Los museos nacionales pendientes

Pensar en la cuestión de los museos nacionales necesarios y pendientes debería consistir en pensar en contenidos, sentido e impacto comunitario en una sociedad dada, para luego a posteriori y solo a posteriori, pensar en continentes, conveniencia, lugares e impacto económico. En la CAV tenemos la mala costumbre de hacerlo al revés, con lo que las controversias no se dan sobre la necesidad, sino sobre la oportunidad, conveniencia o externalidades de estos u otros equipamientos. Se toma previamente la decisión porque está en la agenda de alguna élite con influencia y se lanza a la opinión pública, al tiempo que se justifica la decisión pretomada como inevitable. La ausencia de participación para los proyectos colectivos se ha hecho costumbre.

¿Cuáles serían –a mi juicio– los museos nacionales pendientes? Un museo de la historia y de la sociedad vasca y un museo de la industria y de la tecnología.

Somos pródigos en museos antropológicos y etnográficos (orígenes, cultura, objetos, modos de vida pasados, oficios…) con grandes e importantes y pequeños museos por todo el territorio. Un gran activo. Pero, como país, carecemos de un museo nacional interpretativo del global de nuestra historia en la dialéctica entre comunidad, lengua, sociedad, conflicto, poder e institucionalidad que nos permita, a escala colectiva, fijar la representación, al menos de mínimos, sobre qué y quiénes somos. No es tarea fácil. Se trataría de poner en discusión sensibilidades con el máximo de anclajes científicos, algo que ya se suele intentar en el currículum educativo.

Un proyecto así se ensayó instituir en la década de los 2000, en la etapa del Gobierno Ibarretxe. Se hubiera llevado a debate público –estaba definido y presupuestado– si el modo en que se produjeron las siguientes elecciones (2009) no hubiera aupado a Patxi López cuyo Gobierno tuvo otras prioridades. Ya nunca se retomó. Como modelo –fui el redactor– era, por simplificar, un híbrido entre el Museo de la Civilización de Quebec y el Museo de la Historia de Catalunya. Sus ubicaciones itineraron entre Donostia (Odón Elorza lo cortocircuitó), la Plaza Unamuno en el Casco Viejo de Bilbao ampliando el entonces Museo Etnográfico y actual Euskal Museoa (la Iglesia no cedió el espacio de Santos Juanes y entonces el espacio de Zara era impensable de liberar) y Zorrotzaurre. El proyecto sigue en el cajón institucional de los proyectos olvidados… y en mi ordenador.

También Gernika fue candidata. Y ahora que se plantea trascender el Museo de la Paz de Gernika para convertirse en un museo de la Memoria (se supone que además del bombardeo del 37 sería sobre la Guerra Civil, franquismo, transición y violencias hasta su cese). Me pregunto si no es la ocasión para replantearse la cuestión. Se trataría de abrir el ángulo a nuestra Historia social, económica y política como un todo, llegando hasta ese momento en que la prehistoria pasa el testigo a la Historia en Euskal Herria y a la construcción social y, ya en el siglo XX, a la construcción nacional. Obviamente, y con carácter nodal, también acogería, en caso de tratarse de la Villa de Gernika, tanto el tema del Bombardeo como la cuestión de la Memoria, así como una sala preparada para albergar el Guernica de Picasso. ¡Nunca se pierde la esperanza por la vía de las negociaciones presupuestarias!

Con ese foco más amplio, Gernika –cuna simbólica de libertades– no se relacionaría así solo con el análisis y pedagogía sobre la paz y las violencias, sino también con la reflexión colectiva sobre lo que fuimos y somos como país y sociedad. Ese más amplio angular permitiría incluso ubicar con mejor perspectiva ese periodo más reciente (1936-2011), cuyos últimos decenios están sujetos a una interpretación más controvertida, poco pacífica, y aún a flor de piel.

Además de absorber el Museo de la Paz haría innecesario, de paso, el pequeño de Euskal Herria Museoa –asumiría sus funciones y colección– sito a 60 metros de la Casa de Juntas-Gernikako Batzar-etxea. Se podría liberar el Palacio Alegría-Allende Salazar que alberga aquel, para dar la oportunidad de explicar la historia institucional del país, y hacer más completa e interesante la visita, hoy demasiado breve y sucinta a Juntetxea.

Asimismo, parece increíble que un país con una trayectoria industrial desde el siglo XIX tan potente como Euskal Herria carezca de un Museo de la Industria que sería central para entender y transmitir su historia, además de un reconocimiento al rol que han tenido las distintas industrializaciones en nuestras transformaciones para lo bueno y para lo malo. En la década mencionada y de la mano de lo que hoy es la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública-Industri Ondare eta Herri Laneko Euskal Elkarte, se presentó un proyecto muy interesante de Museo de la Industria que proponía ubicarse en Grandes Molinos Vascos de Zorrotza y que hoy podría integrarse en el complejo Zorrotzaurre. Solo que un país que ha apostado por la innovación tecnológica para su cuarta transformación, podría complementar su contenido con un espacio añadido para la tecnología, que requeriría –si aún se siguiera pensando en aquella ubicación– un edificio anexo. Sería así un Museo de la Industria y la Tecnología.

Sorprenden ambas ausencias en un país de nacionalismo socialmente hegemónico, con sus distintas corrientes a derecha e izquierda, y más cuando el nacionalismo es teoría y práctica de las construcciones nacionales de la Modernidad (y no solo de la comunidad) así como uno de los espejos de la industrialización en una comunidad que llegó tarde a la construcción de un Estado. El socialismo también debería estar interesado.

Siendo deseables ambos proyectos, sin embargo, no están en la agenda. La ausencia de grandes proyectos da a indicar, además de falta de imaginación, que ya está acabado el nation building (la construcción nacional), lo que dista mucho de ser cierto. Los que están en la agenda son solo dos ampliaciones que se supone que tendrán valor añadido: la discontinua del Guggenheim en Urdaibai y la reconversión del Museo de la Paz de Gernika –que hace mucho que es más que un Museo del Bombardeo– por un repentino, incipiente y secreto –una mala costumbre– museo de la Memoria.

Que no sean los necesarios no implica forzosamente estar en contra de los propuestos, pero sí ponerles condiciones para que sean de utilidad contrastada y socialmente aceptables y mejorables en caso de empecinamiento institucional. Volveré sobre ello.

Naiz