Peio Monteano: «La conquista de Hondarribia, como Amaiur, es la revancha franco-navarra a la batalla de Noáin»

El historiador Peio Monteano Sorbet publica La conquista de Hondarribia para analizar desde una perspectiva estrictamente histórica este episodio clave, aunque embadurnado en mitos y leyendas, de la conquista castellana de Navarra.

¿Qué hechos históricos recoge en este nuevo libro?

–El libro relata los hechos ocurridos en todo el Pirineo Occidental, entre el otoño de 1521 y la primavera de 1524. Empieza con la conquista franco-navarra de Hondarribia y se cierra con la rendición de las tropas francesas y navarras que ocupaban la plaza. Pero también trata de la invasión de Bearne, de los ataques a Baiona y de los distintos intentos franceses por abastecer la plaza sitiada y españoles por recuperarla, ya que se la consideraba la «puerta de Castilla». Todo ello lejos del borroso relato tradicional y echando mano de la documentación inédita de la época. Por supuesto, el relato tiene el punto de vista navarro, aunque no olvida que en aquella guerra se solapaban dos conflictos: la lucha por la independencia de Navarra y la pugna por la hegemonía en Europa.

Precisamente por ello, ¿qué importancia tuvo, desde un punto de vista político y militar, la toma de Hondarribia en el contexto de la conquista castellana de Navarra y las guerras entre España y Francia?

–Hasta cierto punto, la conquista de Hondarribia -y, también, la recuperación de Amaiur- es la revancha franco-navarra a la derrota de Noáin. De hecho, se producen apenas tres meses después. En el contexto de la guerra navarra, el ejército español perdía la principal base de operaciones. En el del enfrentamiento continental, Francia se hacía con la puerta que abría España y que cerraba su propio territorio. Además, confirmaba la recuperación militar de Francisco I, que últimamente sólo había sufrido derrotas. Para Inglaterra -que también estaba involucrada- ponía en peligro el puerto donde pensaba desembarcar su ejército para, a una con los españoles, recuperar Guyena, posesión suya tres generaciones antes. Así que la noticia cayó como una bomba en las cancillerías europeas y por un momento el principal conflicto militar y diplomático europeo se trasladó al Pirineo vasco. Por él se enfrentaban el rey de España y emperador alemán, el rey de Francia, el de Navarra, el de Inglaterra y hasta el Papa…

Sin embargo, el libro parece ir más allá de 1521 y llega a 1524.

–Sí, claro. A la conquista de Hondarribia siguió la ocupación francesa de la plaza durante casi dos años y medio. La población hondarrabitarra -hombres, mujeres, niños y ancianos- fue expulsada y hubo de refugiarse en las localidades vecinas. Lo perderían todo y no volverían en años. La plaza se convirtió en un cuartel francés y el Bajo Bidasoa en un permanente campo de batalla. Además, en relación a ello se produjo la reconquista española de Amaiur y la invasión de Baja Navarra y Bearne. Y es que apenas sabíamos nada de este periodo…

¿Por qué cree que los navarros atacaron Gipuzkoa?

–La ofensiva comenzada en septiembre de 1521 tenía por objetivo recuperar Pamplona primero y el resto de Navarra después. Pero el almirante de Francia, general del ejército franco-navarro que debía haber socorrido a Lesparré, aunque pasó Roncesvalles, no se atrevió a seguir. El invierno estaba cerca, los españoles se habían atrincherado en Pamplona y no se quería repetir el fracaso del otoño de 1512. Así que convenció a los navarros de ir contra Gipuzkoa y, desde allí, retomar la ofensiva en primavera. Así, los legitimistas navarros, encabezados por su propio rey Enrique II, tomaron parte muy activa en los combates. Pero al llegar la primavera las tornas cambiaron, Francia se hundió militarmente y la iniciativa pasó a manos españolas. Es decir, por contestar a la pregunta, en octubre de 1521 los franceses convencieron a los navarros de que el camino de vuelta a Pamplona pasaba por Hondarribia. La situación repetía un poco lo ocurrido pocos meses antes en Logroño…

¿Qué cree que aporta de nuevo este libro?

