Hablar de pueblos ‘primitivos’ ayuda a justificar el robo de tierras en aras del ‘desarrollo’, según Survival
Multitud de expresiones colonialistas perviven en el lenguaje corriente, sin que los hablantes seamos conscientes de que el uso de determinadas expresiones moldea nuestra percepción de la realidad. Así lo destapa un reciente estudio de Survival International (1), una organización que lucha por la defensa de los pueblos indígenas en todo el mundo. Porque eso son: pueblos indígenas, y no primitivos, como tantas veces se publica.
Si se les califica de “primitivos” anclados en la edad de piedra o, peor aún, si se les considera “incivilizados” o “salvajes”, se refuerza la idea de que han permanecido sin cambios a lo largo de la historia y de que están atrasados, cuando están perfectamente adaptados a su entorno. El primitivismo que se les achaca persigue en realidad su desarrollo forzoso, que conlleva casi siempre la pérdida de sus tierras y recursos.
La ‘Guía para descolonizar el lenguaje en la conservación’ (1) también desnuda tópicos racistas: ¿por qué los blancos exploran y los negros invaden? El estudio, que resulta especialmente útil para periodistas, propone otras preguntas interesantes. Survival lamenta que la prensa ayude a fomentar los estereotipos entre cazadores y furtivos. Los primeros son generalmente turistas blancos adinerados y que van de safari. Los furtivos…
De entrada, la palabra ni siquiera discrimina entre las redes internacionales ilegales de comercio de fauna silvestre y quienes cazan por mera supervivencia en las mismas tierras de sus abuelos. Tratar a todas las comunidades como a furtivos potenciales, denuncia Survival, “justifica su persecución y el robo de sus tierras, perpetuando el modelo predominante de conservación de fortaleza”. ¿En qué consiste este modelo?
Se trata del sistema de conservación más común en África y Asia. Consiste en la exclusión de la población indígena de sus tierras, luego destinadas a proyectos de preservación de la naturaleza. ¿Ejemplos? Numerosas reservas de tigres se han erigido en India en tierras de comunidades locales que han sido realojadas por la fuerza, a pesar de que precisamente estos pueblos son quienes mejor conviven y defienden al tigre.
El caso de los abusos que se han realizado y se realizan con la excusa de la protección de animales emblemáticos y muy amenazados, como el propio tigre, permite reflexionar sobre otro término que a veces se cuela con demasiada soltura en el lenguaje: las reubicaciones voluntarias. Muchas veces, denuncia el estudio, estos movimientos de población son expulsiones forzosas, forjadas con amenazas, acosos y sobornos.
En muchos casos, agrega Survival, “los indígenas aceptan trasladarse porque se les ha hecho la vida imposible: no les dejan cazar, recolectar, construir sus casas ni ir a la escuela, y si lo intentan sufren palizas, vejaciones y encarcelamientos. No hay nada “voluntario” en esto. En ocasiones les prometen servicios y compensaciones para tentarles a abandonar sus hogares, pero estas promesas casi nunca se cumplen”.
Más trampas del lenguaje. En restaurantes es carne de caza; en los fogones de pueblos africanos o asiáticos, animales silvestres (“bushmeat”, en inglés, un término aún más peyorativo que insinúa que la captura fue clandestina). Cuando los occidentales entran en un parque nacional o área protegida, hacen turismo. Si entran indígenas, son invasores… Y no de un territorio cualquiera: paradójicamente, el que es o debería ser suyo.
Los defensores de los indígenas sostienen que, una vez se ha establecido un parque nacional o reserva natural, “los mismos grupos que expulsaron a las poblaciones locales fomentan allí el turismo masivo”. Resulta evidente entonces que los indígenas eran guardianes naturales y que no fueron expulsados porque sus actividades fuesen incompatibles con la naturaleza, sino porque debían retirarse ante la llegada de turistas.
El lenguaje es un arma poderosa, como saben bien quienes vivieron el terror de ETA y recuerdan la bochornosa repetición en medios de comunicación de máxima audiencia de expresiones como acción armada, en lugar de asesinato o atentado. Salvando las distancias, lo mismo ocurre aún con el lenguaje vinculado a la conservación de la naturaleza. La propia expresión de naturaleza virgen fomenta una idea errónea…
A menudo se da alas a la creencia de que las tierras vírgenes, los bosques primigenios o los rincones más idílicos del planeta están así porque se han librado de toda intervención humana. Obras recientes, sin embargo, han demostrado lo contrario. Es el caso de 1491: una historia de América antes de Colón (Capitán Swing). Su autor, Charles C. Mann, sostiene que incluso la inmemorial Amazonia fue moldeada por las personas.
Tanto la Amazonia como el Serengueti “son hogares ancestrales de millones de indígenas que les han dado forma, han dependido de ellos, los han cuidado, nutrido y protegido durante milenios”, subraya la Guía para descolonizar el lenguaje en la conservación. Negarlo es dar validez al concepto de terra nullius o tierra de nadie, que Gran Bretaña empleó para justificar la colonización de la desierta Australia.
La guía es una gran ocasión para reflexionar sobre el lenguaje, y muy en especial sobre palabras supuestamente científicas y neutras. Algunas son muy habituales en los textos sobre conservación o biodiversidad, como cero neto. Esta expresión se usa para elogiar a empresas concienciadas con el planeta, pero siguen siendo empresas contaminantes, aunque con la suficiente riqueza como para comprar a terceros compensaciones de emisiones de carbono.
“Las imágenes que hemos visto desde nuestra infancia sobre naturaleza, así como las palabras que utilizamos para describirla, conforman nuestra forma de pensar, nuestras políticas y nuestras acciones”, sostiene Fiore Longo, responsable de la campaña de Survival para descolonizar la conservación de la naturaleza. “Tendemos a asumir que estas palabras e imágenes son neutrales, la descripción de la realidad. ¿Lo son?”.
LA VANGUARDIA