«Tienes la necesidad de que otras personas te aprecien y admiren, y aun así eres crítico contigo mismo. Aunque hay algunas debilidades en tu personalidad, generalmente eres capaz de compensarlas. Dispones de una considerable capacidad que a veces no aprovechas. Tiendes a ser disciplinado y controlado de cara afuera, pero preocupado e inseguro por dentro. A veces tienes serias dudas sobre si has obrado bien o has tomado las decisiones correctas». Frases parecidas a estas formaban parte de un texto que el psicólogo Bertram Forer distribuyó en 1948 entre sus estudiantes después de hacer un supuesto estudio de personalidad a partir de un cuestionario previo. El texto de Forer no se basaba, sin embargo, en la interpretación de este cuestionario, sino en fragmentos de predicciones zodiacals elegidas al azar. Los estudiantes, que obviamente no conocían la jugada, valoraron la caracterización de su propia personalidad con un 4,2 sobre 5. Desde entonces, el experimento se ha repetido en múltiples ocasiones. Sorprendentemente, el resultado no se mueve mucho de esta cifra; es casi una constante. Todo ello se conoce hoy como efecto Forer. El fenómeno no deja de ser un tipo de apofenia, es decir, una proyección imaginaria de patrones y significados que permite una simplificación autocomplaciente de la realidad. Si el texto que Forer entregó a sus estudiantes hubiera empezado con la frase «eres un vago insoportable que estropea todo lo que toca», por ejemplo, la puntuación no habría sido de 4,2 sobre 5, a buen seguro. Más bien se habría acercado al 0,42 sobre 5…
Quienes fuimos jovencitos en la década de 1970 tuvimos que recoger sí o sí todas estas historias del horóscopo. Era ridículamente evidente que aquello no tenía ni pies ni cabeza, pero muchas personas interpretaban sus propias actitudes en función del patrón imaginario que los imponía el signo zodiacal. Los Sagitario son así, los Cáncer son asá, los Aries hacen o dejan de hacer no sé qué, etc. El momento de tu nacimiento determinaba tu carácter. Lástima que la manera en la que se describía solo era una mera forma de adulación encubierta pensada para que todo el mundo lo aceptara. En los últimos tiempos estoy observando el mismo fenómeno en relación con las cada vez más estereotipadas caracterizaciones generacionales. Ahora los Sagitario han sido sustituidos por una generación llamada baby boomers, los Cáncer se hacen llamar millennials, los Aries se denominan Z, o Y, o Rita la Cantaora. Toda esta escolástica primaria e inventada, consolidada en estos templos virtuales del saber donde los influencers explican la esencia de las cosas con rigor científico y profundidad filosófica, ha triunfado. ¿Cómo puede ser, esto? Quizás porque estos romances pseudosociológicos ocupan ahora el lugar que había dejado el declinante –pero añorado– zodíaco. Quizás también porque justifica acomodadizamente determinados fracasos colectivos: hay conceptos que, en realidad, tienen una función narcótica.
Las generaciones existen, obviamente, y suelen caracterizarse por algún hecho histórico relevante que las aglutina. Los chicos alemanes o franceses que tenían 18 años durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, vivieron en medio del barro de las trincheras una experiencia muy diferente de la de los norteamericanos de la misma edad que a finales de la década del 1950 contemplaron cómo su país se transformaba en una potencia económica, militar y cultural indiscutible. Dicho esto, sin embargo, resulta absurdo pensar que estas franjas de población empiezan exactamente en un año concreto y acaban en otro. El hecho más distorsionador y deshonesto, en todo caso, radica en el establecimiento de una caracterología específica similar a la del viejo zodíaco, que es lo que se está haciendo con el tema de las generaciones actuales. La gran Jeanette cantaba aquello de «yo soy rebelde porque el mundo me hizo así». Pues qué bien. Ahora la cancioncilla apela a supuestas determinaciones generacionales que actúan casi como una enfermedad congénita que no tiene tratamiento conocido. Antes, este trastorno recibía otro nombre: se conocía como «excusas».
Observando a las personas que me rodean, y que pertenecen a varias generaciones, lo que percibo es una heterogeneidad que no encaja en absoluto con los rasgos estereotipados del nuevo zodíaco. En todos estos grupos de edad veo, sin excepciones, gente con empuje y gente sin, personas avispadas y otras que no lo son tanto, tipos que se saben adaptar a las circunstancias y otros que se limitan a gimotear. Me imagino que entre las generaciones que vivieron en el Paleolítico o la Primera Guerra Carlista pasó lo mismo.
ARA