–Como he dicho, todo lo conocido hasta ahora está empapado de épica y romanticismo basado en relatos tradicionales. Especialmente el del guipuzcoano Garibay, que se basó en lo que recordaban los lugareños medio siglo más tarde. Sobre esa crónica se ha construido el relato: un fondo de verdad, muy parcial y distorsionado por el paso del tiempo. Aunque es verdad que hay libros recientes que van situando algunos hechos en el campo de la Historia.

Asegura que ha encontrado nuevas fuentes. ¿Cuáles?

–Efectivamente. El mayor aporte han sido las fuentes de los perdedores, especialmente las fuentes francesas y, en menor medida, las navarras. También hemos usado documentación municipal guipuzcoana que muestra la militarización de la provincia. Hemos encontrado las cartas que, «en tiempo real» diríamos ahora, van escribiendo los propios protagonistas de los hechos: el almirante Bonnivet, Enrique II de Navarra, Francisco I de Francia, el emperador Carlos V, el condestable de Castilla, el propio Pedro de Navarra hijo y, por supuesto, los diplomáticos y espías. Tenemos incluso la relación, uno a uno, de los casi 400 soldados navarros que en junio de 1523 componían la compañía de Pedro de Navarra. Otros documentos muestran incluso el tira y afloja de las negociaciones hispano-navarro-francesas que culminaron con la rendición de Hondarribia en 1524 y la promulgación de la amnistía a los navarros legitimistas que aceptaran al emperador.

¿Facilitó la victoria española en San Marcial la recuperación de Hondarribia en 1524?

–El libro trata de situar la batalla de San Marcial en sus justos términos. Es verdad que rompió el mito de la invencibilidad de los alemanes y facilitó la posterior rendición de Hondarribia, al aislar la plaza, pero hay que decir que esta resistió aun casi dos años más. Lo novedoso del relato es que todo parece indicar que en la batalla del monte Aldabe no hubo tropas navarras sino francarcheros lapurtarras y mercenarios alemanes y que fue realmente destacable el que simples milicianos guipuzcoanos -en la práctica, campesinos armados- vencieran a soldados de élite profesionales como eran entonces los lansquenetes germanos.

Se dice que durante el asedio ondeó en el fuerte la bandera navarra, pero que los franceses quisieron implantar la suya. ¿Podría considerarse esto síntoma de un conflicto de intereses latente entre galos y navarros?

–Hasta donde yo sé, este hecho no se sustenta históricamente. Los navarros nunca consideraron Hondarribia como una plaza navarra a reconquistar y de hecho la abandonaron dos semanas después de entrar en ella. Colaboraron con los franceses como aliados, eso sí. El mismo Enrique II, que escribe al rey de Francia desde el campamento de Hondarribia el mismo día de la rendición española, no hace la más mínima reivindicación de la «navarridad» de la villa. Y así, esta queda en manos de Bonnivet y su guarnición francesa. Además, no creo que los navarros hubieran permitido expulsar a la población local. Es más, parece que los hondarrabitarras pudieron empezar a regresar precisamente cuando las tropas navarras volvieron dos años después, en el verano de 1523.

¿Podría interpretarse la ocupación de esta localidad guipuzcoana como un intento, por parte de Navarra, de «reconquistar» el territorio correspondiente a la actual Comunidad Autónoma Vasca, perdido ante Castilla tres siglos antes?

