1855: La conspiración para iniciar otra guerra civil desde Iruñea

Unas viejas cartas desvelan un complot para iniciar una guerra que comenzaría con la toma de la Ciudadela de Iruñea. El intento, que varias detenciones hicieron fracasar, ocurrió 80 años antes de que Mola diera el golpe de Estado desde Alde Zaharra.

El golpe de estado de 1936 dio comienzo en el Palacio de la Gobernación de Iruñea, viejo palacio de los reyes navarros y hoy Archivo General. Allá estaba su «director», Emilio Mola, que dio el primero de los sangrientos pasos que desembocarían en masacres y décadas de dictadura. Por contra, la guerra que no empezó en la capital navarra en 1855 tenía previsto arrancar unos cientos de metros más allá, con la toma de la Ciudadela, que quedaba entonces extramuros.

El plan era que la guerra empezara el 1 de febrero. O eso cuentan las cartas cifradas –y descodificadas solo parcialmente– que aparecieron en un derribo en los años 90 en un edificio del centro de Badajoz. Se trata de la correspondencia manuscrita entre los cabecillas de la conspiración, esto es, de los principales líderes militares carlistas en aquel momento. Era aquel un periodo oscuro, en el sentido de poco documentado, que va entre la Segunda (1833-1840) y la Tercera de las Guerras Carlistas (1872-1876). Son décadas donde se suceden las revueltas y las conspiraciones y hay, de hecho, opiniones fundadas de que la última de esas guerras comenzó incluso antes.

La archivera extremeña Amelia Moliner destapó la trama casi dos siglos después, abriendo una nueva senda de investigación histórica. «No pude descifrar todas las claves numéricas. La lectura paleográfica, sin embargo, no resultó difícil de hacer. Mi intención principal era dar las cartas a conocer para que algún historiador se interesara».

Moliner descifró las primeras claves cifradas. Los números 34 y 121 parecen hacer referencia a fusiles y municiones. En otras ocasiones, los números esconden los nombres de conspiradores implicados (6, 21, 108, 117, 86, 87) y también de lugares (15, 16). El número 16 significa Iruñea.

Tres personas se cruzan esas cartas cifradas. Ramón Cabrera, veterano de las dos guerras previas, donde se ganó el apodo de “El Tigre del Maestrazgo”, escribe desde el exilio en Inglaterra, donde se ha casado con una noble muy rica. A consecuencia de esto, además de referente, juega también un papel de financiador.

El segundo es el propio general Joaquín Elío, el líder militar de los carlistas, que era iruindarra. Como los demás, está expatriado tras la última derrota y se mueve entre Nápoles (donde forma parte de la corte del pretendiente, Carlos Luis), Londres (para reunirse con Cabrera) y París, adonde viaja para conjurarse con otros carlistas en el exilio.

El tercero resulta más desconocido por su menor rango. José Múzquiz, aun así, fue parlamentario por Nafarroa. También se encuentra en el exilio, pero más cerca, en Baiona, desde donde mantiene un contacto más estrecho con la ciudad que pretenden tomar. Las cartas cifradas para iniciar una guerra llegaron hasta Moliner gracias a que la familia Múzquiz las conservó y, tras pasar una etapa en América, recaló en Badajoz.

Las cartas llegaron hasta Moliner gracias a que la familia Múzquiz las conservó y, tras pasar por América, recaló en Badajoz

«Confieso que yo de carlismo no sabía nada, me sonaba a tradicionalismo, a rancio, a allende de mis fronteras habituales», confiesa Moliner. Aun así, el amor por su trabajo pudo más y gracias a su tesón, se recuperó una pieza del puzzle de la compleja historia del XIX.

Moliner subió primero, en 2014, una de las 24 cartas dentro de un programa de «Una estación un documento», que impulsa el archivo extremeño. Eligió aquella en las que se dan las órdenes precisas de cómo actuar en «16» para llevar a cabo el alzamiento. No será hasta años más tarde, en 2019, cuando la archivera decide resumir todas las cartas y las da a conocer en el XX Jornadas de Historia de Llerena, a modo de anzuelo para algún experto historiador más bregado en la materia. De tal suerte que picó Manuel Martorell.

Martorell aportó los conocimientos que faltaban para completar de qué se trataba. Las primeras conclusiones salen reflejadas en uno de los capítulos de su último libro, centrado en la figura del general José Borges, que acaba de editar Txalaparta (“José Borges, el carlista catalán que murió por la independencia del sur de Italia”).

El periodista e historiador iruindarra, como ya hizo con las hermanas comunistas Úriz Pi, escoge una historia propia de un guión cinematográfico –como es la de Borges, que hoy es un héroe del Mezzogiorno italiano por luchar con los briganti– y a través de ella ilustra un momento crítico: la confrontación del nuevo liberalismo burgués –que trae modernidad a cambio de hacer tabla rasa de fueros, costumbres y naciones– con aquellos que defienden el modelo arcaico, entre otras cosas, porque ven los riesgos de ese nuevo modelo económico y social. Tal es la interpretación del choque que hace Martorell, en línea con las tesis de Eric Hobsbawm. De ahí que personajes como ese carlista Borges en el Mediodía italiano devinieran en referentes para comunistas como Antonio Gramsci, pues a la postre combatieron al mismo enemigo.

