Reinventar la nación

«España es la Turquía occidental, violenta, sin escrúpulos morales, que entiende mejor la psicología de guerra y que han iniciado un conflicto en el que los hechos cotidianos nos permiten identificar una serie de ataques contra nuestros cimientos que buscan desmoralizar al enemigo (es decir, a nosotros)»

Los viajeros extranjeros del siglo XVII y XVIII tendían a describir a los catalanes como una nación de hombres violentos, tendentes a la revuelta, descreídos, “celosos de su libertad”, según Bartolomé Joly, en 1612, o como decía Juan Álvarez de Colmenar, en 1741, laboriosos, comerciantes, educados y acogedores con los extranjeros, aunque proclives al amotinamiento, revoltosos, revolucionarios, poco dispuestos a creer en la autoridad. Otros como J. de Vayrach consideran, en 1719, que, para preservar su libertad violentan insolentemente todas las leyes divinas y humanas (hay que entender que en ese momento, la ley divina equivale a respetar el absolutismo). Otro diplomático francés, de Silouette, explica que el Principado es el territorio que más revueltas y revoluciones ha experimentado. Ya hacia el siglo XIX y XX, aparte de la conocida referencia de Engels que habla de Barcelona como la ciudad que más kilómetros de barricadas ha levantado, lo cierto es que la ciudad era considerada como capital mundial del anarquismo, una nación donde esta tendencia tendrá el más profundo arraigo en base a un rechazo profundo a una autoridad y a un Estado que, históricamente ha sido una fuente de opresión y discriminación, una ‘Rosa de Fuego’ que estallará periódicamente, incluso con la experiencia más sólida de revolución libertaria. Aún durante el franquismo, contará con una activa guerrilla, movimientos de oposición y será un quebradero de cabeza constante para la continuación de la dictadura, a base de huelgas, movimientos sociales, de lo que hemos venido llamando régimen del 78, y que, como hemos podido comprobar, no es otra cosa que la continuación del franquismo por otros medios. En este sentido, el independentismo se ha erigido como la oposición más seria en una España de matriz autoritaria, hostil a la pluralidad y que, como el largo serial exhibido en estos últimos años, no tiene mucho (o nada) de democrática.

Si bien la imagen de los catalanes estaba ligada tradicionalmente a lo que podemos observar, la tendencia a sublevarse contra la injusticia (y tener un Estado absolutista en contra que hace generaciones te quiere destruir entrena mucho en esta técnica), curiosamente, en los últimos años se ha vendido una imagen –la del ‘seny’ (‘juicio’, ‘cordjura’), y la del “ni un papel en el suelo”– que nada tiene que ver con la historia del país. El inventor del concepto de “seny”, Jaume Vicens Vives, excelente historiador y pésimo aspirante a político, estableció un relato subjetivo en ‘Notícia de Catalunya’, a mediados del siglo pasado, que proyectaba los valores propios de la burguesía, clase social de donde procedía, con préstamos teóricos del Novecentismo a fin de presentarlos como si fueran los propios de la nación. La tesis no se sostenía en parte alguna, porque la propia burguesía catalana no tenía nada de sensatez y no dudaba en sacar las escopetas o en contratar a sicarios para perseguir sindicalistas, sin embargo, como operación propagandística funcionó… a medias. En realidad, el relato elaborado por Vicens Vives iba destinado, en el contexto del asalto de la tecnocracia del Opus Dei al Estado franquista a mediados de la década de 1950, fracasó. La gran burguesía catalana fue admitida sólo en el ‘establishment’ de la dictadura como actor más que secundario. Sin embargo, el relato coló desde el consumo propio, entre los intelectuales de la década de 1960, y lo que se había convertido en una creación artificial (ni el mismo Vicens Vives se lo creía, porque siempre se quejaba amargamente de que Cataluña era el país europeo que más revoluciones había experimentado, hasta un total de 11) coló como una verdad, y todavía hoy hay mucha gente que cree que el ‘seny’ (‘la cordura’) forma parte de la ideosincracia de los catalanes, en contra de la evidencia histórica.

