¿Y si abrir la caja de Pandora fuera la solución?

Timothy William Waters es profesor de derecho de la Universidad de Indiana y director del Centro para la Democracia Constitucional. Pero no es un estudioso encerrado en su despacho. Entre otras cosas, fue, por ejemplo, una figura clave en la redacción de la acusación contra Slobodan Milosevic hecha por el tribunal que juzgó los crímenes en la ex-Yugoslavia, trabajó para la OSCE en la aplicación en Bosnia de los acuerdos de paz de Dayton y asesoró al gobierno de Sudán del Sur durante la transición hacia la independencia. No habla, por tanto, a partir de la teoría, sino también del conocimiento sobre el terreno de algunas de las situaciones más complejas de estas últimas décadas.

Con este precedente, a algunos les podría sorprender su posición reciente sobre la situación en Bosnia en la que defiende que la República Serbia de Bosnia pueda convertirse en un Estado plenamente independiente. Pero la lectura de su libro ‘Boxing Pandora’ (1) lo aclara todo. Porque Waters, precisamente por la experiencia vivida, pero también por su profundo conocimiento del derecho internacional, propone “repensar las fronteras, los estados y la secesión en el mundo democrático”. Y todo esto con propuestas muy interesantes.

Básicamente una. Defiende que es necesario un derecho de secesión, que explica así: “Grupos de personas podrán formar un nuevo Estado gracias a un referéndum en una parte de un Estado ya existente. Si ganan la votación, el Estado existente tendrá que negociar con ellos de buena fe. Los miembros de este grupo no es necesario que compartan etnia, lengua ni cultura; sólo deben vivir en el mismo sitio”.

El libro es seguramente uno de los más representativos de toda una corriente de pensamiento que se va expandiendo a partir de Norteamérica y que intenta encontrar una solución a la inoperancia práctica del derecho de autodeterminación y a la manipulación que los estados ya constituidos han hecho de este derecho, hasta casi darle la vuelta. Y todo esto lo presenta de una forma especialmente brillante y bien documentada. Según Waters, el hecho de que la comunidad internacional no haya encontrado una fórmula real y práctica para resolver los conflictos nacionales y los intentos de secesión se convierte en uno de los grandes problemas que hay que atender a escala mundial.

Y lo cuenta. “La inviolabilidad de las fronteras nacionales es un pilar incuestionado del orden internacional nacido después de la Segunda Guerra Mundial. Se supone que las fronteras fijas aportan estabilidad, promueven el pluralismo y evitan el nacionalismo y la intolerancia. Pero, ¿lo hacen de verdad? ¿Y si en realidad ocurre que las fronteras inmutables causan más problemas que los que solucionan? ¿Y si permitiendo a la gente cambiar las fronteras conseguimos más estabilidad y damos lugar a sociedades más justas?”

A partir de este propósito, Waters repasa por completo acontecimientos y crisis como las de Afganistán, Somalia, Escocia, Hong Kong, Ucrania, Irlanda, Irak o Catalunya, dedicando reflexiones muy pertinentes a nuestro caso. Y concluye que haber convertido las fronteras en un fetiche intocable es uno de los grandes quebraderos de cabeza que la sociedad internacional debe encarar y solucionar. Porque, si esto no cambia, cada vez habrá más conflictos, que serán más graves. Comentando los hechos del Primero de Octubre, por ejemplo, no se priva de avisar de que imponer una constitución a golpes no puede llevar sino a una crisis imparable con el paso del tiempo, porque un texto constitucional es el principal instrumento de estabilización de un país y si se debe imponer con la violencia es evidente que ese país es inviable.

La fórmula que Waters propone parte de la crítica contra los estados actuales, por la forma en que han destruido la práctica del derecho de autodeterminación, desvirtuándolo y volviéndolo del revés para protegerse a sí mismos. La parte más apasionante del libro es la demostración de que los estados han hecho una trampa para pervertir el derecho de autodeterminación, que era originariamente de las personas y los pueblos y que lo han transformado en un presunto derecho de las subdivisiones territoriales que existen dentro de un mismo un Estado, por lo que lo han pasado del ámbito de solución internacional al ámbito interno de cada Estado, una alteración que paraliza la mayoría de los procesos. Ésta es una cuestión primordial, en la que habrá que insistir: la autodeterminación es un derecho del pueblo catalán, no de Cataluña como subdivisión del Estado español, tan sólo como territorio.

