Hay ideas poco reflexionadas que circulan sin comprobación alguna: “EEUU y Europa perjudicaron y engañaron a la URSS una vez terminada la Guerra Fría”; «No les ayudamos a la democratización y la recuperación de la economía de mercado»; “Rusia se siente insegura y amenazada por el avance de la OTAN hacia el este: se dijo que esto no pasaría y no se ha cumplido”; “A EEUU les viene bien la guerra en Europa, porque debilita a Rusia sin efecto sobre su economía ni su población”.
Terminada la Guerra Fría, muchos estados nacidos del Pacto de Varsovia o provenientes de la Federación Rusa se aproximaron a la órbita de la UE y de la OTAN. No es sostenible el argumento de que esto es fruto de un engaño: son demasiado estados. Era el fin de una época de autoritarismo, los ataques de Rusia a Georgia en 2008 y a Ucrania en 2014 incrementaron los temores de nuevas agresiones y se buscaron soluciones. EEUU y la UE tenían un entorno económico y político más próspero y más libre: eran la alternativa. En Europa Central, la experiencia de quien ha sufrido el dominio de una potencia extranjera que limita las libertades y condiciona el crecimiento económico es una experiencia real. Las fronteras en el sur están fijadas por la geografía –el mar, los Alpes y los Pirineos–. En el centro y en el norte de Europa hay una llanura inmensa: hay territorios que han cambiado de Estado tres veces en un siglo –Alsacia, Silesia, Prusia oriental…– y en los que el peligro de invasión es real porque es habitual.
Cuando acabó la Guerra Fría, Mijaíl Gorbachov consideró que la seguridad de la URSS estaba «contenida en las estructuras de Europa». El Ejército Rojo se redujo a la mitad y el presupuesto de defensa entre 1992 y 1996 disminuyó un 90%. Rusia no temía a Occidente: el objetivo era reconstruir una economía maltratada por 70 años de comunismo. EEUU se resistió a la expansión de la OTAN –el presidente Clinton fundó una difusa asociación por la paz, ‘Partnership for Peace’, como alternativa paliativa, que tuvo un éxito moderado.
Occidente no desestabilizó políticamente a la Unión Soviética ni promovió la independencia de sus repúblicas. Ucrania se declaró independiente de la URSS en 1991: el ansia de libertad y la voluntad de desvincularse de la «protección de Rusia» eran imparables.
Se desmanteló la estructura política y económica de la URSS y, en esa confusión, un grupo, con el apoyo del poder político, se apoderó de la propiedad de las empresas. De un régimen socialista se pasó a una economía desregulada en manos de unos cuantos, con la connivencia del nuevo poder político, que buscaba su consolidación. Fue un pacto tácito: para unos el poder político, para otros los beneficios de una precipitada privatización de un Estado donde todo era público. Los que disintieron –Mikhaïl Jodorkovski y Aleksei Navalni– fueron expropiados y encarcelados. El resultado fue la cleptocracia actual, derivada de un problema interno y no de una agresión externa de Occidente.
Dice Robert Kagan que la hegemonía es una condición más que un propósito y el imperialismo un esfuerzo activo de un Estado para forzar a otros dentro de su área de influencia. Occidente no ha sido imperialista en relación a Rusia, pero sí era y es hegemónico, una situación agudizada por la política descaradamente imperialista de Rusia. La atracción que la economía liberal y la democracia generan, pese a fallos significativos –Vietnam, Irak y Afganistán, Latinoamérica…–, es la prueba de la falta de alternativas atractivas.
El intento de democratización y apertura de Bielorrusia y de Ucrania, y la represión ejercida por su gobierno autocrático en un caso y por la intervención directa de Rusia en el otro, han hecho evidente que la única alternativa es Occidente. La imagen de Rusia ha perdido atractivo porque ya no puede asociarse al marxismo, que tenía los indudables atributos de ser moderno y dar el poder a los desfavorecidos. Lenin y Trotsky eran líderes revolucionarios atractivos para los partidarios de la libertad y la igualdad. Hoy no existen y Putin representa el regreso al pasado del peor autoritarismo.
El problema de Rusia es el poco atractivo de su política y el rendimiento mediocre de su economía, objetivamente la menos igualitaria del mundo. Las áreas de influencia se ganan por la atracción, no se imponen por la represión. El presidente Putin no teme la agresión de Occidente, teme la comparación de su régimen con Occidente a pesar de la propaganda represiva. Ha dicho que el mayor problema del siglo XX ha sido la desaparición de la URSS. Todo lo contrario.
Esto lleva al sueño de una tercera vía, al recuerdo de la Comuna de París, que duró apenas tres meses. En circunstancias difíciles, siendo Francia derrotada por Prusia, se creó, a partir de un gobierno municipal, un régimen político de Estado que fue democrático, liberal y efectivo. Pero había interés en demostrar que lo que había sido una realidad fue un espejismo. Había que no dejar ni rastro de posibilidades, hacer como si el sueño no hubiera existido.
ARA