Fuster de tot / Carpintero de todo (1)

Esta semana, Joan Fuster habría cumplido 99 años. En 2022, pues, se celebrará el centenario del nacimiento, que será conmemorado oficialmente por la Generalitat, tanto la de arriba como la de abajo. Y ya se prevén muchas iniciativas para honrar la memoria del que ha sido uno de los intelectuales más destacados de los Països Catalans, en el siglo XX, si no el que más. Preparando el terreno y adelantándose a los eventos, tres editoriales han publicado un libro cada una, dos con obra del autor y otro con un estudio sobre Fuster.

Se trata de ‘Escritos de combate’, en Tres i Quatre, que incluye ‘Cuestión de nombres’, ‘El blau (azul) en la senyera’, ‘Ara o mai (Ahora o nunca)’, ‘País Valencià, ¿por qué?’ y ‘Cultura nacional y culturas regionales en los Països Catalans’, con prólogo de quien firma y epílogo de F. Garcia-Oliver, aunque, en realidad, no es posible encontrar un solo texto fusteriano, por modesto que sea en extensión, al que no pueda aplicarse el calificativo, precisamente, de combativo. A su vez, Antoni Rico Garcia, en la editorial Afers de Catarroja, es el autor del ensayo ‘Joan Fuster y el pensamiento nacional’. Entre el problema y el programa, una obra muy útil y bien documentada para adentrarnos en la dimensión más cívica del pensamiento del escritor y constatar su enmarañada red de contactos, complicidades e influencias que fue tejiendo a lo largo de la vida. Y aquí arriba, ha despuntado también Comanegra con ‘Joan Fuster. Figura de ensayo’, acertada selección de artículos sobre literatura y cultura, al cuidado de Antoni Martí Monterde.

De hecho, si existe en nuestro país un autor realmente poliédrico éste es, sin duda, Joan Fuster. Poeta, crítico de literatura, arte y música, historiador, traductor, ensayista, periodista, en definitiva, escritor bien enrazado, que decían con naturalidad en los años 30, ahora con permiso de SOS Racismo. El ‘Todo Fuster’ del que hablaba antes Toni Mollà, podría complementarse con la variante ‘Fuster de tot’, porque de su pluma salió un poco de todo, una obra extensa y variada, con el objetivo central de “crear conciencia” entre los lectores, formados, en primer lugar, por sus compatriotas. Conciencia de civilidad, crítica, librepensadora, partidaria del matiz y la disidencia sobre los asuntos comunes y frente a la verdad oficial, para poder hacerse una idea de la vida y del mundo, de la cultura y del poder, empezando por la misma identidad lingüística y nacional, tanto individual como colectiva.

Buen conocedor de la literatura francesa y, sobre todo de los conocidos como “moralistas”, embarcado en un barco que va por un mar donde navegan también desde Montaigne hasta Voltaire, Fuster tradujo hasta cinco obras de Albert Camus, un autor del que se sintió siempre muy cerca. Él es el autor de la versión catalana de ‘L’étranger’, la única lengua europea que, junto con el polaco, traduce el título no como “El extranjero”, como se hace generalmente, sino como “El extraño”. Una singularidad, ésta, que ligada con el polaco, precisamente, daría para muchas consideraciones si dispusiéramos de tiempo y espacio suficiente para permitirnos el lujo.

Desde la calle Sant Josep, en Sueca, construyó una obra impresionante y convirtió su casa en una especie de lugar iniciático de peregrinación donde jóvenes y mayores, escritores, intelectuales, profesores, académicos, músicos, artistas y políticos acudían con regularidad para poder disfrutar, en primera persona, del ‘Tot Fuster’. Transgresor del orden mental establecido, con una enorme amplitud cultural y una agudeza en la reflexión verdaderamente colosal, su ascendencia y capacidad de seducción sobre personajes tan diversos como Raimon Pelegero o Josep Pla es indicativa de la fortaleza de un gigante como él, que reinaba en el paraíso de su biblioteca, en medio de montones de libros, revistas y papeles, el humo amistoso del tabaco y el aroma del whisky que se iba adueñando de la estancia a medida que avanzaba la noche y la conversación enfilaba la madrugada o la primera luz del día, al amanecer.

