Josep Costa: la importancia de haber dejado de ser español

Normalmente entendemos que dejar de ser español, o dejar de ser francés, es sobre todo un hecho administrativo, que se cumplirá cuando llegue la independencia. Pero no es así. O no es sólo así. Porque aunque esto no implique reconocimiento administrativo alguno, la realidad es que puedes dejar de ser español, digamos, mentalmente aunque sigas siéndolo a los efectos administrativos. Y este cambio no es sólo sentimental, como podría parecer. Al revés: de hecho es el mayor cambio político posible, porque, dejando de sentir una identidad que te ha sido impuesta, desaparece la reverencia que se tiene generalmente hacia su nación.

Josep Costa es un buen ejemplo de lo mismo, de los efectos de este cambio. Costa ayer actuó con gran coherencia cuando se negó no solo a declarar, sino incluso a reconocer al tribunal que ordenaba detenerle. Es un hombre coherente cuando reclama la validez de los hechos de octubre del 2017, un hombre que no tiene ningún reparo a la hora de dejar un cargo político y volver a su trabajo –como hizo después de las elecciones– si ve que el proceso de independencia no avanzará ahora por el camino institucional, obstruido por los partidos. Costa tiene una coherencia sobre la catalanidad y las implicaciones de ser catalán que pueden explicarse y entenderse muy bien.

Cabe señalar que en nuestro país el movimiento por la independencia tiene una característica muy singular, que no es fácil de encontrar en casos similares en Europa: la mayoría de los independentistas han llegado a serlo a consecuencia de una decisión estrictamente política. Como una opción racional. Y esto explica que la gran mayoría de independentistas de hoy sean personas que podían sentirse cómodas, plenamente normales como españoles, el año de los Juegos Olímpicos de Barcelona –por poner un ejemplo-. En otras latitudes, esto habría sido impensable porque se partía de una incompatibilidad nacional irreductible que en nuestro caso no existía. Por ejemplo, ningún estonio se ha sentido ruso nunca. En cambio muchos independentistas catalanes se han sentido «naturalmente» españoles durante su vida, aunque fuera vagamente, o incluso se sienten hoy, por lo que separan perfectamente su sentimiento personal de la opción política que toman.

Defiendo desde hace ya tiempo que esta singularidad tiene mucho que ver con el hecho de que para muchos independentistas, para la mayoría, la nación catalana es lo que España dice que es –es decir, las cuatro provincias y nada más-. Y precisamente por eso es más habitual que los catalanes que no somos de las cuatro provincias y nos reconocemos como nacionales catalanes seamos mucho menos españoles, mentalmente, de actitud, que los del Principado. Simplemente no podemos integrar que ser catalán nos deje fuera a nosotros. A este respecto, no creo que sea casualidad alguna que Josep Costa sea un catalán, rotundamente catalán, de Eivissa.

El hecho de que Costa o yo mismo, por poner otro ejemplo, no podamos ser catalanes a la manera española porque no somos de las cuatro provincias, facilita mucho dentro de nosotros mismos, en nuestro interior, la deslegitimación de España. En Barcelona se puede ser catalán y pasablemente español. En Ibiza se puede ser ibicenco y más o menos español. En cambio, en Eivissa no puedes ser catalán y español a la vez. Y este hecho, esta situación, generalmente tiene como consecuencia que acelera muchísimo la toma de conciencia sobre la imposibilidad de reducir la catalanidad a la simple pertenencia a una variante regional española. Si quieres ser catalán desde Eivissa debes serlo como no español, en aras de un proyecto totalmente incompatible con España. Que siempre será incompatible con España. De esto a asumir consecuencias de todo tipo, como no reconocer un tribunal español y negarte a declarar, hay tan sólo un paso.

Es evidente que en el Principado siempre ha habido independentistas de ese estilo. Siempre. Generalmente, gente muy consciente de la realidad nacional de los ‘Països Catalans’. Pero el combate intelectual por eso que llamamos el autocentramiento nacional –y vean lo feo que es el término– todavía tiene mucho camino por recorrer. En la política, en la cultura, en el día a día, obviamente en los medios. Esto hace de Costa una excepción, aunque debería ser la norma.

Sin embargo, la violencia española constante contribuye mucho a que este fenómeno que se produce con mayor o menor naturalidad en el resto de los Países Catalanes empiece a arraigar también con mucha fuerza en el Principado. Que es el lugar en el que realmente tiene capacidad de ser muy decisivo. Y el Primero de Octubre y todo lo que ocurrió después marcan una reacción excepcional. Cuando una parte del gobierno se instala en el exilio precisamente porque no reconoce el 155 ni sus consecuencias, porque no reconoce a las instituciones españolas ni el derecho de ser juzgado o dirigido por estas instituciones, se abre netamente y a gran escala un camino que desde el coronel Macià nadie había pisado con tal decisión y firmeza.

Y por eso creo que hoy debo decir que, de las muchas cosas que han pasado estos últimos años, la propagación de ese sentimiento de rechazo íntimo y personal de ser español, esta desespañolización de los espíritus, es el factor que considero más fundamental a la hora de llegar a ser una nación libre. Porque es lo más irreversible.

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