–Por lo dicho, no creo que esta interpretación sea posible. Y no porque no se supiera que esos territorios antiguamente habían formado parte del reino de Navarra. Las élites vasco-castellanas y navarras lo sabían bien. De hecho, ya en 1516 las Cortes navarras -controladas por los beamonteses, hay que decirlo- habían pedido a Carlos I que se reintegrasen a Navarra los territorios de Álava, Gipuzkoa y el Duranguesado. Y cinco años más tarde también se propuso al ya emperador Carlos V crear una chancillería vasca con sede en Pamplona. Pero para Enrique II ya era una titánica labor recuperar el reino de sus padres. La verdad, no creo que estuviese para más reivindicaciones territoriales…

Se otorgó a los defensores el perdón a cambió de su rendición, que finalmente se produjo. ¿Fue esto una simple estrategia para acelerar el fin del asedio o existía realmente una voluntad de reconciliarse con el enemigo?

–En este sentido el libro rompe la imagen de un Carlos V concediendo un generoso perdón a unos legitimistas navarros desesperados. El emperador se veía incapaz de tomar la plaza y hubo de ceder. Los navarros que la defendían junto con la guarnición francesa jugaron bien esa carta y arrancaron un generoso perdón. El hecho de que los negociadores españoles, el condestable Velasco y el capitán general de Gipuzkoa fueran aliado y pariente respectivamente de Pedro de Navarra sin duda allanó el camino. Pero el libro prueba que los navarros no abandonaron a sus aliados franceses y que la negociación fue conjunta. Fue una rendición «capitulada», es decir, con condiciones. Con ella, el condestable Velasco -hombre fuerte de Castilla- mataba dos pájaros de un tiro: recuperaba Hondarribia para su rey y conseguía el perdón para sus tradicionales aliados agramonteses. Y, según Pedro de Navarra hijo, todo se hizo con conocimiento del rey de Francia. De todas formas los hechos dejaron claro que el emperador perdonaba, pero no olvidaba.

¿Fue la Paz de Hondarribia el final de la Guerra de Navarra?

–No, pero sí fue un punto de inflexión. El que podríamos llamar «núcleo militar» del legitimismo altonavarro quedó definitivamente desactivado. Para entonces, por una u otra causa, la «vieja guardia» había desaparecido: Martín de Xabier, el señor de Lizarraga, el señor de San Martín de Améscoa, el capitán Vélaz de Medrano, los primogénitos de los señores de Ripa y Eraso muertos en combate, y como guinda el mariscal Pedro de Navarra, muerto en su prisión. El «núcleo político» estaba exiliado en Aragón, Bearne o Francia. Y por si fuera poco, un año más tarde el propio rey de Navarra caería prisionero en Pavía. Así que la guerra continuaría en Baja Navarra hasta que Enrique II y la nobleza local consiguieron expulsar definitivamente a los españoles en octubre de 1527. Esto consumaba la fractura del reino y su futuro reparto entre España y Francia.

No parece que la conquista de Hondarribia haya tenido para la posteridad la misma carga simbólica en Navarra que, por ejemplo, las batallas de Noáin y Amaiur. ¿A qué podría deberse esto?

–Creo que es consecuencia de todo lo dicho. Los hechos, hasta ahora espero, han sido totalmente desconocidos y descontextualizados. De hecho, si no se explican, son un lío. Españoles, navarros, franceses, alemanes e ingleses, implicados. La cronología, sin fijar. Los hechos, magnificados. El drama humano, oculto. Y sobre todo una relación directa con la guerra de Navarra que no se puede comparar con Noáin y Amaiur, aunque, como he dicho, la conquista y ocupación de Hondarribia está muy relacionada con ellas. Y ahora que se cumplen 500 años de esos hechos creo que es un buen momento para empezar a situarlos en el estricto campo de la Historia.

Peio Monteano Sorbet publica este mes su nuevo libro La conquista de Hondarribia, en el que aporta una visión novedosa de este importante acontecimiento histórico

«El libro relata lo ocurrido en el Pirineo Occidental entre otoño de 1521 y primavera de 1524»

«El mayor aporte han sido las fuentes de los perdedores, especialmente francesas y navarras»

«La Paz de Hondarribia no fue el fin de la Guerra de Navarra, pero sí un punto de inflexión»

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