Hace varios años que me invitaron a un debate en Vilna, la capital de Lituania. Era sobre la situación en Cataluña y mi intervención trazó un paralelismo entre nuestro proceso de independencia y el de los países bálticos, que yo había cubierto como periodista en los años ochenta y noventa del pasado siglo. Entre el público había una mayoría de gente muy a favor de Cataluña y en la mesa, conmigo –o debería decir contra mí–, políticos y funcionarios lituanos pendientes sobre todo de no enojar a España. Y muy concretamente, velando para que no se sintiera molesto el espía que había enviado la embajada de nuestros vecinos. Hubo un momento cómico, en el que se encontraron descolocados. Fue cuando les enseñé mi primer visado de la Lituania independiente, un documento anterior al reconocimiento de la independencia por los demás estados. Les expliqué que ese documento era ilegal según las leyes de la época, porque Lituania todavía formaba parte de la URSS cuando me lo expidieron. Pero les pedí que se atrevieran a decir en público que ese papel, ese gesto de unilateralidad, no era una expresión legítima y legal del proceso de constitución del Estado lituano. Obviamente, no tuvieron más remedio que reconocerlo –reconocer que podían ir, cínicamente, contra nuestra unilateralidad, pero que no podían ir contra la suya.
Después del acto, los catalanes, básicamente gente del Diplocat, y un grupo de lituanos, entre ellos algún viejo conocido mío, tuvimos una conversación más desenvuelta en un café de cerca del lugar donde se hacía el debate, que había sido organizado por la Universidad de Vilna. Les comenté que no entendía cómo se habían vuelto tan cobardes como país. Yo les había visto luchar contra la Unión Soviética con una decisión que impresionaba. En una calle junto al lugar donde hablábamos, por ejemplo, Mijaíl Gorbachov había sido detenido por una masa de ciudadanos con los que tuvo que dialogar, quieras que no, en una de las escenas políticas más impresionantes que recuerdo. Los lituanos se habían puesto frente a los tanques, se habían dado las manos en la Vía Báltica, bajo una presión represiva enorme. Algunos habían muerto por la independencia. Y cómo podía ser que aquel pueblo decidido y valiente, que no tenía miedo a Rusia mientras ésta ocupaba su país, tuviera tanto miedo de la propia Rusia, ahora que Lituania ya era independiente. Y que aceptara todos los chantajes simplemente por miedo.
Una de las respuestas a mi pregunta me hizo pensar mucho. Uno de los amigos lituanos me dijo que hablábamos de situaciones distintas. Que cuando existe una situación política tan excepcional como es un proceso de independencia el mundo ve a un pueblo en marcha porque es eso que hace excepcional el momento. Pero que cuando se acaba la excepcionalidad y entras en la normalidad, entonces la voz de la gente es tapada por la del gobierno y, en todo caso, la de los políticos en su conjunto. Y estos ponen caramelos en la boca de la gente, como que serán los aviones españoles que los defenderán del Kremlin y que, por tanto, deben callar sobre Cataluña. De modo que lo que se veía tan claramente antes ahora no se ve, aunque en realidad pueda seguir existiendo.
He pensado mucho en aquella anécdota en estos últimos días, por la forma en que se ha abandonado y se ha dejado en la estacada la escuela Turó del Drac de Canet de Mar, primer centro amenazado por los tribunales españoles después de la sentencia que liquida la inmersión lingüística. Los maestros y sobre todo las familias han salido con valentía a defender su escuela –y se puede comprobar leyendo aquí, en VilaWeb (1), esta entrevista con dos de los padres afectados. De las veinticinco familias que hay en clase, veintidós se han manifestado a favor de la inmersión y han abierto esta página web (2) para explicarlo y protestar, una web que les pido que hagan correr tanto como puedan. Pero me da la sensación, y es algo más que una sensación, de que la clase política, y todo el entramado mediático y de organizaciones que gira en torno a los partidos, se ha desentendido del asunto. Va en esta línea, por ejemplo, la alucinante declaración del Departamento de Enseñanza que dice que como la advertencia va dirigida a la escuela es la escuela la que lo debe resolver. Y también el espeso silencio de ciertos medios.