Quizás paradójicamente, o no, fue Josep Pla quien mejor definió su personalidad: “Fuster es un elemento normal de la totalidad de nuestra área lingüística”. Y quizá ya sea hora de decir que, al menos en el Principado, mientras en las primeras décadas del siglo pasado un referente indiscutible fue Rovira i Virgili, como lo fue Vicens Vives para los partidos de orden de izquierdas y de derechas, durante el franquismo, Joan Fuster i Ortells es, aquí, el personaje más destacado y con mayor influencia, que aún perdura, sobre los sectores intelectuales, cívicos y políticos, básica pero no exclusivamente, progresistas. Y es el único que lo es, no a nivel regional, de aquí arriba, de allá abajo o de mar adentro, sino un verdadero referente nacional en todos los Països Catalans.

Y lo es en el amplio abanico que va desde sectores de la burguesía catalana, la democracia cristiana de arriba y la de abajo, liberales, socialistas comunistas, extrema izquierda, independentistas y ‘tutti quanti’. Tanto es así que, hoy, además de Valencia, Barcelona y Palma, no hay ninguna gran ciudad de los Països Catalans al sur de los Pirineos, salvo Castelló de la Plana (pero sí en L’Alcora, Benicarló, Benicàssim, Cabanes, Vila-real, Vinaròs, etc.) que no tenga una calle, un paseo, una avenida, una plaza, un parque, un jardín, una escuela, un instituto, un centro cívico que no lleve su nombre, circunstancia que no ocurre con ningún otro nombre más, en parte alguna.

Fuster aportó a los valencianos la conciencia de que eran un pueblo y que existían como país, y al resto de los Països Catalans un horizonte de reencuentro en la plenitud nacional y la diversidad interna. Y lo hizo sin rehuir la crítica mordaz a la mirada ‘nacional’ de muchos de los catalanes del Principado, tan ‘regional’ todavía hoy, tan inconsistente, tan provinciana, tan ramplona, ​​sin ahorrar tampoco críticas al papel de una burguesía valenciana que pronto dejó de serlo y al intento de secuestro y domesticación por el españolismo de ciertas manifestaciones de la cultura popular.

Propietario de un lenguaje fluido, capaz de mezclar un registro académico con expresiones e imágenes que rozan la coloquialidad más asombrosa, hasta conseguir una prosa de una viveza refrescante, con chispas fulminantes de ingenio, hace honor como nadie en nuestra casa a la definición del IEC sobre el intelectual: “Persona que tiene una cierta capacidad de pensar la realidad social y cultural y de influir críticamente en la opinión mediante el ensayo o la presencia en los medios de comunicación”. Así lo hizo mediante conferencias, parlamentos en actos cívicos y culturales, libros, prólogos, traducciones y artículos en periódicos y revistas, del país y del exilio.

El napolitano Costanzo Di Girolamo lo describió como un “scrittore europeo di prima grandezza”, que, desgraciadamente, es todavía hoy poco traducido y mal conocido en el viejo continente, a pesar de que sus aforismos y reflexiones sobre la vida, la cultura y la cotidianidad conservan toda la vigencia en su pluma, para quien “morirse debe ser dejar de escribir”. Pero, a los casi 30 años de su muerte, si lo mejor se que puede hacer por una lengua es hablarla, el mejor homenaje para un escritor catalán es leerlo en los Països Catalans, territorios sobre los que investigó, teorizó y defendió, con un valor, una decisión y una firmeza a prueba de bomba. Volver a Fuster, siempre da savia nueva a palabras viejas.

(1) El apellido ‘Fuster’ traducido al español es ‘Carpintero’

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