Cataluña y la política internacional

Hemos pasado de decir que “el mundo nos mira” a no querer saber nada de lo que ocurre en el mundo. Estamos recluidos en nuestros debates caseros y parece que no exista nada más que las peleas infantiles entre los independentistas de aquí y de allá. Todo el mundo tiene la propia receta en el bolsillo, y a quien no la comparte, se le mira como un insustancial o un traidor que no merece consideración alguna.

Mientras nos vayamos perdiendo en estas disputas sobre si están verdes o si están maduras, no tenemos ni idea de lo que va moviendo la política internacional. Quienes están al frente del independentismo institucional, no ven más allá de sus miserias partidistas. Dicen que quieren una república catalana, como si esto pudiera hacerse al margen de lo que se cuece más allá de nuestras fronteras. Pensar que el contencioso con España sólo pasa por Madrid, es la mejor forma de abocarnos al fracaso.

Basta con recordar cómo, cuando estalló la guerra en Ucrania, el president de la Generalitat salió para afirmar que «Cataluña es un país de paz» y colgar una pancarta en la fachada de palacio. Exactamente lo mismo que ha hecho cualquier alcalde del país. Bien mirado, con estos comportamientos, no podemos ir más allá de Perpinyà.

El día a día lo vivimos condicionados por el conflicto entre rusos y ucranianos en todos los sentidos y la geopolítica mundial ha entrado en erupción. Habría que, ante esta situación, interpretar dónde deben estar los intereses de Cataluña en el nuevo escenario que puede surgir. Si el independentismo no tiene una propia visión del mundo, nunca podrá ir a buscar alianza alguna. No contradecir nunca la posición española en los asuntos internacionales, es la mejor receta para que siempre te vean como unos súbditos sumisos del reino de España.

En los últimos meses, la única política exterior que ha hecho el govern de Cataluña es ir a protestar a Europa por el asunto Pegasus. Como si la cínica UE pudiera escandalizarse por algo que practican seguramente la mayoría de sus miembros. Sin embargo, son incapaces de establecer algún tipo de relación con aquellos que no manifiestan una actitud abiertamente hostil hacia la idea de la fundación de un Estado catalán independiente. No digo que sean favorables por ahora, pero nadie puede negar que gobiernos como el actual de México, por poner un ejemplo destacado, no proclama demasiadas simpatías hacia España. ¿O no recordamos los desafíos diplomáticos de Manuel López Obrador contra el gobierno de Madrid y Felipe VI? Como tampoco podemos ignorar que Chile, hoy, tiene un presidente que el primero de octubre de 2017 manifestó públicamente su solidaridad con los votantes del referendo ante la violencia policial.

Podríamos encontrar más casos de estados que tienen una posición que no siguen a pies juntillas las consignas de la diplomacia de Madrid respecto a Cataluña. Son las grietas que deberíamos aprovechar. Pero, ante todo, cuando nos presentemos ante un posible aliado es necesario que nos vean seguros de lo que queremos, cómo lo queremos y cuál será nuestro posicionamiento en el panorama internacional. No podemos ir a negociar nada sin una concepción propia de los nuevos equilibrios que mueven y van a mover el mundo.

No es casualidad que la presidenta de Escocia, Nicola Sturgeon, cuando estalló la guerra de Ucrania hace unos meses, manifestó que la independencia de Escocia era más necesaria que nunca. La razón se debe a que, decía, su nación debe tener voz y visión propia dentro del nuevo marco internacional que se derive a partir de este conflicto. La independencia significa ser dueño de tu propio destino, dentro y fuera de casa.

EL MÓN