar la independencia en un momento de especial debilidad del Estado. La Generalitat es un organismo colonial, un disfraz de la ocupación, y nada tiene que ver con la ‘Diputación del General’, el antiguo Estado catalán liquidado después de la Guerra de Sucesión. Así, TV3 hará el trabajo de TVE, los Mossos el de Policía Nacional, el Govern el del Gobierno, y la neutralización y la asimilación de la colonia la harán catalanes y en catalán —de otra forma ya no sería posible sin un descalabro violento.
Una ocupación colonial acaba por alterar a su favor el carácter de los colonizados. Si la ocupación militar rompe los cuerpos, la colonial se apodera de las mentes, sesga los criterios y deforma las sensibilidades. Los catalanes sufren complejos psicológicos relacionados con su situación de subalternidad. En muchos catalanes late inconscientemente la creencia de que Cataluña es un país único, fatalmente destinado a la sumisión, que no puede dar políticos de altos vuelos a pesar de ser un país rico y rebosante de talento en el resto de ámbitos de la existencia, de la ingeniería en el deporte, la gastronomía, el arte o la medicina. Muchos catalanes tienen una obsesión por el sentido del ridículo o el «qué dirán», un rasgo característico de nuestra tribu y de sociedades con falta de libertad, donde lo mejor que puede hacer alguien es callar, mirar hacia otro lado y hacer lo que toca si usted no quiere meterse en problemas. La colonización de Cataluña comienza por los miedos que cada catalán acepta, dejándose dominar. El problema es esa falsa conciencia (el supuesto ‘seny’ -la supuesta sensatez- en oposición a la loca ‘rauxa’ -rabia-), la mentalidad colonizada, la desmoralización, el guardián del gueto que cada catalán tiene instalado dentro de su cráneo. Las voces que escuchan los colonizados deben ser «nos matarán», «somos pocos», «estamos en peligro», «estamos desapareciendo», «ríamosr», «somos ridículos», «vale más que nos lo tomemos de cachondeo», «¿qué esperabas?», «¡quemémoslo todo!». A los catalanes nos pierde la estética por un mecanismo de compensación: por el desequilibrio entre fondo y forma. Pintamos de colorines las paredes de nuestro presidio.
De hecho, los catalanes tenemos una traumática relación con nuestra historia. Especialmente con la del siglo XX, que combina un contraste entre grandes ilusiones e ideales de libertad y dictaduras militares genocidas. De esta herida viven los ‘masoveros’ y los españoles. Parece que, para reivindicar algo tan natural como la independencia, en la Europa de las libertades del siglo XXI, habríamos de tener miedo a que nos maten. Ésta es la lógica implícita del «ampliar la base», «armarnos de razones» o conceptos como la «Cataluña entera»: un complejo, un autoodio, una falta de confianza en nosotros mismos a la hora de tirar por la directa. Los ‘masoveros’ hacen volar sobre la colonia los fantasmas del pasado para apurarnos. La independencia es imposible porque nos van a matar a todos, porque nos vamos a hacer daño, porque lo vamos a perder todo, porque la mitad de la población de Cataluña quiere matarnos y media España, también. Estas mentiras y miedos son irreales, fruto de proyectar hacia el futuro las experiencias de un período muy concreto, ya superado. Este trauma es uno de los fundamentos de la postración de Cataluña; deshacerse de él y pensar libremente, con todas las consecuencias, complejidades y contradicciones, es la clave de la independencia.
La asimilación en el ámbito personal
En ocasiones, la asimilación puede ser inconsciente y pasiva, resultado de la erosión y la desmoralización que causa la propaganda, o consciente y activa (venderse). Más allá de la propaganda, que tiene una acción masiva e indiscriminada, la autonomía se perpetúa también a través de ciertos individuos vendidos al poder. De hecho, uno de los mecanismos más perfeccionados de los ‘masoveros’ de la colonia es el de la compraventa de voluntades. El sistema colonial persiste a través de la corrupción sistemática de la savia nueva que sale, y que debe ser asimilada al sistema. Todas las formas de adaptarse a vivir en un país ocupado son formas de corrupción, que sólo varían en grado. Lo mejor que uno puede hacer es separarse de ellos en todos los sentidos. En Cataluña, esta asimilación no sólo se hace a través del dinero (la famosa ‘paguita’) sino a través del reconocimiento social. La novedad reciente es que este juego se produce a edades mucho más tiernas, y son los jóvenes los más buscados para alimentar la maquinaria de la colonia. Esto se debe a que el sistema, en pleno cierre y bunquerización tras 2017 y el 155, no puede permitirse dejar gente sin controlar que alboroten la colonia —y ha acelerado las dinámicas de destrucción de la inteligencia del país. Por eso es importante que erijamos espacios de libertad, tanto con otros patriotas como en lo más profundo de nuestro ser.
Es necesario estar siempre alerta: el acercamiento del sistema hacia los posibles candidatos a formar parte del sistema colonial puede ser digno de un documental de National Geographic. Comparte muchas características con un ritual de apareamiento, una caza por parte de un mamífero o una cita en la que las tiradas de caña se realizan con sutileza, a través de sobreentendidos e indirectas. Pero lo primero es hacerte pensar que, a pesar de tener ideas y sentimientos nobles, estás equivocado y eres un poco demasiado radical. A menudo ocurre que los radicales, los alocados o los descabellados son en realidad los ‘masoveros’ de la colonia, enrocados en su cinismo y en su peligrosa sumisión a Castilla —que siempre desconfía de ellos, los espía, los multa y los encarcela— pero si te despistas te harán pensar que el problema lo tienes tú, que quieres cosas imposibles, como la independencia.
Frederic J. Porta
Frederic Porta es director de la revista Espíritu. Politólogo e historiador, es doctor en historia por la Universidad Pompeu Fabra. Su investigación se centra en el pensamiento político contemporáneo.
Artículo en colaboración con la cuenta de Twitter La Potlla.
(1) ‘masoveros’ (1) -‘maizterrak’, ‘inquilinos’. En este artículo tiene sentido de colono que hace el oficio en favor del amo. Tipo los ‘cipayos’ en el ejército colonial británico en la India.
(2) ‘Puta y Ramoneta’. Expresión catalana muy gráfica. «Hacer la puta y la Ramoneta» equivale a jugar ‘a dos barajas’, a no hacer juego limpio.
Año 3 Nº. 69 —
ESPERIT
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