Contenida aún dentro de sus murallas, los 20.000 habitantes de Iruña (diez veces menos que su censo actual) la hacían más grande que Bilbo

No queda más remedio que aparcar a Borges dentro del recomendable libro para seguir con Cabrera, Elío y Múzquiz y sus planes para empezar una guerra civil desde la Ciudadela.

La ciudad era distinta entonces. Contenida aún dentro de sus murallas, los 20.000 habitantes (diez veces menos que su censo actual) la hacían más grande incluso que Bilbo. De este modo, no solo contaban los carlistas con apoyo popular y en las clases altas (que fue lo determinante en la asonada del 36), sino que era una ciudad más relevante entonces y todo un fortín.

El Alzamiento de 1855, con otros ojos

Hay que apuntar, por la cercanía de las fechas, que Hego Euskal Herria vivía un momento trascendente. Tras la Primera Guerra Carlista se suprimieron las peculiaridades de Nafarroa y las provincias Vascongadas, dejando Nafarroa de ser reino a través de la Ley Paccionada de 1841. No es de extrañar, por tanto, un importante malestar social, al que hay que sumar, lógicamente, los odios y la miseria que siempre dejan las guerras. Aquella gente venía de perder dos.

Iruñea sería, por tanto, la principal de las ciudades que iban a alzarse en la fecha convenida, aunque no la única. Hubo otras ciudades que se alzaron en 1855 en Valencia, el Maestrazgo y Burgos y los planes incluían sublevaciones mineras en Madrid. Las cartas, además, apuntan a que había conspiraciones en localidades de Gipuzkoa. En una misiva se leen directrices sobre cómo había que desarmar a los guardias civiles.

Algunas de estas ciudades, a pesar del fiasco en Iruñea, se levantaron en armas. El levantamiento pasa a la historia como el «Alzamiento de 1855» que se entendió como un movimiento insurreccional centrado en Catalunya, dado que, como se desconocían las cartas, la magnitud de la conspiración se pensó menor, más local. Aunque menor, en este caso, no pueda ser sinónimo de pequeña.

En Iruñea, al frente del complot estaba el chantre de la catedral, Luis Elío, hermano del general que escribe algunas de las cartas recuperadas. Ramón Argonz –salacenco que destacó por sus esfuerzos para mantener su euskalki– y el capitán Navarlaz habían conseguido la complicidad de los militares.

El sargento Miguel Lostier les dejaría pasar hasta dentro de la Ciudadela por una «puerta falsa», haciéndose de este modo con la armería mientras se llamaba a las armas a hombres de la ciudad y de los pueblos, que debían acudir a la ciudadela a que se les facilitaran fusiles y municiones. Las cartas aseguraban contar con 1.800 simpatizantes prestos. Al mismo tiempo, combatientes exiliados entrarían desde Iparralde.

Además, según figura en las cartas, los conspiradores habían atado con los granaderos del cuartel de La Merced (hoy Escuela de Idiomas y que durante el golpe del 36 hizo las veces de campo de concentración) que las tropas allá acuarteladas se sumarían a los rebeldes.

El desastre de la intentona

Según apunta Martorell fueron las operaciones del complot fuera de la ciudad las que dieron al traste con todo. Siendo determinante la captura de Saturnino Oscáriz cuando viajó a Pau para organizar esta reentrada por los montes Alduides. También cayó preso en estos movimientos Teodoro Rada, que luego devino en uno de los principales generales de la Tercera Guerra, pese a ser de profesión albañil.

Por otro lado, había tanto conjurado en la capital navarra que el coronel del Regimiento América 66 –que sigue hoy acuartelado en Nafarroa– también sabía del golpe y ordenó varias detenciones claves.

Argonz confiesa que en la Plaza del Castillo se armó «un verdadero escándalo entre los jefes y oficiales que se disputaban el mando»

Argonz, en la carta en la que da cuenta de cómo tuvo que escapar de la ciudad y cómo todos los planes se habían ido al traste, confiesa que el complot hizo aguas por muchas partes. El levantamiento hubo de retrasarse primero del 1 de febrero convenido, al día siguiente. Y entre los que habían de alzarse en armas se sucedieron las discusiones por quién iba a mandar a cada cual. Argonz dice textualmente que en la Plaza del Castillo se armó «un verdadero escándalo entre los jefes y oficiales que se disputaban el mando».

Desarticulada la operación en Iruñea con detenciones, huidas y fusilamientos (entre ellos el del citado Lostier que debía abrir la Ciudadela) el Alzamiento prosperó en tierras catalanas y otras localidades de Cuenca, Ciudad Real, Lugo, Teruel, Santander, Logroño, Valladolid, Palencia y Burgos. En Madrid temían, incluso, el desembarco de más tropas en la costa barcelonesa, por lo que dieron capacidad al general O’Donell, para disponer de ocho batallones, mil caballos y ocho piezas de artillería.

El desenlace de aquella campaña y la derrota de los insurrectos, a diferencia de las cartas que han difundido Moliner y Martorell, ya figura en los libros de historia.

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