Los precios de la energía en la UE han aumentado en los últimos meses. Curiosamente, este repunte ha coincidido con la presentación, el pasado verano, del paquete “Fit for 55” de la UE, un conjunto de medidas para lograr la neutralidad climática en el 2050. Como era de esperar, la subida ha sido utilizada políticamente, tanto como una razón para acelerar la transición energética, como una advertencia de que esta discurre descontroladamente. En este contexto de debate, parece oportuno poner sobre la mesa una de las múltiples reflexiones que, a mi juicio, la UE y sus ciudadanos deberían plantearse a partir de esta crisis (“la primera de la transición energética” en opinión de algunos).
Tal reflexión apunta a que en un mundo en transición energética no hay motivo para esperar que los precios sean menos volátiles. Esto sería así por al menos cuatro motivos.
Primero, porque los combustibles fósiles seguirán teniendo un cierto papel en la transición y con toda probabilidad sus precios se mantendrán volátiles, quizás más que hoy.
Segundo, porque la transición energética necesita de muchas otras materias primas (litio, cobalto, níquel, cobre, biomasa, residuos, agua etcétera) cuyos precios también pueden ser muy volátiles. Todo ello sin olvidar que el precio del CO2en el mercado de emisiones puede ser objeto de especulación, y que el hidrógeno, al ser almacenable, cumple una de las precondiciones para la volatilidad.
Tercero, porque, a corto plazo, los precios de la electricidad pueden ser más volátiles que los de los combustibles, ya que los costes de los desequilibrios oferta-demanda son más marcados. Y este desafío se agudizará en la medida que las renovables intermitentes aumenten su cuota de mercado. La capacidad mundial de almacenamiento de combustibles (sólidos, líquidos, gaseosos) es enorme y aún tendrán que pasar décadas hasta que dicha capacidad pueda ser igualada mediante baterías, la producción de hidrógeno o alternativas.
Y cuarto, porque el cambio climático estresará los sistemas energéticos. En los últimos años hemos asistido a ciberataques, o con drones, a infraestructuras energéticas. Sin embargo, los fenómenos meteorológicos extremos han tenido efectos más devastadores, lo que nos recuerda la necesidad de tener a punto planes para afrontar eventos que conmocionan al sistema. La combinación de un sistema dominado por fuentes de energía intermitente y de una demanda condicionada por una meteorología extrema está llamada a generar situaciones puntuales de gran estrés y volatilidad.
Los ciudadanos de la UE tendríamos que estar mejor informados sobre lo que la transición energética aporta y lo que no. Independientemente de cuán lejos la UE avance hacia la neutralidad climática, la necesidad de un sistema equilibrado persistirá, con todos los desafíos y volatilidad de precios que esa tarea comporte.