A raíz del reciente encuentro del ministro español Félix Bolaños con la consejera de la Presidencia, Laura Vilagrà, el primero hizo varias declaraciones repitiendo una idea que es palabra de orden del actual gobierno español. La consigna, repetida ‘ad nauseam’, dice que antes de la llegada de Pedro Sánchez la sociedad catalana estaba gravemente dividida a causa del proceso independentista. Los términos exactos que ha empleado Bolaños en El Periódico han sido estos: “Había una situación de tensión insoportable en Cataluña, y hoy estamos superándola gracias al diálogo”. Y lo ha ilustrado con los datos de una encuesta según la cual en 2018 un 40 por ciento de los catalanes habían dejado de hablar de política con amigos y familiares, mientras que ahora, decía, otras encuestas sugerirían que ya somos la “comunidad” con menos polarización partidista.
Escribía Paul Valéry que el gran triunfo del adversario es hacer creer lo que dice de nosotros. Y éste es el principal objetivo del actual gobierno español con su famosa “agenda del reencuentro”, que siempre acaba poniendo el acento en el reencuentro entre catalanes más que con la propia España. Es una manera inteligente de desdibujar el “A por ellos” de 2017 y de proyectarlo entre nosotros. Un enfrentamiento interno, por otra parte, que el Estado fomentó con todo tipo de recursos: desde impulsar a Ciudadanos –¡cuya desaparición sí ayudará a despolarizarnos!– hasta la invención de informes policiales para alimentar desconfianzas internas, pasando por proferir amenazas que incluían la hipotética expulsión de la Unión Europea, el anuncio de graves penurias económicas e incluso sugerir que se pedirían pasaportes a los catalanes para visitar a la familia en España. Es lo del autocumplimiento de profecía: presentarnos divididos hasta que nos dividimos.
Sin embargo, quien crea que esta estrategia de encender la división interna del país ha terminado, va muy errado. Es cierto que, finalmente, han logrado desmovilizarnos, no sabemos si de forma transitoria o definitiva. Pero, en cualquier caso, la diferencia es que, muy astutamente, el empeño del Estado ahora ya no se focaliza tanto en la confrontación entre soberanistas y unionistas como entre independentistas. Hemos entrado en una nueva etapa en la que se saben crear las condiciones para provocar una desconfianza total entre ERC y Junts –con su colaboración entusiasta, hay que decirlo–, y donde se deja indemne a la CUP, con no menos astucia. Es una manera aún más sutil de desarmar al adversario que la de enfrentarse abiertamente. Para entendernos: la mesa de diálogo es, en el fondo, el ring de boxeo preparado por el gobierno del PSOE para hacer que Junts y ERC se ablanden, algo que hasta ahora es su único mérito. No sé de dónde saca Félix Bolaños el supuesto bajo nivel de polarización, pero es obvio que no se refiere a la que existe entre ambos partidos independentistas.
Lo que ahora se descubre de las viejas y torpes pero eficaces técnicas para combatir el independentismo, es decir, las de la policía, la judicatura y los medios patrióticos, muestra cómo trabajaba el Estado hace una docena de años. Pero tengo el convencimiento de que estas técnicas se quedan cortas ante la existencia de nuevos instrumentos más sutiles para desmovilizar, desmoralizar y aturdir el independentismo. No es que se hayan abandonado las viejas formas, sino que han aparecido otras más maquiavélicas. Ya no necesitan Villarejos: las redes sociales son suficientes para hundir reputaciones, exacerbar confrontaciones malhablando unos de otros y renovar las formas clásicas de hacer correr falsos rumores, ahora llamados ‘fake news’.
El combate con el Estado por la independencia se libra con fuerzas profundamente desiguales. Y si durante la década 2007-2017 se cogió desprevenido al Estado, ahora sabe actuar con una inteligencia que no tenían las viejas cloacas. Ahora, las cloacas circulan por internet.
ARA