Durante toda su vida, Dante Alighieri fue un apasionado militante de la causa güelfa, los partidarios de la autoridad del Papa, confrontado a los gibelinos, partidarios de la primacía del emperador. Esta militancia política e ideológica le llevó a ser soldado y activista, y también perseguido, represaliado y exiliado. Más aún, cuando los güelfos florentinos se dividieron en güelfos blancos y güelfos negros, figura que por una mayor o menor propensión a pactar con los gibelinos y el emperador, Dante se alineó claramente con los blancos y se enfrentó con los negros, de una forma virulenta. Su Comedia –que la posteridad calificará a veces como Divina- es una expresión, en buena parte, de este apasionado posicionamiento político, hasta el punto de que algunos críticos la han considerado un rabioso ajuste de cuentas con sus adversarios, que reciben en el texto de Dante los más terribles castigos del infierno y las más desfavorables imprecaciones. Estamos pues, inequívocamente, frente a una obra política, que ha sido escrita en clave política. Sin embargo, la Comedia puede leerse hoy como un gran texto de la literatura universal sin tener presentes ni a los güelfos blancos ni a los negros ni a los gibelinos ni las muy sofisticadas argumentaciones políticas que distinguían unos de otros y que en estos momentos podemos dar por caducadas por completo y difícilmente comprensibles. Y seguro que aquella encendida disputa política (y militar) generó en su momento, además de la Comedia, otros textos, igualmente comprometidos -o más- con la propia causa, que hoy han quedado absolutamente olvidados.
Me venía a la cabeza este ejemplo a partir de algunas discusiones contemporáneas sobre la relación entre arte y política. Me dicen, y estoy de acuerdo, que la creación artística es siempre política, por acción o por omisión. Nada que decir. ¿Pero es sólo política? No niego en absoluto que toda obra artística participa quiera o no quiera en los debates políticos e ideológicos de su tiempo. Y que esto no es irrelevante a la hora de entenderla y juzgarla. Pero en el momento de establecer su valor, de imaginar un canon, de recordarlas o de perpetuarlas, ¿debemos contemplar estas obras artísticas sólo desde la perspectiva de su utilidad política para una u otra causa (noble o innoble, incluso cuando las causas han caducado inevitablemente, como las que confrontaban güelfos y gibelinos)? ¿O podemos defender la existencia también de un valor específicamente artístico, independiente de su posicionamiento político o ideológico, de una calidad artística intrínseca, que va más allá de lo estrictamente formal, que no depende ni de esa utilidad política ni de su contenido ideológico? Podríamos hacer la pregunta de otra forma. Lo que diferencia –con un efecto jerarquizador- Proust de Corin Tellado, ¿es el contenido ideológico de sus obras (o de sus biografías personales) o existe una diferencia puramente artística, cualitativa, especifica, que tiene y debe tener un peso en la elaboración de un canon? Hay quien piensa que no. Personalmente, creo que sí. Que esto existe. Y que se debe tener en cuenta.
Ciertamente, si crees que existe algo que podemos llamar valor artístico, valor literario, valor musical, valor plástico, valor arquitectónico, puedes encontrarte en el caso de tenerlo que reconocer en obras hechas desde una perspectiva política o ideológica que te repugna. Celine o Ezra Pound o Quevedo, por ejemplo. O la arquitectura del fascismo italiano (la del franquismo era lo suficientemente mala en general como para no producirte esa perplejidad moral). O la “Carmina burana” de Carl Off. Pero si niegas la existencia de esto específico, si salvas o condenas la creación artística por el posicionamiento en los debates políticos o ideológicos –mientras duran-, acabas situando al mismo nivel la chapuza y la obra ambiciosa, trabajada y sutil. Valores formales, pero no sólo formales. O puedes llegar a poner la chapuza por encima. Niegas la existencia del talento. El arte se convierte en un puro instrumento de las causas, que además son caducables. Julian Barnes, hablando de Shostakovich, ha novelado magníficamente hasta dónde puede llegar la supremacía de la utilidad política por encima del valor artístico. Ciertamente, todo canon es ideológico, porque todo arte es político. Pero el arte no es sólo política y el canon no es sólo ideología. Si creemos que el valor artístico existe. La Comedia de Dante perdura, humana o divina. Y los archivos estarán llenos de textos de los güelfos blancos, incluso más eficaces que el de Dante desde el punto de vista de la utilidad política, perfecta y justamente olvidados.
Publicado el 13 de diciembre de 2021
Nº. 1957
EL TEMPS