Prensa con ‘p’ de ‘propaganda’

Si un periodista independiente de un diario independiente, George L. Steer de ‘The Times’, no hubiera estado en el País Vasco en 1937, probablemente habríamos tardado muchos años en descubrir que la masacre de Gernika había sido obra de la aviación nazi. La propaganda falangista, con filmaciones con ‘atrezzo’ incluidas, pretendía demostrar que el desastre debía endosarse a una política de tierra quemada de los republicanos en retirada. En el bando republicano, cuando los fascistas comenzaban la ofensiva contra Cataluña, en diciembre de 1938, los diarios de Barcelona minimizaban al enemigo y anunciaban que Franco estaba terminado por un complot de los suyos.

Las guerras propician los episodios más agudos de la propaganda. En Rusia ha cuajado la idea de que la invasión de Ucrania es una operación para restablecer la democracia en un país gobernado por el totalitarismo. Y en la Eurozona –en este caso más exactamente zona OTAN– se maquilla la cruda realidad de que Rusia está ganando, por algo tan demostrable como el número de kilómetros cuadrados que se está anexionando, o que los que también están perdiendo son los castigados de la especulación energética, clases populares europeas, en proporción directa a la pérdida de capacidad adquisitiva que cuesta que Putin tenga dificultades para pagar su guerra, el gran argumento propagandístico de los embargos. Otra cuestión que la propaganda tapa es que a veces el precio de una causa noble –la defensa nacional, en este caso– es admitir que la enarbolen auténticos sinvergüenzas. Sólo las víctimas son siempre los buenos, por eso el periodismo independiente las elige como protagonistas frente a los que se creen que los rusos son la resurrección de Lenin liberando al pueblo del zarismo y los que mitifican a un presidente ucraniano con claroscuros que, ciertamente, domina la dramaturgia y la escenografía del ‘agitprop’.

Los conflictos muy polarizados también tributan órbitas a la propaganda. Cubrí en directo el caso vasco y analicé académicamente la propaganda que unos y otros le dedicaron. Las claves básicas eran angelizar a los nuestros y demonizar a los contrarios, una tensión que admite la metáfora de la ‘sokatira’ –el deporte de estirar la cuerda en sentidos contrarios– y que hace que los dos extremos se alejen del punto ponderal de la realidad: ‘in medio virtus’, la necesaria equidistancia del periodismo que pretende informar, criticada por unos y otros. Ítems publicitarios estadísticamente significativos eran la optimización del fin de la violencia, lo que coloquialmente es «la vamos ganando» y «la victoria será rápida», verbigracia “Múgica pronostica que ETA dejará de existir antes de 1992”; y la criminalización social añadida al crimen ya esencialmente terrible del enemigo –ETA– extirpándole el carácter político para situarle en la delincuencia común y mafiosa.

El conflicto catalán es político y sin víctimas mortales, por fortuna, pero mediáticamente se sitúa también en el debate entre las propagandas cruzadas independentismo-Estado y los intentos de equidistancia informativa, también criticados por unos y otros. Pese a la ausencia de violencia soberanista, en España ha cuajado la idea de que aquí hubo un golpe de estado y de que los políticos que intentaron la secesión son «golpistas». Por su parte, el independentismo insiste en la moral de victoria a partir del 1-O, pasando de largo de la evidente derrota: no sólo Cataluña no es independiente, sino que ha visto recortada la autonomía y técnicamente les catalanes tenemos menos derechos y garantías que antes de iniciarse el Proceso. Evidentemente, el relato propagandista no contempla la autocrítica de los actores que pusieron el freno de mano cuando el motor tenía más fuerza y que después son responsables de las batallas cainitas y la desmovilización, que suponen ‘de facto’ una rendición tan incondicional que “el gobierno más progresista de la historia” puede permitirse hacer pasar la mesa de diálogo por las horcas caudinas.

La polarización se traduce también en prensa afín y prensa hostil. En España la práctica totalidad de la prensa es hostil al independentismo, mientras que aquí se responde con el reflejo condicionado de un periodismo de parte. La prensa de partido periclitó porque los consumidores preferían ver la realidad lo más objetivamente posible y desde distintos puntos de vista. Pero la vuelta a la trinchera ha resucitado a una prensa –si no abiertamente de partido porque duele a los ojos– abiertamente partidaria, que además alimenta a un receptor que sólo quiere ver el mundo desde la perspectiva sesgada de su parcela.

La prensa partidaria es una opción muy legítima y que, además, funciona porque el ‘feedback’ entre emisor y receptor es un trasunto de la comunión metafísica. El problema es que estos consumidores de causas más que de opinión pública, en nuestro ámbito, se manifiestan a menudo pretendiendo llevar a su terreno los medios con libros de estilo transversales y de explicar las realidades siempre poliédricas desde los distintos puntos de vista que las conforman. Los primeros en recibir son los medios públicos, en nuestro caso TV3 y Catalunya Ràdio, acusados ​​de alevosías simplemente porque hacen su función plural y, además, resulta que regulada. Última estación, el comisario Villarejo en el ‘FAQS’.

La contemplación de fuentes hostiles ayuda a entender mejor los contenciosos, éste es otro tema. Por eso mi periodismo en situaciones de conflicto –lo que practiqué y lo que enseñé en la universidad– me llevó a definir la necesidad de una “polifonía de fuentes”, definición evidentemente de raíz musical. Yo la practiqué y mientras se escribía en las dimensiones de “La prensa contra ETA”, proclamada por varios manuales del ministerio del Interior, además de contemplar las fuentes oficiales yo daba voz a ETA y a la izquierda aberzale, como, en mis corresponsalías transatlánticas, al IRA y la OLP. Conservo ejemplares originales de diarios ejemplares, entre ellos el de ‘The Times’ que daba la noticia del bombardeo de Gernika.

ARA