Tengo la sensación de que en Palau hubo un momento de pánico en el primer minuto, pero que después alguien ha decidido que, más que plantar cara, había que disimular, simular que no pasaba nada. Quizás porque no quieren atreverse a desobedecer a ningún tribunal, ni a uno. Quizás porque cualquier reacción significa reconocer que la inmersión lingüística en modo alguno había sido blindada, como había afirmado hace un año con las trompetas y fanfarrias de siempre Gabriel Rufián, cada día más ridículo. O porque se constataría que Pedro Sánchez no hace ni va a hacer nada. Sí, ese Pedro Sánchez que, en la cabeza del ‘sottogoverno’, ha pasado de ser el cómplice necesario que hizo posible en realidad el golpe de estado del 155 –el PPno se atrevió a aplicarlo sin su acuerdo– a ser casi el líder a adorar y aplaudir acríticamente. Haga lo que haga.
Y la concentración prevista para el sábado de la próxima semana va en esta misma línea. Después de una agresión de estas dimensiones, nos convocan a un acto pequeño, transversal, festivo, lleno de adjetivos con los que intentan que no se note demasiado la indignación. ‘Som Escola’, seguramente contaminada por la desidia de Òmnium hacia la lengua catalana, ha tardado mucho en reaccionar. Y la respuesta no está en modo alguno a la altura de la situación, no es lo que necesitaríamos hacer. Nada más saberse la sentencia, Martxelo Otamendi me llamó para preguntarme cómo serían las movilizaciones, que él imaginaba muy grandes y multitudinarias, porque quería enviar inmediatamente a un redactor de Berria a Barcelona. Tuve que responderle que no merecía la pena y lamento no haberme equivocado. Ya se veía a venir que la cosa iría por ese camino: que la reacción sea mínima y sobre todo controlada. ¿Cómo es posible?, me preguntó él. Y yo le conté la anécdota lituana con la que he empezado este editorial. El govern autonómico, con ERC y Junts en perfecta armonía a pesar de alguna discrepancia circunstancial, trabaja con todas las fuerzas para que los ciudadanos no sean visibles, para taparlos. Y para enterrar así el período de excepcionalidad que hemos vivido esta última década. Y con ello se logra que ahora Cataluña, a los ojos de fuera, parezca claramente un país cobarde.
Un país que no lo es, sin embargo. Y el contraste inmediato y la magnífica prueba los tenemos en Canet. Los tenemos en estos padres y maestros a los que han dejado solos, pero que, sin renegar de nada ni hacer reproche alguno, batallan y batallarán. Que es eso que pasará, estoy absolutamente seguro, en cada escuela y en cada centro donde un solo padre español intente imponer por la violencia judicial su modelo de enseñanza. Y ocurrirá, como una mancha de aceite, porque es algo que afecta a la vida diaria, a la realidad social de la gente, que toca el corazón. En contraste con esto, como ocurre en Lituania, estoy convencido de que nuestros políticos se esforzarán descaradamente para que volvemos a la normalidad de la gestión del ‘mientras tanto’ y que olvidemos todo lo que hemos hecho hasta ahora para ganar la independencia. Pero, a diferencia de Lituania, nuestros políticos no tienen nada que ofrecernos, ni siquiera que los aviones de una potencia extranjera nos protejan el cielo.
Y la prueba indiscutible es la comprobación de que la autonomía –lo que llamaban pomposamente el “gobierno efectivo”– queda bien retratada, precisamente en este caso. La autonomía de Cataluña ya es tan poco que, como leí en un tuit el otro día, “si una familia castellana lo quiere, hará estudiar en castellano a los hijos de cincuenta familias catalanas”. Éste es el resumen preciso e indiscutible del “poder” irrisorio que gestiona y gestionará la Generalitat de Catalunya mientras todavía dure, que esperamos que sea poco. Y es por esta razón por lo que cada día más gente entenderá que no es necesario gestionar la autonomía, que esto es un camino que no lleva a ninguna parte, sino sustituirla. Por la república independiente.
(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/castellanoparlanti-vull-catala/
(2) https://elturoencatala.cat/
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