Desde su nacimiento hace un siglo, buena parte de los estudios de marketing se ha dedicado a analizar las razones de la quiebra de las empresas y las crisis de liderazgo. Al fin y al cabo siempre hay más empresas fracasadas que exitosas y al capitalismo le ha interesado saber por qué puñetas ocurren estas cosas. Desde hace setenta años (de hecho, fue uno de los temas recurrentes de la guerra fría) los trabajos sobre fracaso empresarial se han aplicado con éxito al análisis de las organizaciones políticas especialmente en los países coloniales y excoloniales. Primero lo estudiaron de forma intuitiva a finales del siglo XIX los ingleses deshaciendo el Kurdistán, para controlar su petróleo. Al fin y al cabo llevaban siglos leyendo a Cicerón en Óxford y tenían experiencia con la India. Es de libro y funciona.
Destruir una empresa o un país consiste básicamente en inutilizar su grupo dirigente y desmontar sus referentes simbólicos y su tradición (inventada, como todas, pero funcional). Es tan sencillo y tan difícil como esto. Es sencillo porque no es necesario (¡de hecho resulta contraproducente!) usar la violencia física y basta con acentuar los problemas internos y crear un estado emocional de derrota. Es difícil porque al fin y al cabo las élites culturales y políticas son sólo la cabeza de un cuerpo que puede seguir aguantando descabezado durante años y porque de la destrucción de un país quedan heridas que pueden supurar cientos de años. Pero en estos casos la crueldad es un detalle que no importa. Los profesionales simplemente realizan su trabajo.
El proceso de destrucción de un país se diseña (les ahorro la bibliografía) como un proceso en tres pasos. El primero es saber que sin unidad, liderazgo y un plan común no hay empresa que pueda resistir. Si al frente hay un grupo dirigente atemorizado, que envía señales contradictorias a su entorno y que no transmite otra cosa que impotencia, el proyecto está muerto. El líder que se contradice sobre sus objetivos es letal para una empresa.
Cuando el mismo líder que ayer decía blanco hoy dice negro y lo hace, además, con la misma pomposidad y el mismo barroquismo (si quiere, con la misma cara dura) la gente sencillamente no entiende nada, se queda como atolondrada y no sabe por dónde seguir. En el caso catalán los ejemplos son tan obvios y patéticos que no hace falta rascar demasiado. Si los que te dicen que harán la independencia en dieciocho meses te presentan como un gran éxito el traspaso de una estación meteorológica en el ‘Turó del Home’, o te mentían antes o te consideran idiota ahora. Posibilidades no incompatibles entre sí, por supuesto.
Nada desmoviliza tanto como no saber qué camino es seguro, porque sencillamente no se va a ninguna parte. Cuando quienes debían desobedecer y hacer la independencia envían mensajes de rendición y se someten voluntariamente, lo que la gente percibe es que han sido engañados y, sencillamente, van sintiéndose como unos pobres idiotas. Sencillamente es imposible seguir a líderes que ayer querían ir a Ítaca y hoy no saben ni qué hacer con la maraña de las promesas incumplidas.
El segundo paso de la quiebra consiste en menospreciar a la gente que te ha seguido, dejándola tirada y haciendo como quien no la ve. Ningún líder que engaña a su gente pervive en el tiempo. A los movimientos sociales no los destruye la represión (¡al revés, crea héroes!) sino el sentimiento de orfandad y la sensación de haber sido engañado por los líderes. En Cataluña sabemos cómo se acabó la República en 1939 y cómo se fundió la resistencia republicana al día siguiente de la guerra y no fue (sólo) que Franco la reprimiera. Fue mucho más bestia. Simplemente, nadie había previsto nada para el día siguiente de la derrota.
Miles de hombres que venían de pasar miserias en el Ebro y en la retirada fueron abandonados como perros a su suerte en la playa de Argelès mientras sus líderes (¡Companys y Tarradellas también!) se marchaban a París. Esa gente entendió rápido que a sus líderes les importaban exactamente nada y nunca más ningún líder republicano tuvo el mínimo ascendente sobre ellos. ‘Historia docet’. El invierno del 39 toda una generación de hombres que no eran políticos, sino campesinos, mecánicos o peones llegaron a la conclusión rápida de que no valía la pena seguir pasando miserias y muriendo de disentería para defender a una gente que les habían abandonado pasando frío en la arena.
Ahora que la gente de los CDR ven que las multas y la cárcel las tendrán que sufrir ellos (y no unos pocos aspirantes a Mandela en versión pija), obviamente necesitarán mucho más que patriotismo para no llegar a la misma conclusión que los abuelos. Si los mismos que te han enviado a la calle se desentienden de tu suerte por salvar su nómina y te tachan de creer en el independentismo “mágico” por hacer lo que ellos mismos te decían que hicieras… resulta muy difícil continuar creyendo en unas cuantas personas y en unas cuantas ideas. Por ejemplo, en la independencia.
El tercer paso para acabar de derrumbar a un país es, obviamente, confirmar la propia incompetencia con los actos. Es necesario que los líderes hagan cosas lo más idiotas posible y procurar que se sepan. Demostrar incompetencia se consigue de dos maneras: echando la culpa a los demás por sistema (error típico de los líderes intelectualmente justitos) y poniendo de manifiesto en el día a día que se es incapaz de ganar un envite ni por error (algo muy habitual en los líderes corruptos).
Sólo hay dos tipos de líderes empresariales que nunca son capaces de conseguir un contrato: los corruptos y los burros. Los demás, sin ser luminarias, a veces ganan y a veces pierden. Incluso el último clasificado de una liga de fútbol llega a ganar algún partido. Los logros descriptibles de la supuesta mesa de diálogo, dispensen, pero hacen sospechar. La incompetencia en el liderazgo tiene además un efecto multiplicador. Dificulta encontrar a gente capaz que quiera ocupar cargos en las empresas y ahora mismo el mundo ‘indepe’ tiene problemas a raudales para reclutar a gente con un currículum decente que quiera participar en las listas electorales en muchos municipios. Nadie quiere estar en la lista de los vencidos y, en el caso catalán, toda una serie de miserias que no hace falta explicar dejan sin demasiados argumentos a quienes aún quisieran seguir adelante, pero se sienten insultados por la pura sensación de improvisación y las obvias carencias intelectuales de la gente que pretenden pasar por líderes.
Destruir la confianza de un país y encorsetarlo por dentro es muy sencillo. No hace falta inventar nada y en el caso catalán ha bastado con desembarcar a algunos subsecretarios armados con carpetas y el 155. El liderazgo del país se fue al carajo de repente. Hasta ahí los hechos. Ahora la pregunta es cómo nos libraremos de los incompetentes y sólo una cosa es segura. Hasta que la generación que no estuvo a la altura del país del 1 de octubre no se marche a casa y pida perdón por su incompetencia, será imposible reconstruir nada. Porque básicamente un país es dignidad.
Publicado el 5 de septiembre de 2022
Nº. 1995
EL TEMPS