Podríamos discutir mucho en un debate historiográfico sobre la relación de los catalanes con el ‘seny’ o la ‘rauxa’ (la cordura o el arrebato) -o si me apuran, con la continuidad, la medida o la ironía, tal y como coetáneamente teorizaba Ferrater Mora-. La cruda realidad es que la sociedad catalana ha sido tan violenta o tan pacífica como cualquier otra sociedad europea, dependiendo del contexto y del momento histórico. Por supuesto, servidor de ustedes también duda sobre el concepto «idiosincracia de los pueblos» que tan de moda estuvo en los dos primeros tercios del siglo XX. Sin embargo, el concepto «‘seny’ como atributo propio de los catalanes» se ha convertido, con el tiempo, en una creencia con un punto de irracional, lo que ha propiciado mitos como «el pacifismo de los catalanes» o el «ni un papel en tierra». Un pacifismo y un “ni un papel en el suelo” al que hay que reconocerle sus virtudes, aunque ha mostrado una gran esterilidad ante un Estado autocrático, violento y represor, y una opinión pública española dispuesta a tragarse todas las mentiras necesarias para justificar su odio y desprecio contra la nación catalana. Lo hemos visto, y deberíamos asumirlo: España es la Turquía occidental, violenta, sin escrúpulos morales, que entiende mejor la psicología de guerra y que han iniciado un conflicto en el que los hechos cotidianos nos permiten identificar una serie de ataques contra nuestros cimientos que buscan desmoralizar al enemigo (es a decir, a nosotros). Esta ofensiva judicial, simbolizada por este juez tuitero que reconoce sin reparos el ‘lawfare’, quiere transmitir nuestra más absoluta soledad ante el totalitarismo institucional. Esta ofensiva mediática en la que la difamación es tan constante y cotidiana que haría dudar al propio Goebbels, forma parte también de esta guerra psicológica. La persecución y el desprecio del catalán, hasta el punto de darnos a entender que puede llegar al inicio de su extinción, forma parte de todo este cuadro que busca hundir al país en una especie de depresión colectiva y paralizante. Y probablemente, esto ocurre porque nuestro país ha abusado demasiado de la droga del ‘seny’ (‘juicio’) y el “ni un papel en el suelo”, cuando la evidencia histórica nos indica, como nos recordaba el ampurdanés Jair Domínguez, que al fascismo se le combate con puñetazos en la boca, y no con fuegos de campamento y canciones de los guías scouts.

Urge una reinvención de la identidad. A diferencia de la esclerótica identidad española, ensimismada en la nostalgia imperial y en la deriva aislacionista, la catalana, una sociedad dinámica, en constante cambio, caótica y mezclada, con un punto de bipolar y visionaria, tiene el derecho y la obligación de reconsiderar sus rasgos nacionales, y reinventarse. Precisamente la independencia es un proyecto tan concreto y tangible que precisamente sirve para reinventar la nación. Y en el ‘mientras tanto’, hay que ir dejando lastre de ideas, concepciones y prácticas estériles. Y asumir algo que no siempre ha entendido el catalanismo. ¡No caemos bien! Es normal, no cae bien quien te desafía, especialmente si esto va acompañado de buenas palabras y buenas intenciones. Si los aparatos del Estado han declarado la guerra al catalán, puede que nos volvamos a ello, en vez de abusar de declaraciones vacías o compromisos que no estamos dispuestos a contraer. Ahora bien, lo que no deberíamos admitir de ninguna manera que nuestros representantes políticos, nuestras instituciones, se dediquen, como hacen siempre, a externalizar sus responsabilidades y pedir “que todo el mundo se dirija en catalán”, o que pongamos cara de cabreo cuando no nos entiendan al pedir un café con leche. Las cosas, en realidad, son simples, y los ejemplos, fáciles de entender. Si una escuela pública o concertada contrata a extraescolares, comedores, cafeterías o supervisión técnica, todo el personal, no sólo debe acreditar un nivel de catalán, sino que tiene la obligación de hablarlo, con cláusulas que pueden comportar la recisión del contrato en caso de que no sea así. ¿Que debes hacer un concurso para adquirir cualquier producto o servicio? Si no existen instrucciones y etiquetado en catalán, excluido del contrato. ¿Qué llega cualquier representante del gobierno español?: traducción simultánea. ¿No se respetan las leyes que protegen la lengua?: sanciones administrativas inmediatas. La mejor pedagogía es siempre la de los hechos. O como diría el president Montilla, alguien que hizo el esfuerzo por construir la nación y contribuir a su historia: hechos, no palabras.

Algunas de las grandes organizaciones independentistas que han encabezado las grandes movilizaciones, con sus virtudes, deben dejar arrinconado el concepto “ni un papel en el suelo” y seguir otras estrategias que, históricamente han dado más resultados, como bien sucedió con ‘La Crida’ durante la década de 1980, o con la actitud sumamente antipática y agresiva del independentismo quebequés por la misma época. No, los catalanes no caeremos simpáticos. Hay que asumirlo. Quizá por eso más vale que vayamos aprendiendo de nuestras tradiciones históricas y ser caracterizados como gente proclive a sublevarse en contra de la injusticia.

EL MÓN