He escrito a menudo que España es una democracia totalitaria y lo seguiré escribiendo. Es una definición contradictoria, ésta, porque justamente cada una de las dos palabras que la componen alude no sólo a un régimen político distinto, sino también a dos actitudes existenciales completamente antagónicas. La primera es respetuosa con los derechos humanos, la segunda los pisa; la primera considera inviolable la soberanía de un Parlamento, la segunda manipula y censura los parlamentos en función de sus intereses. Pero de España, políticamente hablando, se pueden esperar las cosas más estrambóticas.
Hoy en día, al menos en el llamado Primer Mundo, el totalitarismo es mucho más hipócrita y sibilino que hace unos años, porque ha aprendido que la opresión puede ser mucho más efectiva ejercida con un barniz democrático que a cara descubrimiento. Esta segunda opción tiene, además, el inconveniente de incomodar incluso a los estados vecinos más indiferentes, que no tardan en hacer reprobaciones. El barniz democrático, en cambio, permite oprimir guardando las apariencias satisfaciendo a los vecinos que, al no ver rotas las reglas formales del juego, pueden hacer la vista gorda y lavarse las manos ante los conflictos derivados de la opresión. En otras palabras, pueden decir lo que dicen muchos estados al ser interpelados sobre la opresión española en Cataluña: «Es un asunto interno del Estado español».
El Estado española no es la única democracia totalitaria de Europa, hay otras, pero sí es la que nos afecta más directamente. Es un Estado que, gracias al mantenimiento de ciertos elementos ornamentales propios del estado de derecho, puede llevar a cabo políticas que violen derechos fundamentales básicos establecidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos sin comprometer al egoísta pasividad de las democracias consolidadas. Basta con mirar el gélido comportamiento de la Unión Europea ante las evidencias que vinculan las cloacas del Estado español con los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils. Estamos hablando de un caso gravísimo, escandaloso, con un montón de víctimas humanas de diferentes nacionalidades y Europa, sin embargo, lo mira en silencio. Es bueno que la Unión Europea exista, está claro que sí. Menos mal que está, en muchos aspectos. Pero la libertad no vendrá de Europa ni de ninguna parte, la libertad no te la dejan en el buzón. La libertad es una conquista que te llega cuando decides que el opresor no tiene autoridad alguna sobre ti. Es decir, cuando te das cuenta de que obedecerle nunca te hará libre.
Es cierto que de no ser por la Unión Europea los presos políticos nunca habrían sido indultados pero parece que no nos hemos dado cuenta de que los indultos, precisamente porque no son ninguna amnistía, son en sí mismos un elemento más de la opresión. Los indultos, como la Mesa de Diálogo, son opresión. Opresión en mayúsculas. Son una maniobra hostil, repulsiva y perversa que permite al PSOE presentarse como un gobierno afable, dialogante y magnánimo sin ceder ni un milímetro en la opresión, al contrario, gracias a esta maniobra, puede estrechar aún más el dogal en el cuello de Cataluña y reactivar la operación de Estado para aniquilar la lengua catalana y cortar el paso, a través de los tribunales, a los jefes de los políticos catalanes más díscolos. El caso de Pau Juvillà es un ejemplo reciente de ello. Por un lazo amarillo, sí, por tener un lazo amarillo en la ventana de su despacho, el Estado español inhabilita a un diputado elegido en las urnas y, en su caso, España escupe sobre la voluntad del pueblo de Cataluña, sobre su Parlamento, sobre sus leyes, sobre sus votos y sobre los valores democráticos más básicos sacando y poniendo presidentes, diputados y alcaldes de acuerdo con sus intereses supremacistas como lo haría la dictadura más bananera.
La diferencia con una dictadura bananera es que España no hace estas acciones por la vía política. No puede. El marco geopolítico que la rodea se lo impide. Por eso se sirve de los tribunales, unos tribunales franquistas que le hacen el trabajo sucio para que, al ser interpelado, pueda decir con todo el cinismo: “En España hay división de poderes y el gobierno no puede interferir en las decisiones judiciales”. En otras palabras, toda la violación de los derechos humanos que está llevando a cabo el Estado español contra Cataluña, toda la persecución del independentismo y de las personas desafectas al régimen se vehiculan a través de la madriguera franquista de sus tribunalesque dictan sentencias que Franco, si hoy se viera obligado a contemporizar, firmaría satisfecho. El delirio nacionalista español de estos tribunales y de la JEC –como el del Gobierno– es tan gigantesco, tan obsesivo, tan catalanofóbico, tan empapado de un fanatismo religioso con España como objeto sagrado de adoración, que antes de hacerlo fuego nuevo podríamos aplicar la respuesta que, según el Génesis, recibió Abraham cuando pidió salvar a Sodoma y Gomorra en caso de encontrar cincuenta individuos justos, cuarenta, treinta, veinte, diez…
Toda la política represiva española contra Cataluña, se hace a través de los tribunales y con el espíritu de la ‘camisa azul’, y así se hará mientras Cataluña la siga legitimando mediante la obediencia y el acatamiento. Estos días son varios los tertulianos que, cautivos de un marco mental hispanocéntrico, han repetido en radio y televisión que “no podemos hacer nada más porque las leyes no lo permiten”, “no podemos hacer nada más porque las leyes nos obligan a obedecer”. Permítame el lector que diga que esto es mentira. Una mentira como la copa de un pino que sólo se explica en boca de quien nunca ha comprometido ni comprometerá su bienestar personal en beneficio de la libertad de Cataluña haciendo o diciendo cosas o escribiendo textos que pongan en peligro su integridad física.
Todos los avances sociales de la humanidad, absolutamente todos, todos los procesos de liberación, absolutamente todos, han tenido éxito desobedeciendo las leyes del opresor, por la sencilla razón de que toda ley que oprime la libertad de una colectividad no es una ley justa, y toda ley injusta debe ser desobedecida por quienes sufren sus consecuencias. Cuanto más acate Cataluña las leyes opresoras españolas, más fuerte y sólida será la opresión, cuanto más tarden el Governo, el Parlament, las escuelas y, en definitiva, la sociedad catalana en dejar de ser sumisos, más lejos estará Cataluña de su libertad nacional.
No se trata de que aparezca algún héroe a título individual, de lo que se trata es de que la mayoría absoluta independentista cierre filas con la ANC en el Govern y en el Parlament; se trata de que no sean sólo una o dos, sino una mayoría las escuelas que cierren filas contra el plan español de exterminio de la lengua catalana; se trata de obedecer exclusivamente a las leyes aprobadas por el Parlament de Catalunya; se trata de que la sociedad catalana tome conciencia de su inmensa fuerza y de que su desobediencia se haga en bloque. España no puede inhabilitar a gobiernos catalanes en bloque, España no puede inhabilitar a la mayoría independentista del Parlamento, España no puede inhabilitar a todo el profesorado de Cataluña. Sí, está claro que es capaz de eso y de mucho más. ¡De muchísimo más! Pero de esto se trata justamente, de obligarla a quitarse la máscara y mostrarse completamente desnuda ante el mundo convirtiendo sus esencias totalitarias en un conflicto europeo. Si no estamos dispuestos a hacerlo, si no estamos dispuestos a rebelarnos es que los catalanes hemos nacido para ser pasajeros del avión del Tibidabo.
EL MÓN