Contra todo, él propone un método muy simple pero revolucionario. Retirar el componente que tradicionalmente llamaban étnico, nacional, inspirador del principio de autodeterminación, y transformarlo en pura democracia. Que cualquier grupo humano pueda intentar un proceso de secesión sin tener que justificarlo en modo alguno. Que no sea necesario invocar que se es una nación o que se tiene una historia o una lengua sino tan sólo un principio democrático: queremos tener un Estado nuestro y con eso es suficiente. Evidentemente, Waters es consciente de que la gran mayoría de procesos tendría una base nacional, pero opina que proponiéndolos a partir de la base simplemente democrática todo sería mucho más claro.

Un proceso como éste debería ser automático a partir de un nivel de voluntades demostrables, iniciado por petición popular, y se ejecutaría con un referendo no sobre un territorio preexistente, sino sobre el territorio que los secesionistas libremente quieran dibujar. Y aceptando que se hagan tantos referéndums como sea necesario y que dentro de este territorio podría haber contrarreferéndums en caso de triunfar la separación –en el libro pone el ejemplo de Tabarnia-. En todos estos referéndums haría falta una mayoría calificada, no simple. Y a partir de la victoria de los secesionistas, el Estado ya existente debería negociar de buena fe, sin poner trampas al nacimiento del nuevo Estado. Para ello, el referéndum y la negociación deberían tener siempre supervisión internacional y la única norma a seguir sería que las fronteras de los estados actuales no se podrían tocar. Sin embargo, esta norma tendría una forma de ser salvada. Imaginemos, por ejemplo, que una parte del Principado se convierte en independiente y que Menorca o una parte de Catalunya Nord quieren unirse a ella. Habría que hacer primero un referéndum de independencia en los municipios norcatalanes o menorquines que se quisieran añadir y después unificar este Estado, que podría ser tan minúsculo como un solo municipio, con el Estado independiente vecino. Porque las uniones de estados no las cuestiona nadie.

El gran valor del libro de Waters, en cualquier caso, es llamar la atención sobre la insostenibilidad de la situación actual. ¿Es más estable el Afganistán actual, en el que se obliga a mantenerse unida a gente que no lo quiere? ¿A Europa aporta más estabilidad la violencia para impedir la secesión de Cataluña? ¿Tiene sentido negar el reconocimiento internacional de Somalilandia si es el único Estado estable y democrático del cuerno de África? ¿Por qué sería mejor para un mundo democrático conformarse con una posible invasión de Taiwán por China antes que reconocer y defender a Taiwán?

El texto es, pues, muy intrépido y por eso especialmente interesante. Y dibuja una nueva perspectiva para la sociedad internacional. El autor es consciente de que ahora mismo los estados serán muy refractarios a aceptar tal propuesta, pero al mismo tiempo demuestra de una manera muy convincente que la situación va cambiando y que el derrumbe del orden posterior a la Segunda Guerra Mundial y la aparición de la sociedad global han reducido la necesidad sentida de una integridad territorial rígida y van dejando paso a reglas globales que se aplican o intentan aplicar por encima de la voluntad de los estados existentes. Por ejemplo, nadie ya discute que el aumento de la conciencia universal de los derechos humanos ha erosionado aquella idea antigua de que todo lo que ocurre dentro de un Estado que no es el tuyo no es cosa tuya. El pasado cambia y hay que estar en el asunto.

  1. Se ha muerto Desmond Tutu y con él se apaga toda una generación de gigantes que hicieron que nuestro mundo fuera mejor. Suráfrica fue precisamente uno de los ejemplos de que la intervención exterior era determinante para eliminar un conflicto que parecía imposible de resolver. Pero todo esto ocurrió, en buena parte, gracias a personas tan valientes, íntegras y coherentes consigo mismos y su pueblo como Desmond Tutu. Sin luchar no se puede ganar.

(1) https://law.indiana.edu/about/people/details/waters-timothy-william.html