Ayer se presentó la imagen oficial del Año Joan Fuster, que empezará a celebrarse el sábado, con motivo de los cien años del nacimiento del escritor de Sueca.
Este tipo de celebraciones suelen ser una buena ocasión para releer al personaje celebrado. Soy de la opinión de que para releer a Fuster, concretamente, no hace falta ninguna excusa, pero si el centenario del nacimiento permite a más gente acceder fácilmente a sus textos, bienvenido sea. Desde el punto de vista literario, Joan Fuster es una de las cimas de la literatura catalana y de la cultura valenciana. Incluso quien discrepe de sus postulados no puede dejar de reconocer su calidad insólita y constante.
Pero desde el punto de vista cívico Fuster también nos enseñó un puñado de cosas muy importantes, que ojalá en este centenario se puedan poner de relieve y difundir de alguna manera. Porque, tal y como suele ocurrir entre los grandes personajes, su actitud vital, su modo de ser y comportarse, nos enseñan tanto o más que sus escritos. Por eso, aunque me avance unos pocos días, hoy me gustaría llamar la atención sobre algunas.
Un catalán integral
La definición es de Josep Pla, que dejó escrito que Fuster no era un “valenciano catalanista”, sino un “catalán integral”. Y es una definición con la que estoy absolutamente de acuerdo. Nadie como Fuster ha tenido en mente la concepción de los Países Catalans como una sola nación. Y como nación, que no es lo mismo pero es igual. Y poca gente, por no decir nadie, ha practicado con la coherencia con la que él lo hizo esa asunción del marco nacional propio. Hizo teoría y nos lo explicó y enseñó, pero, sobre todo, él vivió así el país y con su actitud hizo posible que otros muchos entendiéramos que así se podía y se debía vivir. Sin renunciar a la particularidad de nadie y sin someterse a centralismos de ninguna clase ni a miopías asentadas por el tiempo. Pero también sin dejarse a nadie por el camino, nunca, y sobre todo sin renunciar a nada. El proyecto de Países Catalans es y será siempre otro si se mira antes y después de Fuster. Porque Joan Fuster le hizo concreto, ambicioso y contemporáneo, sacándolo del rincón de la añoranza ineficaz donde lo habían dejado la derrota política de siglos y las carencias de la Renaixença.
Un europeo que no necesita intermediarios
Muy seguramente por eso Fuster se nos aparece como un europeo que no tiene necesidad alguna de la mediación de España ni de Francia para ser lo que es. Desde Sueca él es antiespañol y, en pleno franquismo, sólo en la medida en que le obligan a serlo. En cambio, es en todo momento y con normalidad un catalán integral y esto le hace ser a-español. Haciendo visible el vínculo entre ambas condiciones. Se puede ser valenciano y español o “cataluñés” (un neologismo que le divertía mucho) y español. Pero cuando uno decide ser catalán, en el sentido integral de la palabra, esto se vuelve incompatible. Y abre la vía a mirar automáticamente el mundo sin intermediarios. Como cualquiera que viva en Hamburgo o en Florencia, pongamos por caso.
Un enemigo de las trampas, obseso de la calidad
En cualquier otra lengua y en cualquier otro país, Joan Fuster sería un referente seguro por su forma de hacer y por su manera de ejercer la maestría intelectual. Con persistencia, con originalidad, con respeto. Pero también con decisión, con amplitud de miras y sobre todo con una obsesión por la calidad, que todavía hoy hace que te preguntes cómo puede que algo así se originara justo cuando nuestro país quedaba negado por la miseria intelectual del franquismo. Fuster era un enemigo declarado de la trampa intelectual y se enfrentaba sin prevenciones de ninguna clase con todos los fabricantes de gilipolleces, con todos los falsificadores del intelecto. No dejaba pasar ni una.
Un espíritu crítico
Y Fuster era por eso mismo un hombre con un gran espíritu crítico, crítico ante todo consigo mismo. Hay uno de sus aforismos que es todo un luminoso proyecto de vida. Cuando Fuster da la vuelta a aquel tradicional «Puix parla català, Déu li’n do glòria” en un racionalista y alegre “Puix parla català, vejam què diu”. (Como habla catalán, Dios le dé gloria” en un racionalista y alegre “Como habla catalán, veamos qué dice”). Ser “de los nuestros” no es, pues, garantía de nada: lo que importa es lo que dices. Y eso que vale para “nuestros” vale para la humanidad entera.
Un hombre ávido e intrépido, que no se dejó intimidar
Pero, para mí, por encima de cualquier otra característica, en Joan Fuster destaca la gran capacidad de no dejarse intimidar, de ser auténtico, de ser él. Una característica que le servía para ser ávido e intrépido porque nunca estaba pendiente de lo que decían o pensaban los demás de él, de lo que opinaban. Una actitud que le hacía robusto incluso cuando ocurría, como todos pasamos, momentos de debilidad o desilusión. Es muy posible que para hacer una obra tan colosal como la que hizo fuese imprescindible esta capacidad de sentirse libre en todo momento, seguro de sí mismo. Pero no por eso deja de ser admirable, mucho más aún en el ambiente, de dictadura militar, en la que tuvo que pasar la mayor parte de su vida.
Un hombre comprometido
Por último, no sé si era inevitable, pero el resultado de todo esto fue que Fuster fuera un hombre comprometido hasta el tuétano. Seguramente es la consecuencia lógica de las características que he enumerado antes. Y lo confirmaría el hecho de que tantos personajes que él admiraba, desde el señor Camus hasta Sir Bertrand Russell, las compartían con él, y la mezcla daba un resultado similar. Pero no podemos pasar por alto que a Fuster le tocó bailar en circunstancias especialmente difíciles. Y no sólo en la dictadura –que las dos bombas que trataron de matarlo en casa le llegaron en medio de esta mierdecilla de democracia. Pero nunca se lamentó, al contrario. A pesar de todo y contra todas las adversidades, Joan Fuster fue capaz de construir una idea y poner en marcha un movimiento, unas generaciones de gente conscientes de qué somos y qué queremos ser, que le supera a él pero que no se puede explicar sin él. Y hay muy pocos intelectuales en el mundo, poquísimos, de los que se pueda decir algo como esto.
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