Primo de Rivera, el nacionalismo español y la escuela catalana

Madrid, 27 de octubre de 1923. Hace 98 años. Se cumplían cincuenta días del golpe de estado militar del capitán general Primo de Rivera (con el entusiástico apoyo del rey Alfonso XIII), y el nuevo poder iniciaba el desguace de la Mancomunitat, la institución creada en 1914 con el objetivo de restaurar el autogobierno catalán liquidado a sangre y fuego en 1714. Durante la etapa de vigencia de la Mancomunitat (1914-1923); la lengua catalana hizo grandes progresos. Si bien es cierto que los gobiernos españoles nunca restauraron la oficialidad del catalán que reivindicaba la sociedad del país; también lo es que los gobiernos de la Mancomunitat lo convirtieron en la lengua vehicular de su potente e innovadora red de enseñanza. El 27 de octubre de 1923, el nuevo Gobierno surgido del pronunciamiento armado de Primo de Rivera, ponía fin a aquella primavera catalana con un decreto que prohibía el uso del catalán en las aulas catalanas.

Alfonso XIII y Primo de Rivera. Fuente: Archivo de ElNacional.cat

¿Dónde se había restaurado el catalán?

Con escasos recursos financieros, pero con una extraordinaria capacidad de gestión, la Mancomunitat había creado una red de enseñanza que tenía el objetivo de transportar el país a la modernidad. En aquella red; formada por escuelas primarias, secundarias, profesionales, técnicas y universitarias; el catalán había sido elevado a la categoría de lengua de la enseñanza. Este hecho tenía una importancia extraordinaria. Porque, si bien es cierto que, durante aquellos dos siglos (1714-1914), el catalán siempre había sido la lengua de los juegos en el patio y de las conversaciones informales en cualquier ámbito de la escuela; también lo era que la enseñanza había sido impartida, profunda y exclusivamente, en castellano; con el propósito clarísimo de crear, promover y consolidar un perverso eje que asociaba el catalán con la incultura y con la rusticidad.

¿De dónde vendía aquel perverso eje?

La imposición del castellano en la escuela catalana tiene una larga historia que remonta a la ocupación borbónica de Catalunya (1707-1714): en el año 1712, en pleno conflicto sucesorio, Felipe V, ya había tramitado unas instrucciones a sus «corregidores» en la zona ocupada que decían: «Pondrá el mayor cuydado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará las providencias más templadas y disimuladas para que se consiga el efecto sin que se note el cuydado». No hay que decir que aquellas instrucciones llegaron, de pleno, al sistema escolar catalán de la época. Aquellas políticas, lejos de desaparecer, se intensificaron durante todo el siglo XVIII: la «Real Cédula» de 1768 —por ejemplo— promulgada por Carlos III, prohibía, terminantemente, el uso del catalán en cualquier ámbito de la vida escolar, con el sudado argumento ilustrado (de aquella pintoresca Ilustración española dominada por la Inquisición) que el castellano era la lengua de la cultura y del progreso.

Escuelas primarias, profesionales y técnicas de la Mancomunitat. Fuente: Mancomunitat de Catalunya

¿Qué pretendía, realmente, aquel perverso eje?

Pero la verdadera persecución contra la presencia del catalán en la escuela catalana, se produjo durante el siglo XIX. A partir de 1833, los gobiernos liberales españoles (de clarísima inspiración jacobina); y que, reveladoramente, fueron los que fabricaron la primera idea de «patria española«; serían los que más leyes promulgarían contra el uso del catalán en la escuela catalana. Y, progresivamente, el eje perverso «catalán-analfabeto» pasaría a un segundo plano, relevado por un eje, todavía más perverso; y, sobre todo, más amenazador: «súbdito español-lengua castellana». Había nacido el nacionalismo español moderno, y la persecución contra las lenguas no castellanas (presentadas como la peor amenaza a la unidad, al progreso y a la grandeza de la patria española); se convertiría en uno de los nervios principales de aquella nueva ideología del poder.

