Amaiur. Julio 1522
Han transcurrido ya 500 años desde que los navarros lucharon durante una década ante las huestes castellano-aragonesas por sus principios, por su misma existencia.
El concepto de reino y religión vertebraban indisolublemente la organización universal de sus creencias, de sus libertades y de su sociedad. La iglesia y el rey eran dos indisolubles iconos que orquestaban la concepción de su mundo. El monarca fue suplantado y la Santa Madre Iglesia los dejó huérfanos.
La Iglesia en la conquista de Navarra
Mucho tuvo que ver en la maniobra la usurpación del Reyno de Navarra D. Alfonso de Aragón y Roig de Ivorra, arzobispo de Zaragoza y de Valencia, lugarteniente de Cataluña e hijo natural de Fernando el Católico, además de nuncio apostólico de la Santa Sede en el reino de Aragón. El hijo natural de Fernando el católico no sólo aportó dinero, caballeros e infantes para la causa de la conquista del Reyno, sino que maquinó y gestionó la otorgación de indulgencia papal plenaria con carácter de Cruzada contra los que fueron denominados “cismáticos navarros”, hecho reflejado en la carta de petición recomendando a Tudela la obediencia y sumisión al rey Fernando el Católico. También prometía el juramento y respeto de los fueros y derechos por parte de El Católico.
Archivo municipal de Tudela, LH040_62_07 fechada el 14 de agosto 1512, en dicha recomendación venía implícita que quienes colaboraran con los legítimos reyes D. Juan de Labrit y Catalina de Foix corrían el riesgo de ser excomulgados, y ser reos de la recién creada Inquisición.
Tras la muerte de Fernando “El Falsario” nuestro pueblo se quedó en manos de un implacable cardenal Cisneros, además del estimable consentimiento papal y una bula de dudosa factura. La conquista de Navarra no solamente se dirimió en el campo de batalla. El oro y la plata recién traída de América y obtenida con métodos poco ortodoxos compró muchas voluntades incluidas las eclesiásticas.
Represión: cautivos, refugiados, penados a muerte y exiliados
En los años siguientes a la conquista, tuvimos nuestros cautivos, en número muy estimable, hacinados en la fortaleza de Atienza, utilizados como rehenes para abortar cualquier levantamiento en favor de la dinastía legítima y de la independencia del reino. Hubo centenares de refugiados en Iparralde y el Bearne que fraguaron las sucesivas intentonas de recuperación del reino.
Navarra fue un reino que, ante la ambiciosa presión de dos potencias de aquella Europa del principio del renacimiento, no le dejaron existir.
Durante la década que duró la conquista de Navarra se llevó a cabo una represión brutal con abundantes condenas y abusos de sangre a los leales de los legítimos monarcas navarros. Según Pedro Esarte en su libro “El Mariscal Pedro de Navarra”, empezaron con los hombres más allegados a Catalina de Foix y Juan de Labrit. La primera sentencia se promulgó el 18 de febrero de 1513 contra Johan Remiriz de Baquedano, Señor de San Martín. Posteriormente desde el 13 de abril de 1513 los juicios se llevaron a cabo con la designación y autoridad de 2 escribanos castellanos. Los castellanos querían ejemplaridad por lo que los jueces navarros fueron cesados. Los nuevos funcionarios castellanos designados, fueron Juan Fernández de Legama y el licenciado Joan del Castillo. Las actas y sentencias judiciales rezan en su mayoría el siguiente texto.
“…en este reino de Navarra los que han delinquido y delinquen en crimen de lesa majestad, contra su majestad o su estado, han sido condenados a muerte y confiscados sus bienes”.
Dada la gran cantidad de reos, las autoridades españolas dispusieron de inmediato el traslado de los cientos de cautivos al interior de Castilla, concretamente al castillo de Atienza en Guadalajara. Los reos mientras el traslado al interior del reino de Castilla eran fuertemente escoltados dada la popularidad y adhesiones que las gentes del Reyno manifestaban a su paso e incluso llegando a la veneración como en el caso del Mariscal.
Los abusos de sangre (refiriéndose a las brutales torturas, palizas y condenas a muerte) pronunciados afectaron a personas de todas las zonas y condiciones sociales.
En aquellos aciagos días también hubo disidencias, en número mucho menor que las que posteriormente han sido atribuidas, dado que hubo que presentar la conquista como un conflicto entre beaumonteses y agramonteses hablando de legítima anexión. A la postre los beaumonteses tampoco pudieron evitar la demolición de sus propios palacios y fortalezas.
El juramento de lealtad
La renuncia a los legítimos monarcas, Catalina de Foix y Juan de Labrit, y el juramento de lealtad al nuevo monarca, Fernando el Católico, exigido para conservar la vida, para un hombre de la época, para un navarro, no era concebible, era un sacrilegio, una ignominia, una afrenta, un imposible y una deshonra insoslayable. Muchos prefirieron la muerte antes que doblegar sus principios, como el mismísimo Mariscal D. Pedro de Navarra, otros la resistencia a ultranza a costa de sus propias vidas como los defensores navarros del castillo de Amaiur, último bastión del reino en capitular. Pocos hechos como éste último mencionado han quedado en el inconsciente de los navarros, donde un grupo de legitimistas allá por julio de 1522, atrincherados heróicamente dentro del baluarte baztanés sucumbieron ante la desproporción numérica de los castellanos. Aquel 12 de julio un heraldo intimó a Vélaz a rendir Amaiur. Decididos a resistir, los navarros se negaron. “Todos moriremos con él por defender aquel castillo”, se lee en una de las cartas como lo atestigua las investigaciones de Peio Monteano.
La erosión de una entidad
Los vencedores de oficio, entraron en el Reyno a sangre y fuego, arrasando las fortalezas y castillos, imponiendo progresivamente su idioma en detrimento del mayoritario, el euskera, y del romance navarro-aragonés en la ribera del Ebro. La conquista de Navarra y sus nuevos gobernantes emprendieron y continuaron una dinámica de erosión y desgaste de las recias costumbres, leyes y fueros del viejo Reyno independiente.
Las nuevas autoridades aplicaron el olvido, manipulación y desinformación como principio. Solamente la verdad historiográfica, durante tantos años ocultada, sobre todo a este lado de los Pirineos, nos hará conscientes de lo que supusieron aquellos hechos tan cruentos e ignominiosos para nuestro pueblo y nos ayudarán a entender nuestro presente.
Afortunadamente cinco siglos después no han conseguido subyugar la entidad de viejo Reyno, que los navarros seguimos teniendo. Los navarros hemos dado muestras que nuestro inconsciente colectivo no es anestesiable, que tenemos aspiraciones intactas de volver a regir nuestro destino.
La historia desafortunadamente nos refrenda con demasiada frecuencia, que la ambición enfermiza de las potencias. sus gobernantes junto a sus modus operandi, no han cambiado tanto desde entonces.