La inesperada derrota de los vencedores

Un hecho curioso de la historia, no por eso menos heroico, cumplirá 100 años el próximo 17 de febrero, cuando cinco pupilas del prostíbulo «La Catalana» se negaron a acostarse con los soldados que, semanas atrás, habían fusilado a miles de peones huelguistas, en Santa Cruz, Provincia de la Patagonia Argentina, durante el primer gobierno del presidente radical Hipólito Yrigoyen (1916-1922).

Para la fundación de distintas poblaciones patagónicas, las prostitutas cumplieron un papel fundamental. El territorio era inhóspito y desolado, el clima extremo, zona de frontera a la que llegaban trabajadores, muchos de ellos extranjeros, hombres solos en busca de oportunidades, y conseguían el arraigo de muchos de estos hombres.

Ellas los entendían, sus vidas no eran muy distintas, extranjeras algunas, desarraigadas, y buscando alguna oportunidad, posiblemente por esta razón, fue tan fuerte la identificación y empatía con los trabajadores rurales, que vivían en condiciones análogas a la esclavitud.

La Patagonia era también un territorio marginal, donde criminales y bandoleros, fugitivos de las fuerzas de seguridad, terminaban sus días. Tierra sin ley y también destino de presos políticos que terminaban en el penal de Ushuaia. Para esa época los indígenas habían sido casi exterminados por el Estado, que había entregado infinitas tierras a estancieros argentinos e ingleses.

En noviembre de 1920, los peones rurales agrupados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos entraron en huelga antes de empezar la esquila de las ovejas. Revindicaban cosas elementales: un día de descanso semanal, un sitio limpio y seco donde dormir y velas para alumbrarse.

Las fincas patagónicas en aquella época eran casi feudos, los dueños de las tierras se creían también dueños de las vidas de quienes en ellas se encontraban.

En conjunto, los hacendados reclamaron al gobierno que pusiera un fin a la huelga. El presidente Hipólito Yrigoyen envió a la zona de conflicto el Décimo Regimiento de Caballería al mando del teniente coronel Héctor Benigno Varela, que logró un principio de acuerdo y regresó a Buenos Aires.

El acuerdo no se cumplió y empezó la huelga. En noviembre de 1921, el teniente coronel Varela, y su regimiento, regresó a la región con la misión de poner fin a la huelga. Todos los que participaron en la huelga, de una u otra forma, fueron fusilados. En un mes y medio, mataron a entre 1.000 y 1.500 personas.

El historiador Osvaldo Bayer (1927–2018) investigó los hechos para su libro ‘La Patagonia rebelde’, compendio en cuatro tomos publicados entre 1972 y 1978 bajo el título genérico “Los vengadores de la Patagonia trágica”, y gracias a un viejo informe policial descubrió el episodio de La Catalana.

La campaña del teniente coronel Varela terminó en febrero de 1922. Los trabajadores supervivientes huyeron a Chile o se dispersaron por La Patagonia argentina. Los soldados sembraron el miedo a su paso. Como premio, les ofrecieron un servicio en un prostíbulo. Muy organizados y educados, los militares avisaron a las madamas para que prepararan a las prostitutas.

El 17 de febrero, un grupo de soldados a las órdenes de un suboficial acudió a un conocido prostíbulo del Puerto de San Julián para cobrar su recompensa.

Así lo escribió Osvaldo Bayer en “La inesperada derrota de los vencedores”, último capítulo del segundo tomo de “La Patagonia Rebelde:

“Una paciente investigación nos ha llevado a conocer el nombre de estas cinco mujeres o, mejor dicho, a estas cinco mujeres. Los únicos seres que tuvieron la valentía de calificar de asesinos a los autores de la matanza de obreros más sangrienta de nuestra historia. He aquí sus nombres, quizás los mencionaremos como un pequeño homenaje o no digamos homenaje, digamos recuerdo de las cinco mujeres que tuvieron ese gesto de rebelión. Lo diremos con la filiación policial tal y como aparecieron en los amarillos papeles del archivo: Consuelo García, 29 años, argentina, soltera, profesión: pupila del prostíbulo “La Catalana”; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada, modista, pupila del prostíbulo; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera, pupila del prostíbulo; María Juliache, española, 28 años, soltera, 7 años de residencia en el país, pupila del prostíbulo, y Maud Foster, inglesa, 31 años, soltera, con diez años de residencia en el país, de buena familia, pupila del prostíbulo.”.

El prostíbulo, llamado ‘La Catalana’, dirigido la catalana Paulina Rovira, estaba cerrado. Llamaron a la puerta una y otra vez. Gritaron y amenazaron hasta que Paulina Rovira salió y se plantó ante el suboficial al mando, anunció que sus chicas no atenderían a asesinos de trabajadores. La tropa, enfurecida, entró por la fuerza y ​​fue rechazada a palos y barridos por las mujeres. Según el informe policial, las prostitutas les llamaban “asesinos” y gritaban “nunca nos acostaremos con asesinos”, además de “otros insultos obscenos propios de aquellas mujerzuelas”.

Las mujeres de ‘La Catalana’ que se atrevieron a enfrentar el Décimo de Caballería fueron detenidas. Normalmente deberían haber sido fusiladas, después de matar a tantos miles de peones, eso no sería nada.

La policía local también detuvo a los músicos del prostíbulo: Hipólito Arregui, Leopoldo Napolitano y Juan Acatto, que fueron puestos en libertad al llegar a la comisaría porque declararon que reprochaban la actitud de las pupilas y, además, ellos siempre prestaban sus servicios gratuitos en las fechas patrias.

A las mujeres las metieron en un calabozo, al comisario de San Julián le pareció que ejecutarlas engrandecería su acto de resistencia. No se sabe qué fue después de esa jornada. Fueron castigadas brutalmente y expulsadas de San Julián. La única que pudo volver fue la inglesa Maud Foster, a sus 60 años, que está enterrada en el cementerio de San Julián. Dicen que su tumba siempre tiene flores.

Las protagonistas de esta historia no tuvieron legitimidad moral para dar testimonio, no sólo porque eran prostitutas, en el contexto histórico en el que sucedieron los hechos, las mujeres no tenían voz, ni siquiera votaban, para la sociedad de la época eran menos que mujeres, eran mujerzuelas, así fueron identificadas en el comunicado de la policía.

Ellas nunca tuvieron el mismo nivel de testigo que los hombres sí tuvieron. Quienes por la fuerza intentaron violentarlas fueron registrados como víctimas, ellas que se defendieron de la violencia quedaron registradas en los documentos públicos como reas.

La historia, plasmada en los documentos públicos, fue contada por los testimonios habilitados por la sociedad casi medieval de la época.

Los soldados que, a pocas horas de fusilar a miles de trabajadores, no eran vistos como asesinos, tampoco eran visto como violadores, mismo declarando que fueron agredidos cuando intentaron por la fuerza tomar las mujeres, al final eran mujerzuelas, y sus cuerpos, públicos.

Testimonios privilegiados, invisibles ante un Estado ausente, y casi inexistente en la región, expulsadas, partieron al exilio y eligieron la autocensura.

El teniente coronel Héctor Benigno Varela murió un año después, un obrero anarquista alemán, Kurt Wilckens, lanzó una bomba a su paso y después lo remató con cuatro disparos, los mismos que recibían los peones patagónicos.

Wilckens fue asesinado en prisión por un pariente de Varela, que fue asesinado poco después.

RACÓ CATALÀ