Primo de Rivera y el nacionalismo español

Primo de Rivera no era liberal. Ni siquiera conservador. Era, simplemente, un nacionalista español. Y como buen nacionalista español, tenía una curiosa y condescendiente idea de la lengua y de la cultura catalanas que le gustaba contextualizar y limitar a las manifestaciones estrictamente folclóricas (sardanas, pastorcillos y poca cosa más). En este punto es donde se suscita una cuestión importante: si Primo de Rivera no era liberal, ¿cómo había llegado hasta la doctrina nacionalista española? Y la respuesta no es menos relevante: después de la derrota española en la Guerra de Cuba (1898) el nacionalismo español —inicialmente patrimonio del mundo liberal— se había extendido como una sombra siniestra por todos los ámbitos del resentido poder de Madrid; hasta convertirse en una idea transversal que había hecho fortuna, especialmente, entre el estamento militar.

Primo de Rivera y la lengua catalana

Pasado un cuarto de siglo de la guerra de Cuba, la maduración y la transversalidad del nacionalismo español, totalmente contrario —por las razones explicadas— al uso del catalán en las aulas; lo encontramos en los mismos argumentos que pretendían justificar el golpe de Estado de Primo de Rivera y, no lo olvidemos, de Alfonso XIII. El «Manifiesto» del 13 de septiembre de 1923 —la víspera del golpe de Estado— proclama que el pronunciamiento militar —nacionalista español— quiere poner fin a la «descarada propaganda separatista» que se divulga, entre otros lugares, desde la red escolar de la Mancomunitat. Y el 18 de septiembre de 1923 —cuando el golpe de Estado ha triunfado plenamente— el Directorio Militar —nacionalista español— decreta que se perseguirá y castigará severamente —con el código de justicia militar en la mano— «la difusión de ideas separatistas por medio de la enseñanza«; y, en consecuencia, queda totalmente prohibido el uso del catalán en la escuela catalana.

Barrera Luyando, Milans del Bosch y Sala Argemí. Fuente: Mundo Gráfico

Nouvilas, Barrera, y Milans del Bosch.

Los generales Nouvilas Aldaz —jefe de la Junta de Defensa Nacional—; Barrera Luyando —capitán general de Catalunya—; y Milans del Bosch Carrió —gobernador civil de Barcelona—; fueron los tres principales arietes del régimen dictatorial en la tarea de demolición de la obra cultural de la Mancomunitat. Especialmente, de la persecución de la lengua catalana. Nouvilas, Barrera y Milans se convertirían en la personificación del nacionalismo español —evolucionado hacia formas manifiestamente fascistas, inspiradas en el régimen de Mussolini— que proclamaba «España; una, grande, e indivisible«. Sería, precisamente, Milans del Bosch quien proclamaría: «En vez de elevar a esos analfabetos (los alumnos catalanes) al nivel de la cultura española, si se da auge al catalán, se rebajará la cultura en Cataluña al nivel de la que tienen sus rabadanes«.

Sala Argemí, el colaborador necesario.

En la tarea de desguace de la Mancomunitat intervinieron una serie de personajes autóctonos que se prestaron, entusiásticamente, a la demolición de la institución. El más destacado sería Alfons Sala i Argemí (Terrassa, 1863 – Barcelona, 1945), recompensado por Alfonso XIII con el pintoresco título de conde de Egara por sus servicios al régimen. Sala —último presidente de la Mancomunitat intervenida— resumiría a la perfección el espíritu del nacionalismo español en relación con la escuela catalana. En 1924, un grupo de profesores y estudiantes le pidieron restaurar la enseñanza en catalán. Y su respuesta, naturalmente en castellano, fue: «Esto no va a ser posible, porque dejaría en desventaja a los estudiantes de las regiones vecinas que vienen a formarse a Cataluña. Sería absurdo pedirles que aprendieran catalán. Sin embargo, ustedes deben familiarizarse con la lengua nacional, porque el catalán fomenta una conciencia que pone en riesgo a España«.

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