Putin cree que está ganando

Todo va tal y como habíamos previsto. Esto es lo que repite Vladimir Putin. Cuesta algo de creer. Pero, al parecer, es lo que cree el Kremlin. Durante dos décadas he seguido de cerca las palabras, comportamiento y decisiones del presidente ruso para hacerme una idea exhaustiva de sus maquinaciones. A partir de la retórica pública, las decisiones políticas y las conversaciones informales con gente con información privilegiada, he llegado a entender –en la medida de lo posible– las líneas generales del pensamiento actual del Kremlin. Lo evidente es que, a finales de mayo, el Kremlin llegó a la firme conclusión de que a la larga ganará este conflicto. Y ahora Putin tiene un claro plan, a diferencia de los primeros meses, que fueron caóticos.

Este plan, que consta de tres ejes, es una especie de matriz estratégica. Cada eje se encaja dentro del otro, para dar como resultado una gran jugada que va mucho más allá de Ucrania.

El objetivo más pragmático y factible está relacionado con las ambiciones territoriales de Rusia en Ucrania. Putin parece creer que el tiempo corre a su favor. Washington ya ha señalado que no está dispuesto a arriesgarse a provocar la ira de Putin atravesando línea roja alguna. Se ve que han hecho mella las anteriores amenazas rusas de recurrir a las armas nucleares: Occidente no intervendrá directamente, ni mantendrá la ayuda a Ucrania hasta conseguir la derrota militar rusa. En estos momentos, pese a las afirmaciones en sentido contrario, la opinión generalizada en Occidente es que Kiiv no será capaz de recuperar las zonas ocupadas por las tropas rusas. El Kremlin debe creer que tarde o temprano Occidente se resignará por completo a esta idea. Entonces el este de Ucrania quedará a todos los efectos bajo control ruso.

El siguiente objetivo es obligar a Kiiv a capitular. Aquí la cuestión no lleva sobre los territorios ocupados. Desde un punto de vista práctico, capitular querría decir que Kiiv aceptara las exigencias rusas, que pueden resumirse en la “desucrainización” y la “rusificación” del país. Esto implicaría criminalizar la defensa de los héroes nacionales, cambiar el nombre de las calles, reescribir los textos de historia y garantizar a la población rusófona una posición dominante en la educación y la cultura. La finalidad sería, en definitiva, privar a Ucrania del derecho a construir su propia nación. Los rusos sustituirían al gobierno por otro, purgarían las élites y cortarían la cooperación con Occidente.

Este segundo objetivo parece descabellado, claro. Pero para Putin también es ineludible, aunque quizás tarde más en hacerse realidad. En uno o dos años, cuando, según las expectativas del Kremlin, Ucrania esté agotada por la guerra, sea incapaz de funcionar con normalidad y esté profundamente desmoralizada, madurarán las condiciones para la capitulación. El Kremlin calcula que, llegado ese momento, la élite se dividirá y se formará un movimiento opositor favorable a la paz con el objetivo de derribar al gobierno de Zelenski y poner fin a la guerra. No haría falta que el ejército ruso capturara Kiiv; caería por sí sola. Se ve que Putin cree que nada podrá impedirlo.

Mucho se ha hablado de qué es lo más importante para Putin en esta guerra: impedir que la OTAN se extienda hasta las puertas de Rusia o sus ambiciones imperiales de ampliar el territorio ruso y anexionarse como mínimo una parte de Ucrania. Pero ambas cuestiones están entrelazadas. Mientras Ucrania se acercaba a la OTAN y el conflicto del Donbass seguía estancado, Putin se iba obsesionando cada vez más con ese país. El territorio que, a su juicio, pertenece históricamente a Rusia se estaba sometiendo a su peor enemigo. Su respuesta fue convertir el territorio ucraniano en un objetivo unido al enfrentamiento con la OTAN, no en un sustituto de este enfrentamiento, como muchos piensan.

Esto nos lleva al tercer objetivo estratégico de Putin en la guerra contra Ucrania, y el más importante de todos desde el punto de vista geopolítico: construir un nuevo orden mundial.

Solemos pensar que Putin considera a Occidente como una fuerza hostil que quiere destruir Rusia. Pero creo que para él hay dos Occidentes: uno malo y uno bueno. «El mal occidente» está representado por las élites políticas tradicionales que actualmente gobiernan los países occidentales: para Putin son estrechas de miras y esclavas de su electorado, hacen caso omiso de los auténticos intereses nacionales y son incapaces de tener una visión estratégica. “El Occidente bueno” está formado por los europeos y estadounidenses de la calle que, a su juicio, quieren tener unas relaciones normales con Rusia, y por unas empresas que están muy interesadas en beneficiarse de una estrecha colaboración con sus homólogas rusas.

Al parecer, según las ideas de Putin, el “Occidente malo” está en decadencia y acabado, mientras que el bueno poco a poco empieza a hacer frente al ‘statu quo’ con una serie de dirigentes de orientación nacionalista –como Viktor Orbán en Hungría, Marine Le Pen en Francia e incluso Donald Trump en Estados Unidos–, dispuestos a romper con el viejo orden y crear uno nuevo. Putin cree que la guerra contra Ucrania y todas sus consecuencias, como la alta inflación y la subida de los precios de la energía, darán alas al Occidente bueno ayudando a la población a alzarse contra el ‘establishment’ político tradicional.

Al parecer, la apuesta de Putin es que los cambios políticos decisivos que se producirán en los países occidentales abrirán la puerta, con el paso del tiempo, a un Occidente transformado y amistoso. Rusia podrá entonces volver a plantear todas las exigencias en materia de seguridad que expuso en su ultimátum de diciembre a Estados Unidos y la OTAN. Parece una quimera irrealizable. Sin embargo, es lo que Putin espera.

Hay buenas noticias. El hecho mismo de que el plan le parezca realista debería impedir, a corto plazo, una escalada nuclear. Pero la mala noticia es que, tarde o temprano, Putin se encontrará cara a la realidad. En ese momento, cuando sus planes se vean frustrados y su decepción sea máxima, seguramente es cuando será más peligroso. Si Occidente quiere evitar un choque catastrófico, debe entender de verdad a qué se enfrenta cuando se enfrenta a Putin.

Copyright The New York Times

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